Capítulo 21.

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Las cosas no marchaban tan mal en la celda de Valia Alaine. Había conseguido mantenerse ociosa durante toda la semana atendiendo las peticiones que le llegaban a través del monitor, que no eran pocas. Había podido dormir a pesar de la molesta luz que jamás se apagaría, y la temperatura no era algo que le molestase en exceso gracias al uniforme termorregulador que llevaba puesto. Sí que era cierto que echaba en falta el escuchar otro sonido que no fuese el de sus dedos rozando el teclado táctil o el de su silla al desplazarse por el suelo, pero no pensaba sucumbir a la demencia.

Había intentado resignarse a no volver a saber de su hija hasta que la condena hubiese expirado, pero no podía evitar desviar sus pensamientos hacia ella o hacia los pelotones que habían salido en su búsqueda horas después de que los soldados la capturasen. ¿Estaría viva aún? ¿Estaría siendo sometida a toda clase de torturas o se encontraría plácidamente tumbada en su compartimento dentro del Cubo?

Valia sabía que los pelotones enviados por Tera jamás serían capaces de llegar hasta Mara por sus propios medios, y por ello había tratado de enviar un mensaje de auxilio a su contacto en la Tierra. En cuanto la dejaron en su compartimento para que recogiese sus pertenencias se puso manos a la obra. Había sido muy difícil inutilizar todos los cortafuegos y sistemas de seguridad que habían instalado en sus utensilios informáticos tras la reunión en la sección de mando, pero el hecho de que ella hubiese sido una de las desarrolladoras de los mismos había facilitado la tarea y creía haber conseguido anularlos todos, por lo que el mensaje debería haber llegado siempre y cuando su destinatario aún se encontrase en la Tierra. De ser así, los pelotones EX:A-2 y EX:B-18 contarían con apoyo logístico para llegar hasta Mara. Lo que ocurriese a continuación dependía de Ciro y de su contacto en la Tierra. Si entre ambos eran capaces de convencer o en su defecto anular la ofensiva del resto del pelotón, Mara podría ser rescatada.

La puerta de su celda se abrió a sus espaldas, sobresaltándola. Incorporándose de la cama observó cómo un hombre con el uniforme de la sección hospital, psicología y psiquiatría atravesaba el umbral y se situaba delante de ella. Valia permaneció quieta, a la espera de lo que pudiese ocurrir.

—Señora Alaine, cambio planes para usted. Acompáñeme.

La voz del hombre fue música para sus oídos, pero su efecto apenas duró unos segundos. Sin saber cómo tomarse la noticia, se incorporó y se sacudió el uniforme para tratar de presentar un aspecto más decente. Se calzó los zapatos bajo la atenta mirada del enfermero y se volvió a hacer la coleta para recoger aquellos cabellos que habían quedado sueltos al haber estado dando vueltas en la cama. El hombre la instó a salir de la celda con un gesto de su mano y acto seguido cerró la puerta.

Valia oteó ambos lados del corredor, esperando ver a alguien más. Estaban solos. El resto de celdas permanecían cerradas, posiblemente sin nadie dentro. No era frecuente la insubordinación en el Cubo; era algo que no beneficiaba a nadie.

Avanzaron a paso ligero por el impoluto pasillo cuyo suelo estaba tan lustroso que Valia podía verse reflejada en él mientras caminaba. Volvió a estudiar sus alrededores en busca de alguien más sin éxito alguno, consiguiendo así que una alarma saltase en su cerebro. Estaba segura de que debía haber un guardia de seguridad en el pasillo, tal y como había visto el día que fue ingresada.

—¿Qué pasa con el guardia de seguridad que había el otro día?

El enfermero hizo caso omiso a su pregunta y prosiguió su caminata, consiguiendo que la mujer se pusiese más nerviosa todavía.

Tras varios minutos de silenciosa marcha llegaron a la puerta que daba acceso al sector de las celdas de aislamiento, pero para sorpresa de Valia el enfermero no accionó su apertura, si no la de la celda contigua.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora