1. Ser o no ser cortés

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Ethan

Quisiera que el tiempo no fuera tan aprisa, a veces, solo a veces porque siento que no me va a alcanzar la vida para hacer lo que quiero. Parpadeo un par de veces, estirándome de piernas y brazos en la cama, reconfortándome por la buena siesta. Me permito retomar el sueño, aun no suena la alarma.

No quiero que se apresure porque dentro de unos meses me graduaré de la universidad, tengo una ponencia en un mes y lo más importante que he esperado alrededor de tres años para llevarlo a cabo; proponerle matrimonio a la mujer que me enamoró, devolviéndome a la vida que no quiero que avance, que sea perpetua.

Y claro, tampoco deseo cumplir treinta y dos años.

No es que me sienta viejo, solo que cada que checo el calendario creo que no voy a lograr muchas de las metas propuestas, como escribir un libro, aunque, bueno, ya he escrito un par que publiqué en formato digital, que tienen lectores y buenas reseñas. Sin embargo, para lo que tengo en mente creo que me hará falta aún más años.

Agito leve la cabeza para no pensar en ello. El tiempo es tiempo, no se puede frenar aunque lo quiera, ese formato de medida no puede reversar mis planes.

Giro en la cama quedando de medio lado, tanteando a la mujer que duerme profunda. Deslizo la mano hasta su cintura, apretando sutil, convenciéndome de que está junto a mí. Bajo lento hasta que mis dedos arriban a sus caderas donde me cuelo bajo su ropa. Por un segundo me quedo quieto ya que se remueve. Está acomodada de modo tal que quedamos frente a frente, ambos de costado. Dejo que mi mano siga jugando con su piel, trazando círculos en sus mullidas caderas, a tientas de seguir bajando.

Sonrío, admirando lo hermosa que es. Se dejó el cabello largo, le da casi a la cintura, desordenado a su modo, sin lucir más que atractiva. Sumado a ello, está el paso de los años en su cuerpo, dándole un toque más femenino. En estos últimos meses subió un par de tallas, nada que le reste belleza ya que su busto y caderas son más apetecibles, sin contar que su cintura luce diminuta, como dice Janeth: «de avispa».

Aprieto la mandíbula; me tienta mucho tenerla así, de short y camiseta holgada que sé, por debajo, no trae nada. Todo el tiempo pienso en hacerle el amor, más ahora que por nuestras obligaciones no hemos intimado. Respeto su decisión, el que no quiera hasta que se despeje de todo. Anoche llegó muy cansada; la entiendo, sufrí lo mismo en mis últimos meses de carrera como abogado, realizando las pasantías al tiempo que realizaba mi trabajo de grado.

Inhalo profundo, colmándome de su esencia natural, de su calor. Estoy a nada de recobrar el sueño pero una alarma corta el silencio en la habitación. La mujer a mi lado se remueve, oyendo sus infantiles gruñidos que me dan gracia. Si, como yo, odia despertarse con ese sonido, aunque, desde que duerme conmigo, ya no me es tortuoso levantarme en las mañanas.

Torr se incorpora, gateando hasta donde estoy sin abrir los ojos, estirando el rostro y los labios en mi dirección, dándome los buenos días. Rio complacido por este gesto, no hay mañana que no lo haga; gustoso correspondo, tomando su mentón con delicadeza, dándole un beso estrellado.

—Buenos días, amor —le susurro en sus carnosos labios, deleitándome con su rostro maduro, fino, precioso. Sin abrir los ojos sonríe, alejándose enseguida.

—Buenos días, amor —murmura, ahogando un bostezo, incorporándose de la cama.

Despierta más temprano que yo, aunque estoy acostumbrado a levantarme sin alarmas por mi anterior trabajo. Mientras Torr se la pasa todo el día en la firma y de ahí a la universidad, yo trabajo en las mañanas, estudiando en las tardes.

Desde que me dio cierta paranoia con el tiempo, tomé la disparatada decisión de adelantar cursos, dejándome este último semestre con apenas cuatro clases de las cuales, aunque son pocas horas a la semana, a veces demandan mucho tiempo. Como me queda la mañana libre, laboro en el taller de mi padre.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now