Capítulo 9.

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Una brisa marina azotó el cuerpo del joven explorador. Tras abrir los ojos, Ciro pudo comprobar cómo sus botas se hundían en lo que parecía ser arena de playa. Con un gesto de sorpresa en la cara se quitó el casco, dejándose la máscara y las gafas puestas por precaución. El sol en el cenit brillaba con fuerza y provocaba destellos en los broches metálicos de su uniforme. A escasos metros de donde se encontraba, un mar oscuro como la noche lanzaba olas tranquilas y rítmicas sobre la orilla, produciendo un sonido agradable que Ciro hacía años que no escuchaba. A sus espaldas, una selva escandalosamente verde se alzaba majestuosa y salvaje, y amenazaba con hacer desaparecer a cualquiera que entrase en ella.

—¿Esto es la Tierra? —inquirió Varik, sacándole de su aturdimiento.

—De serlo, será una isla de esas que están en medio de la nada. Debemos de ser los primeros en pisarla.

—No lo creo. Mirad. —Iri señaló la costa—. Está claro que no somos los primeros.

Ciro siguió con la mirada la dirección que señalaba el dedo de Iri. La costa se extendía hacia ambos lados dibujando una ligera curva hacia el interior, lo cual reforzaba la teoría de que se encontraban en una isla. Si bien parecía que no había indicios de vida humana, Ciro pudo vislumbrar una luz blanca allí donde su compañera había señalado.

—¿Qué será eso? ¿Un faro?

—Es un casquete metálico —repuso Ikino.

Antes de que Ciro pudiese contestar, la voz de Aera le interrumpió.

—Si Sylvan no hubiese subido por aquellas escaleras, podríamos haber huido para pedir refuerzos —murmuró mientras le quitaba el casco a su compañero.

—Seguro que sí. Tera habría mandado cien pelotones para salvarnos el culo, sobre todo teniendo en cuenta que estamos en misión "especial" —respondió Ciro con tono sarcástico.

—Si nos hubieseis dicho algo y no os hubieseis callado como perros no habría pasado nada de esto —contraatacó. Su voz parecía estar a punto de romperse por la rabia.

—Y lo hemos hecho.

—¡Y una mierda! ¡No habéis abierto la puta boc...!

—¿De verdad me crees capaz de no avisaros, aún a sabiendas de lo que probablemente iba a ocurrir? ¡¿De verdad?!

La exploradora enmudeció y Ciro no tuvo más remedio que dar un largo suspiro para tratar de calmarse. Sabía que Aera podía ser tan explosiva como él, y más en aquella situación de descontrol. Sin decir palabra, se agachó para evaluar la situación del segundo al mando en su pelotón. Sylvan continuaba sin dar señales de vida. ¿Cuánto tiempo podría permanecer en aquel estado? Ikino les había advertido de que necesitaba ser reanimado cuanto antes, o la catalepsia daría paso a una muerte real.

—La sección de defensa no sirve para una mierda —masculló con irritación—. ¿Hay algo que el uniforme sea capaz de parar, además de las balas convencionales y las armas láser que los soldados no usan?

Estaban tan concentrados en Sylvan que ninguno se percató del sonido provocado por la apertura de la puerta dimensional.

—A veces me sorprende lo estúpidos que podéis llegar a ser. —La voz del soldado rompió el tranquilo sonido de las olas del mar de manera grotesca—. Coged al chico y andando, deprisa —añadió con el arma apuntando en su dirección. Acto seguido, propinó un ligero puntapié al herido y comenzó a andar hacia la selva.

Sin decir nada, los nueve exploradores se dispusieron en fila y avanzaron en línea recta siguiendo las órdenes del soldado. Ciro y Aera llevaban a Sylvan, cuya carga dificultaba el avance. El chico dirigió una mirada a su compañera para evaluar cuánto tiempo más podría cargar con el explorador. Ella refunfuñaba en su idioma a través del intercomunicador, y a pesar de no haberse quitado las protecciones de la cabeza, Ciro sabía de sobra que en aquel momento su amiga estaría mordiéndose los labios en un intento de apaciguar su ira. A él tampoco le había hecho gracia la patada que el soldado había dado a Sylvan, pero sabía que a Aera le había sentado mucho peor.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora