Capítulo 26.

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El Frente Multiversal Armado. Ciro se reía para sus adentros, imaginándose la cara que habría puesto al haber escuchado ese ridículo nombre si el mundo hubiese permanecido a salvo de la invasión por parte de los soldados de Sílica. Sonaba a título de película de ciencia ficción de bajo presupuesto. Y sin embargo allí estaba, rodeado de toneladas de silicio en un planeta desconocido y con dos aerodeslizadores capaces de alcanzar la velocidad del sonido en apenas unos segundos. Tampoco debía olvidarse de los sensores de movimiento que con toda seguridad se encontraban a escasos metros de su posición y que, en caso de ser activados, les obligaría a moverse hacia otra localización para no ser capturados.

Habían aterrizado en medio del vasto desierto tras haber eliminado a duras penas tres aeronaves, todas ellas enviadas por la mujer sin pelo llamada Bóriva, según Evey. La persecución les había costado la pérdida casi total de uno de sus transportes y la inhabilitación de parte de su tripulación. Iri permanecía inconsciente pero estable gracias a los zeptorobots, y Ciro apenas sentía la lengua tras habérsela mordido en una de las múltiples sacudidas del aerodeslizador. El brazo izquierdo también parecía haber perdido gran parte de su fuerza, porque aunque Evey y Sylvan le habían recolocado el hombro minutos atrás, las molestias permanecerían durante varios días. A pesar de todo, el explorador trataba de aparentar serenidad y bienestar; no pensaba darle a Valia la impresión equivocada después de haberla prometido que rescataría a Mara, costase lo que costase. Aún recordaba el ardor en sus orejas cuando la mujer le preguntó que por qué se arriesgaba de esa manera para salvar a su hija.

Como de costumbre, miles de preguntas le taladraban la cabeza: cómo había escapado Valia de su castigo o desde cuándo existía el tal F.M.A eran las más acuciantes, pero tenía un buen repertorio en la recámara esperando a ser contestadas en algún momento. Sentía la urgencia de hablar con Valia, aunque ella no se había dirigido a nadie más salvo a Evey desde el encuentro. Las dos mujeres se habían saludado efusivamente nada más verse y desde entonces habían estado parloteando en un idioma que ni siquiera los traductores que llevaban acoplados al oído eran capaces de traducir. Él tan sólo podía intentar deducir lo que se estaban contando por el gesto de sus caras o cuerpos, algo que parecían estar haciendo el resto de sus compañeros desde sus respectivas posiciones.

Las tres lunas de Sílica se encontraban casi alineadas en el cielo cuando ambas mujeres se giraron al unísono para dirigirse a los exploradores que permanecían en silencio, siguiendo atentamente todos sus gestos y movimientos.  

—Hay que salir de aquí. Nuestra base de datos indica que no estamos cerca de ninguna puerta dimensional silícola conocida, pero tenemos una a escasos mil kilómetros. Podrían alcanzarnos en menos de una hora.

Ciro apenas tuvo un par de segundos para contemplar la cara de Valia, antes de que ésta terminase de dirigirse a ellos y se girase para abrir su mochila. Lo había visto con total seguridad: tenía una quemadura de láser a la altura de su ojo derecho. Lo cierto era que, observando a la informática con algo más de atención pudo comprobar cómo los cordones de sus botas serpenteaban en el suelo y cómo el uniforme de explorador que llevaba puesto le quedaba visiblemente justo. No parecía haber traído casco o rifle con el que poder defenderse, aunque sí que portaba máscara y en la cartuchera de su uniforme parecía guardar una pistola casi más antigua que él. Todas esas señales parecían querer gritar que Valia había tenido que huir de su prisión en el Cubo y que había sido descubierta por el camino. La mujer permanecía con la mirada clavada en la pantalla del pequeño ordenador que había sacado de su mochila, evitando el contacto visual de todos los exploradores. Sus manos temblaban cuando se mantenían estáticas encima del teclado y el sudor perlaba su frente, haciendo que varios mechones de pelo se pegasen a su piel.

—Hay problemas en el Cubo, ¿verdad? —Ikino observaba a Valia a una distancia prudente de Evey y del resto de exploradores. Se había mantenido sentada hasta que elevó la voz para hacerse oír, incorporándose del suelo pero cuidándose mucho de no dar ni un paso.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora