34. Dios los crea

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Torrance

Encontrármela así, tan de repente, fue como si me cayera un baldado de agua fría. Pensé que con los años le perdería el temor, pero no, me equivoqué.

Por un instante no la reconocí porque no luce como antes, con esos vestidos ceñidos al cuerpo y con tacones de marca, con su largo cabello siempre suelto, lacio, como recién salida del salón, cuyas uñas eran postizas, cubiertas de barniz fino y caro, al igual que su maquillaje. Ahora parece otra; su cabello es corto hasta la nuca, algo alborotado, no tiene pizca de maquillaje, ni sus manos tienen uñas postizas o pulseras caras. Viste de jean, una blusa de tirantes blanca y zapatillas, ¡zapatillas roídas! Luce muy... juvenil, como si fuera otra... Rachel. Lo veo y no lo creo.

A ella no la volví a ver desde que la arrestaron en el apartamento de Ethan, me enteré a voces de los abogados de Víctor que le dieron una pena de unos meses en prisión, que entre apelaciones se redujeron a horas de servicio comunitario y terapias obligatorias para evitar que la internaran en un psiquiátrico. Desde ahí no supe qué más fue de su vida, si se logró recuperar de la locura que tuvo por su matrimonio anulado, si recayó, nada. Ahora parece que vuelve de entre los muertos para atormentarme.

No temo porque la haya visto, este reencuentro hubiese quedado en solo eso, en un la vi por ahí, es solo que ¡me vio! Por eso me petrifiqué y temo no por mí, sino por mi bebé. Fue como si los miedos nocturnos volvieran, donde pasé varias noches en vela, vigilando la entrada de la habitación, temiendo que alguien llegara de la nada para secuestrarme o atarme a la cama para hacerme daño. Puede que en su momento pretendiera que ese evento con Rachel no me afectase, pero sí, me perturbó, tanto que varias veces tuve que dormir con la puerta del cuarto bajo llave para sentirme segura. Ahora el sentimiento se repite, la cuestión es que por mucho que quiero salir corriendo, no puedo, es más el impacto de que ella ¡me reconociera! Y lo peor, que se mostrara tan tranquila, como si hubiese visto una amiga de años. ¿Qué rayos le pasa por la cabeza? ¿Es consciente de a quién le está sonriendo del modo en que lo hace?

Mi único instinto es aferrarme al hombre que ha sido mi talante en todo momento, buscando por instinto su mano que, tan pronto sostengo, no pretendo soltar por nada del mundo. Aprieto tan fuerte que no sé si lo estoy lastimando, es más mi miedo, de que ella se acerque y me haga daño. Por reflejo me mando una mano al vientre, invadiéndome el pavor, que se esfuma tan pronto como recuerdo quién fui antes. No era una asustadiza que salía corriendo ante la primera señal de peligro, era de las que enfrentaban incluso al diablo y él aprendía de mí. Así que no, no voy a permitir que sepa cómo me devoran los nervios por su presencia, mucho menos que sepa cómo me puso.

—¿Qué hace aquí? —La voz de Ethan me saca de mi fuerte contacto visual con la innombrable. Rápido lo miro de reojo, teniendo que subirme al andén para estar a su lado.

—No lo sé, y será mejor que nos vayamos —le digo con dientes apretados; me carcome la tensión, que se acrecienta cuando la veo con intenciones de cruzar la calle.

—¡Torr, Ethan! —exclama nuestros nombres, haciendo más espantoso el sentimiento de salir huyendo. Rachel alza la mano y la agita a modo de saludo. No sé qué pretende y es obvio que no le voy a corresponder del mismo modo.

La sonrisa que nos dedica no se le borra, tampoco el entusiasmo de encontrarnos, lo que me produce más desconfianza. ¿Será que se muestra así para distraernos de un posible secuestro? Ay, no, ¡no!

Siendo este el momento más tenso en mi vida, no sé cómo, pero me lo tomo de la manera más calmada posible. Creo que el recuerdo de la Torr sagaz que fui en un pasado regresó para darme la valentía que requiero, es más, apenas cruza la calle y está frente a nosotros, lejos de saludarla con hostilidad le dedico una media sonrisa, pretendiendo que nunca ella me ató a una cama y pretendió degollarme.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Where stories live. Discover now