39. Seré Eso

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Torrance

Me digo por enésima vez que esto no tiene nada de real. No hay fantasmas, no hay un asesino serial rondando a la espera de matarme. Cierro los párpados, respiro varias veces invocando el mantra que me enseñó la instructora de mis clases de maternidad. "Calma, Torr, calma, no pasará nada".

Regreso a la realidad, inhalo hondo hasta colmar de aire mis pulmones y, cargada de valentía, voy directo a la siguiente puerta al final de la habitación. Sin ver atrás, ignoro el murmullo de aquella voz femenina que se distorsiona a medida que me aproximo. No dudo, aunque quiera, no vacilo pese a la sensación de que alguien me observa o ¿tal vez sea porque me persiguen en sigilo? El corazón golpea con fuerza en mi pecho, mis piernas están a un susto de tornarse como fideos, tiemblo poco, aunque por dentro mi interior esté revolucionado. Camino a paso apretado, troto hasta mis pies agarran la energía suficiente para impulsarse y solo hasta que atravieso la enorme entrada de doble puerta se me da por ver hacia atrás, siendo el peor error. Mi mente me engaña, eso quiero pensar, entonces si es así ¿es producto de mi imaginación esos dos encapuchados con máscaras que emergen de entre la oscuridad y las telas roídas?

No me atrevo a averiguarlo; tan pronto cruzo el umbral, retrocedo lo más que puedo dando pasos hacia atrás. Observo con terror creciente a los tipos que vienen hacia a mí, primero marchando, luego trotando y por último corriendo mientras sus ojos iluminados por alguna especie de luz artificial, rojos como la sangre misma, se clavan en los míos de tal manera que me petrifican, más cuando su figura terrorífica se acentúa por sus risas guturales. Cierro los ojos, replico en mi mente que es una treta, un juego ¡que estoy en una maldita casa del terror!, que no es real, volviendo el alivio al oír la puerta de esa habitación cerrarse de un portazo.

Doy una bocanada de aire que me serena por dentro. Por reflejo coloco una mano sobre mi pecho, pidiendo así a mi corazón que se tranquilice. Más confiada abro los ojos; me topo con una intensa oscuridad que no me deja ver más allá de mi nariz, siendo una luz rojiza a mis espaldas lo único que distingo. No hay ruido, los murmullos cesaron, el silencio se asemeja a estar sumida bajo el agua pues cada paso que doy es amortiguado por la alfombra que piso.

No quiero dar la vuelta, toparme con otra situación macabra, la cuestión es que si me quedo ahí no podré reencontrarme con Ethan. Recojo valía de donde no tengo y arrebatada me giro. Doy un paso hacia atrás, otro y otro más, es más la sorpresa que el miedo.

Un montón de globos rojos y negros cubren el techo cuyas luces tapadas por ellos son las que le dan ese tono rojizo en la habitación que es un poco más pequeña que la anterior. El piso, así como las paredes, están cubiertas de un tapiz negro. No hay muebles nada alrededor, solo tres puertas cuyos letreros me anulan el habla.

Cada una tiene un mensaje en letras rojas: la de la izquierda dicta «No da miedo», la del centro «Da algo de miedo» y la de la derecha «Si da miedo». Esto lo vi en una película, estoy más que segura, solo que por los nervios y la ansiedad de salir de aquí no recuerdo cuál es. Lo que es seguro es que a pesar de lo que dicten las puertas, en una de ella está la entrada a la siguiente habitación. ¡Ay, joder! En qué embrollo me metí.

La valentía retorna, así como mis deseos de acabar con esta especie de juego macabro que idearon los del parque de diversiones al secuestrar a Ethan para que me divierta en su estúpida casa de sustos.

—Los odio, de verdad que sí —farfullo entre dientes, dispuesta a ir a la puerta que dicta «da algo de miedo».

No vacilo al aferrar el pomo y girarlo, pero si me inquieto al abrirla por lo que lo hago despacio.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now