Capítulo 3 (parte 2).

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De todas las estructuras que Ciro había podido contemplar en su corta vida, la zona residencial del Cubo era la que más le sobrecogía. Tanto a la izquierda como a la derecha, miles de apartamentos se apilaban unos encima de otros imitando una inmensa colmena de abejas. Cada cincuenta apartamentos, unas escaleras en forma de U permitían el acceso de cada dueño a su residencia en caso de que ésta se encontrase en un piso superior. Dado que la comunidad contaba con aproximadamente 15.500 habitantes, a veces resultaba complicado acordarse de la localización de un apartamento concreto. Por ello, TESYS había organizado las residencias numéricamente, dejando a un lado aquellos apartamentos comprendidos entre el número 1 y el 10.000, y en el lado opuesto los comprendidos entre el 10.001 y el 20.000. Además, al comienzo de todas las escaleras se podía acceder a un buscador táctil, donde una vez introducido el nombre o apellido de la persona, el sistema mostraba el número de residencia. Era otra de las cosas que Ciro despreciaba. Vivir en el Cubo suponía perder cualquier tipo de privacidad. Casi todo el mundo podía acceder a la información de otra persona, en mayor o menor medida. La pulsera identificadora recogía un arsenal de datos que eran usados en todo momento bajo cualquier pretexto: cuántas veces iba uno al baño, cuántas veces se entraba o salía del apartamento, cuál era el patrón de movimiento dentro del Cubo. TESYS vigilaba a todo el mundo, y especialmente a las personas como él.

El explorador introdujo el apellido "Alaine" en el buscador más próximo a su puerta. En menos de un segundo, los nombres "Mara" y "Valia" aparecieron reflejados en la pantalla. El chico se quedó mirando el nombre de Mara un instante, confuso. No entendía por qué la sección de mando aún no lo había eliminado de la base de datos, si para ellos ya estaba muerta. Con una leve sacudida de cabeza, centró sus ideas y pulsó el nombre de Valia. Como respuesta, la pantalla mostró el número 845. Bufó en un gesto de cansancio. Su apartamento era el 237, así que le tocaba andar varios metros para poder llegar hasta las escaleras que le conducirían al apartamento de la mujer.

A medida que iba andando, Ciro podía notar cómo su nerviosismo aumentaba. ¿Qué iba a decirle a la señora Alaine? No tenía un plan definido, ni tenía la más remota idea de cómo librarse de su pelotón, sobre todo de su capitán. De repente, la idea de prometer que iba a salvar a Mara sin explicar cómo le pareció absurda, pero la inercia hizo que sus pies siguiesen caminando por el ancho pasillo hasta llegar a la sección 800. El explorador miró hacia arriba buscando la puerta que tuviese el 845 soldado sobre el metal. Sabía de sobra que debía encontrarse en el cuarto piso, pero sentía unos brazos imaginarios tirando de él hacia atrás, impidiéndole subir. Valia Alaine iba a ser encerrada y lo más probable era que estuviese tomándose su tiempo para hacer todo aquello que la prohibirían durante los dos próximos años. No quería entrar de lleno en su casa e inundarla con promesas que ni siquiera sabía si podría cumplir. Pero por encima de todo, no quería volver a encontrarse con aquellos ojos que parecían saber todo lo que una persona guardaba en su interior.

Ciro subió las escaleras con deliberada lentitud, tratando de ordenar palabras en su cabeza para formar una frase que tuviese un mínimo de sentido, y antes de que se hubiese dado cuenta sus pies le habían transportado hasta la puerta 845. Volvió a dudar entre llamar o darse la vuelta y olvidarse de aquella locura.

«Antes no te importaban tanto las personas y sus sentimientos, ¿qué te pasa?»

Furioso consigo mismo por haberse permitido flaquear, contuvo la respiración y llamó al timbre.

—¿Quién es? —dijo una voz amortiguada desde el interior.

Ciro refunfuñó. Todos los apartamentos tenían una cámara en la entrada que permitía ver el exterior, por lo que la pregunta de la señora Alaine era absurda. ¿Es que quería ponerle las cosas más difíciles de lo que ya eran?

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora