Capítulo 34 (parte 1).

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La papilla le había salido tan densa que podía dejar la cuchara clavada en el centro del plato sin que ésta se cayese. Con gesto ausente, Ciro cogió la jarra que reposaba a su lado y vertió un poco de agua en su cuenco. Removió la mezcla con los ojos clavados en ella, y cuando consideró que era suficiente, se metió una cucharada en la boca.

No estaba mal; desde luego estaba mucho mejor que las láminas comestibles que tenían en el Cubo. Seguramente hasta podría haber disfrutado del plato de no ser por el terrible malestar que sentía y que provocaba que la boca del estómago se le cerrase con continuas arcadas.

Trató de respirar hondo mientras le daba vueltas a la comida dentro de la boca. No quería mirar a nadie, aunque sabía que todo el mundo tenía los ojos clavados en él. Miradas llenas de incomprensión, miedo y hasta tal vez odio. La única persona que parecía no sentir reparo alguno era Valia Alaine, pero la mujer se encontraba demasiado ocupada accediendo a diversas bases de datos como para prestarle algo de atención. Necesitaban encontrar un sitio seguro antes de que el F.M.A diese con ellos, y necesitaban desactivar el extractor de memoria de Mara a toda costa. De todos los allí presentes, sólo Valía podía sacarles de aquel embrollo.

Ojalá Evey se encontrase allí, con ellos. Horas antes había deseado verla muerta; había deseado asesinarla con sus propias manos. Pero ahora las cosas eran diferentes. Ciro hubiese querido que la mujer hubiese intercedido por él en ese momento. Todo habría sido más fácil si hubiese sido ella la que apretaba el gatillo contra Liria, y no él.

Había sido un gesto automático, casi involuntario. Había visto cómo la exploradora alzaba la pistola de plasma contra Mara y, como si estuviese programado en su cabeza, él había hecho lo propio contra ella.

Un gesto que podría haber evitado, porque Mara llevaba el escudo protector que minutos atrás se había encargado él mismo de proporcionarle y el ataque de Liria no había surtido efecto. Y sin embargo, él la había disparado sin miramientos; y lo que era aún peor, la habían abandonado en Sílica cuando ella seguía agonizando.

No es que se avergonzase de lo que había hecho. A pesar del mutismo de Trax durante el camino de vuelta y de las miradas hostiles que estaba recibiendo ya en Esmira, incluyendo las de la joven Ikino, algo en su interior le decía que era lo que tenía que hacer. Una persona que se había atrevido a levantar un arma contra Mara lo volvería a intentar en el futuro. A la larga, Liria posiblemente sólo habría causado problemas, pero eso no quitaba que se sintiese asqueado consigo mismo y con el acto que había llevado a cabo. Lo había vuelto a hacer. Otra vez.

Era tal la sensación de vacío y de repulsión que sentía que apenas había sido capaz de sacar fuerzas para acercarse a Mara y comprobar cómo se encontraba. La chica había viajado en la moto con Ikino, y tras la llegada a Esmira, la misma informante se había encargado de instalar a la joven dentro del pequeño cuarto de baño para evitar que pudiese escuchar o ver algo que delatase su posición y sus planes. Ni siquiera sabía si estaba consciente cuando hubo disparado a su compañera de pelotón y la había abandonado en Sílica, a su suerte.

Ciro se forzó a sí mismo a terminar el plato de comida. Necesitaba reponer fuerzas tras su incursión a Sílica, y era bastante probable que en breves tuviesen que salir corriendo de nuevo hacia otra parte. Tal vez si conseguía ocupar su mente en alguna tarea fácil de realizar, como por ejemplo la supervisión de su equipo y armamento, dejaría de pensar en Liria. Necesitaba a toda costa apartar la imagen de la exploradora de su cabeza.

Una mano se posó sobre su hombro antes de que hiciese el amago de levantarse del asiento. No hizo falta alzar la vista para saber de quién se trataba: de un salto ágil, Ikino se había sentado encima de la mesa y estudiaba la punta de sus pies a la par que los movía a destiempo. Ciro por su parte arqueó las cejas en un gesto interrogativo.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora