Capítulo 6.

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Ciro pisó suelo terrestre junto a sus otros dos compañeros de viaje. Necesitó unos segundos para orientarse y enfocar con la vista lo que tenía ante él. A sus espaldas se encontraba la puerta nº 24, la cual ya se había desactivado para evitar que alguien pudiese chocar contra su campo de fuerza. De frente veía siete cabezas en hilera, avanzando hacia la salida del angosto callejón, y Ziaya cerraba el pelotón justo detrás de él. Las gafas infrarrojas no mostraban otros cuerpos que no fuesen los de sus compañeros, así que de momento no parecía haber peligro. Aun así, el explorador empuñó el rifle con ambas manos, preparado para intervenir si fuese necesario.

—Quietos, voy a asomarme para ver qué hay. —La voz de Trax sonó a través del auricular. Toda la fila de cabezas se paró de manera instantánea, a la espera de nuevas órdenes—. Despejado, a mi señal todos giraremos a la izquierda, pegados al muro. Quiero a Ikino y a Aera vigilando el frente, a Varik e Iri vigilando el costado derecho y a Sylvan junto a Ciro vigilando el izquierdo si fuese necesario. Ziaya se encargará de nuestras espaldas.

El pelotón se puso en marcha de nuevo. Ciro llegó a la esquina del edificio y escrutó a través de las gafas el panorama que tenía ante sus ojos. Lo que antiguamente fuera una rotonda enorme rodeada de edificios, ahora era un inmenso prado invadido por maleza. La hiedra había cubierto parte de los edificios derruidos, apoderándose a su vez de algunos escombros distribuidos a lo largo y ancho del terreno. La lluvia cayendo sobre las hojas producía un sonido que Ciro a menudo confundía con pasos, algo que también parecía ocurrirle al resto de exploradores a juzgar por sus constantes movimientos de cabeza hacia el origen del sonido.

—Mierda de lluvia —dijo Aera, sobresaltando a todo el mundo a través del auricular.

—Silencio —ordenó Trax—. En cien metros debemos salir de la rotonda y seguir por aquella calle ancha —prosiguió, haciendo gestos con la mano para que pudiesen verlo todos—. Allí estaremos muy expuestos, pero si tratamos de escondernos entre callejones tardaremos mucho en llegar al objetivo. Estad atentos.

Mantuvieron un ritmo de avance lento pero constante, pegados a las paredes. Al cabo de dos minutos llegaron a la calle por la que tendrían que continuar para llegar a la siguiente rotonda. Se trataba de un bulevar de cien metros de ancho, en el que aún descansaban los coches que dos años atrás se encontraban circulando sin saber que apenas un instante después varias bombas asolarían toda la ciudad.

Aquello iba a ser complicado. Los exploradores rara vez se movían por aquel tipo de calles. Eran vías demasiado anchas, sin apenas obstáculos donde poder resguardarse en caso de detectar un soldado. Pero esta vez era diferente. Con cada minuto que pasaba, el paradero de Mara se volvía más incierto, así que debían alcanzar el punto rojo del mapa en el menor tiempo posible.

—Avanzaremos entre la línea de edificios de la izquierda. Si fuese necesario, id hacia la hilera de coches y escondeos.

Ciro debía reconocer que la planificación de su capitán de pelotón los había salvado en más de una ocasión, y con el tiempo había aprendido a cumplir aquel tipo de instrucciones sin rechistar. Trax había sido Teniente Coronel antes de que se produjese la invasión, así que, a pesar de que Ciro nunca había tenido especial interés en saber a qué se había dedicado exactamente, intuía que el capitán sabía lo que estaba haciendo.

Se adentraron en el bulevar manteniendo la formación en hilera. Sylvan y Ciro vigilaban su flanco derecho, ya que el izquierdo lo tenían cubierto por las paredes descoloridas y medio derruidas de lo que antiguamente fueron majestuosos edificios. Resultaba extraño que en un lugar tan descubierto como aquel aún no hubiesen avistado ningún soldado, ni siguiera algún animal. No era muy común ver animales en las ciudades; si ya de por sí había pocos antes de la invasión, esas zonas habían sido las más afectadas por las bombas, por los gases tóxicos y por el agua contaminada. Sin embargo, en varias de sus exploraciones Ciro había podido ver enjambres de mosquitos que revoloteaban encima de aguas estancadas, e incluso había visto alguna que otra puesta de huevos de rana en las charcas que se habían formado dentro de los socavones. A veces sentía cierta envidia de ellos, los animales. La vida para ellos parecía transcurrir de manera habitual, como si la invasion no hubiese tenido lugar. Veían la luz del sol todos los días y podían respirar sin la necesidad de portar máscaras anti-gas. Pero sobre todo, eran ajenos al peligro que habitaba en el planeta.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora