Capítulo 28.

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Evey maldijo para sus adentros repetidas veces. Había bajado la guardia, y para colmo lo había hecho delante de dos testigos, siendo uno de ellos una informante.

«Espabila. Están diseñados para obtener información de cualquiera de las maneras posibles».

Bastaron un par de recuerdos que creía haber encerrado bajo llave para devolverla a la realidad. Todas las desgracias por las que había pasado habían sido provocadas por aquellos androides. Ellos eran los responsables de avisar acerca de los avances tecnológicos de los planetas observados; sus informes periódicos determinaban cuándo una civilización tenía que dejar de existir por suponer un peligro potencial para Sílica.

Ikino juraba y perjuraba estar de su parte, pero estaba hecha con tecnología silícola y sus diseñadores habían sido dirigidos por los predecesores de Bóriva, así que bien podría tratarse de una artimaña. Nunca se fiaría de ella, aunque la noticia acerca de la bomba de agujero negro debía considerarla como máxima prioridad e informar a la organización, así como también necesitaría hacer uso de la base de datos del androide para moverse con cierta rapidez por los laboratorios. Había tenido la oportunidad de ver algunos de los planos que Ockly guardaba en su refugio, pero el hombre no la había permitido volcar la información en su pulsera para así poder estudiarla con mayor detenimiento. Todo de lo que disponía se encontraba en su cabeza; no sería suficiente para franquear la fortaleza en la que mantenían recluida a Mara.

Comprobó su reloj por enésima vez, inquieta. Valia estaba rozando el límite de lo que ella misma había considerado un periodo de tiempo razonable. Si nadie se ponía en contacto con su aerodeslizador en breves tendría que comenzar a plantearse la posibilidad de que la mujer no hubiese conseguido llegar a su objetivo. No dispondrían de apoyo logístico para asegurar un mínimo de éxito en la misión. Estarían solos y tendrían que apañárselas con los medios de los que disponían, siendo su único as bajo la manga Ikino. Girando sobre su silla de piloto para poder comprobar la situación de los exploradores dentro de la nave, Evey dirigió una mirada fugaz a la informante que reposaba junto a Ciro sobre el frío y destartalado suelo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal de abajo arriba cuando sus ojos se encontraron en medio de la semioscuridad del vehículo y la joven hizo un casi imperceptible gesto de asentimiento con la cabeza, como si hubiese estado leyendo sus pensamientos en todo momento.

Chasqueó la lengua, contrariada. Se negaba a creer que Valia no hubiese conseguido contactar con la base de la organización, pero el tiempo se les agotaba y era momento de entrar en acción. Cuanto más tardasen en intervenir, mayores serían las probabilidades de que Bóriva y su séquito de científicos hallasen el gen recesivo de Mara o del segundo explorador capturado.

—Exploradores, vamos a ponernos en marcha —informó en voz alta a la par que se ponía en pie y le pegaba un pequeño puntapié a Ciro para que se levantase del suelo—. No recibo noticias de Valia, pero nos separamos hace veinte horas y no podemos seguir esperando. Necesitamos un plan.

—Estamos a doscientos kilómetros de los laboratorios —recordó Liria—. ¿Cómo vamos a llegar hasta allí sin ser vistos? Si se trata de un laboratorio del gobierno estará lleno de sistemas de seguridad impenetrables.

—Y a eso hay que sumarle que estamos siendo perseguidos. En cuanto vean nuestro aerodeslizador se lanzarán como buitres a por nosotros —prosiguió Ciro con su característica voz ronca.

Evey frunció el ceño y dirigió una mirada molesta a Ikino. A pesar de ir en contra de sus principios y en contra de su intuición, estaba claro que la única que podía echarles un cable en ese momento era ella. Dándose por aludida, la informante se incorporó de un salto y se situó en medio del círculo que de manera inconsciente habían formado entre ellos.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora