2. Toto, Mickey y un profesor

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Torrance

Hoy es otro día de esos donde parece que el mundo confabula para que estés mal. En clase no rendí bien en el examen oral, se me olvidó memorizar una exposición y para rematar me sentí mal todo el día.

Estoy en mi onceava semana de embarazo, que así no se note sufro de algunos cambios, como que he subido un par de tallas, el vientre se me pronuncia un poco, los mareos, las ganas de orinar y los incontrolables vómitos. Hay días que parezco la versión inicial de la chica poseída del exorcista, que por fortuna disimulo al ser la primera en despertarme, metiéndome al baño hasta que luzco normal. He optado por las blusas holgadas y los pantalones pegados a mi cuerpo pero cómodos, es mejor así para encubrir el embarazo, del que tarde que temprano más de uno se enteró.

Como con Tyler, quien apenas se supo me insistió en que se lo dijera Ethan. Obvio le dije que no porque quería que estuviera despejado de cualquier ocupación de la universidad. Al principio no le gustó, él es de hacer lo correcto así las consecuencias no sean favorecedoras, sin embargo entendió mis razones. Ethan y yo estamos tan metidos en nuestras carreras, más ahora que vamos a graduarnos, que tener la preocupación de un bebé en camino nos acarrearía una gran distracción. Soy testigo de ello; tras de que a veces se me olvidan algunas cuestiones con respecto a la universidad, vivo asustada por los controles prenatales, las idas al gimnasio como lo recomendó mi ginecóloga, y las citas con la nutrióloga, que no la hubiese incluido porque Francesca me la recomendó.

¡Ay, Frani! Otra víctima en este gran secreto. Ella se enteró cuando llegué a casa un día de esos donde mi padre me citaba para que me diera sus tutorías. Víctor no estaba, Frani preparaba la cena mientras yo jugaba con Vicky. El olor a guisado me llegó tan denso al olfato que me mandó corriendo al baño; terminé vomitando hasta las tripas, casi armo cama al lado del váter de no ser porque mi ella que me dio una pastilla para las náuseas. Fue ahí que dedujo que estaba embarazada y no tuve cara de negarlo.

«—¿Ethan lo sabe? —me preguntó, pasándome un paño mojado por la frente; sudaba mucho, me sentía como papel de baño, blandengue y débil.

—No, no lo sabe —confesé, incorporándome del suelo. Bajé la tapa de inodoro y me senté sobre éste. Cabizbaja me refregué la cara con ambas manos, recobrando en algo el aliento perdido por semejante regurgitada—. Prefiero que no lo sepa por ahora, no quiero preocuparlo.

Se acuclilló a mi altura, despejando mi rostro de cabello, mandándolo atrás de mis orejas. Encorvada, con los codos en las rodillas, sostenía mi rostro entre las manos, percibiendo sus dedos recorrer mi pelo, reconfortándome un poco, quitándome las ganas de vomitar.

—No debería meterme en tus asuntos, linda, pero no podrás ocultárselo por mucho tiempo si sigues en ese estado, ¿estás comiendo bien? —Su dulce tono me tranquilizó. La considero mi segunda madre, aparte de Hope quien se jubiló para recuperar a su familia.

—Sí, creo, la verdad no sé —comenté con duda, enderezando mi postura. Le sonreí agradecida, atrapando su mano entre las mías—. Y si puedes meterte en mis asuntos, solo que me da miedo contarle a todos lo que pasa —me sinceré, bajando de momento la mirada, con cierta vergüenza.

Con Frani tenía una relación muy amena, le contaba todo, como si fuera mi amiga confidente. Con ella es fácil compaginar porque es fresca al dar consejos que parecieran más alientos a seguir.

—Eso lo respeto, linda, pero sabes que cuentas conmigo. Por lo pronto vamos, te recuestas un rato para que el medicamento haga efecto...»

Ese día peleó con Víctor porque él insistía en verme, por fortuna lo convenció de que me dejara descansar y que luego tendríamos la clase. Mi padre en ese aspecto, de que le pase algo a Vicky, Spencer, Dom o a mí, es insistente, a veces hasta tiende a reprender porque no nos cuidamos, como en mi caso, que al otro día me advertía que no me esforzara en la universidad, que descansara y comiera bien. Al principio me costó acostumbrarme a tenerlo cerca, preguntando cómo me iba, pidiéndome que comiera o que durmiera a las horas que eran. Se volvió de esos papás atentos, inflexible si algo no le gusta. A veces dejábamos de lado las tutorías para hablar de cosas cotidianas, como el martes pasado, donde opinamos sobre el profesor Damecio, un español de setenta años que también le dio clases en la universidad, del cual concordamos es un viejo ogro que a pesar de su actitud enseña muy bien. O de mí, donde destacaba mi empeño en aprender a pesar de que sabe que no me gusta leer, característica que comparto con él, de la cual me dio unos tips para que no tuviera flojera al momento de estudiar los mamotretos que me dejan en la universidad.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora