Prólogo

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Termino de repasar y arreglar mi maquillaje de zombi cuando llaman al timbre. Deben ser mis amigos, que vienen a buscarme para dar una vuelta.

En seguida escucho a mi madre exclamar un "Voy yo" y sus pasos dirigiéndose a la puerta. Poco después percibo un grito fingido de terror. Así que, sí, han tenido que ser ellos.

Pongo los ojos en blanco y sigo matizando un poco más la piel podrida que amenaza con caerse a trozos, como si fuera de verdad. Este año tengo que ser la que más miedo dé; Shaila no puede ser otra vez la mejor. Ni de lejos. Este Halloween tengo que ser la más realista, aunque sea dentro de lo que cabe.

Me miro en el espejo de cuerpo entero y analizo el estado de mi disfraz. Tal vez no sea el más original ni el mejor de todos, pero para haberlo hecho yo sola, está bastante bien. Así que decido que estoy lista, me pongo las zapatillas y empiezo a ensayar el paso de muerto viviente y, cuando lo tengo, salgo al pasillo haciéndolo.

Mis dos amigos me miran mientras que mi madre halaga sus vestimentas, aunque no son nada del otro mundo; cualquiera diría que tienen dieciséis años. Uno iba blanco debido a los polvos de talco que hacía que tuviera cierta similitud con la piel de un vampiro. El otro, en cambio, había cogido un saco viejo, le había hecho unos cuantos agujeros y se lo había puesto en la cabeza, acompañándolo con una camisa blanca, unos pantalones y unos tirantes negros.

Detrás de mi madre, mantengo una postura de pesadez, como si me costara mantenerme en pie, y toco su hombro levemente. Cuando se gira a una velocidad bastante rápida, suelta un grito, esta vez sin que fuera fingido, y se lleva una mano al pecho para recuperar el aliento.

Comienzo a reírme, al igual que los dos chicos. No pretendía haberla asustado de ese modo, pero si lo había conseguido, supongo que significaba que había logrado lo que pretendía después de pasarme varias horas frente al aparador echándome mil y un potingues en la cara.

—¡Vaya! Estás... ¡terrorífica! —dice el vampiro cuando consigue recuperar la compostura.

—¡Normal! Me ha dado un susto de muerte —contesta mi madre.

La mujer se carcajea y yo pongo los ojos en blanco. Mis amigos, por lo que quiero pensar que ha sido mi actuación, comienzan a hacer lo mismo que mi madre.

—Después de todos estos chistes o comentarios graciosos, aunque sin gracia, sobre los disfraces de Halloween o los zombis... ¿nos podemos ir? -pregunto.

El otro chico se encoge de hombros. No sé muy bien si porque no quiere hablar o porque le da igual tener que soportar los maravillosos momentos cómicos de mi madre, pero lo hace. El vampiro me deja a mí la decisión al contestar un simple "Lo que quieras". Eso, para mí, es un sí.

Comienzo a andar hacia la puerta y, cuando voy a coger el pomo, la voz de mi madre me interrumpe. "Te falta una cosa", creo que dice. Agarra el bajo de mi camiseta blanca, adornada con gotas de un imitador de sangre, y le hace una raja hasta la mitad. Decido mirarme en el espejo de la entrada y, definitivamente, eso era uno de los puntos que faltaban.

—Gracias, mamá —digo, sujetándoles la puerta a los dos chicos para que salieran.

Hago lo mismo que ellos después, pero mi madre me vuelve a detener con sus palabras, que recita otra vez como si fuera un discurso que tiene preparado para cuando salgo.

—Tened cuidado con lo que hacéis. No bebas y no tomes nada por ahí que...

—Ya, mamá. Ya lo sé.

Me giro y, cuando estoy a punto de cerrar la puerta, la sujeta y se asoma un poco para murmurar una cosa más.

—No te acerques al colegio. Acuérdate de...

—Sí, mamá —me quejo—. Hasta luego.

Dejo la puerta abierta para que cierre ella cuando le apetezca. Parece que no quiere que me vaya cuando me dicen de salir. Es lo que le digo siempre. "Si salgo, porque salgo. Si no salgo, porque no salgo", le contesto algunas veces de mala gana. Y es verdad. Hay días que no entiendo ni lo que quiere que haga.

Agito la cabeza para deshacerme de las discusiones que estoy acostumbrada a tener con mi madre y me acuerdo de la que falta para que esté el grupo al completo.

—¿Y Shaila? —pregunto, mirando al vampiro.

Los dos se miran, aunque el del saco no sé muy bien si puede ver algo. Entonces me vuelven a mirar y el de piel pálida sonríe, permitiéndome verle unos colmillos afilados, aunque se nota que son falsos.

—Ha tenido un pequeño problema con su disfraz. Vamos a ver si está lista ahora.

Asiento con la cabeza y ponemos rumbo a su casa. Nos está esperando en la puerta, sentada en los escalones y jugueteando con lo que parece ser una cola. Justo en ese momento se pone en pie y la recorro con la mirada, incrédula ante su traje. ¿Una gata? ¿En serio? ¿Y con un tutú? ¿Eso qué tiene de Halloween?

—¡Vaya, Shaila! Estás... ¡preciosa! —dice el vampiro, colocándose su capa.

—Tú estás muy... —piensa—, blanco. No serás un paliducho de esos, ¿verdad?

Parece que lo dice de broma, pero la conozco lo suficiente como para saber que lo dice para meterse con él y su elección. Quizá se haya pasado y parezca casi blanco nuclear, pero tampoco es para eso. En cambio, él se ríe. Las palabras que le dedica al otro tampoco es que sean muy agradables.

—Y tú —le señala con la barbilla—, ¿es un saco de patatas lo que tienes en la cabeza?

No sé cómo reacciona, ya que la tela no me permite verlo, pero no he podido escuchar ninguna risa ni nada por el estilo. Tal vez le hagan tanta gracia esos comentarios como a mí.

—Y tú... —dice, esta vez fijándose en mí—, ¿es que te ha pillado un tráiler viniendo o qué?

Me gustaría decirle lo que pienso de cómo va disfrazada, pero me lo guardo y contesto otra cosa.

—Se supone que hay que dar miedo.

—Tú lo das de continuo, blanquita —responde.

—Al menos no me disfrazo de algo que soy —espeto.

Abre la boca para contestarme, pero ambos chicos la detienen a tiempo. Saben que si empiezo, no acabo nunca, y no estoy muy por la labor de soportarla con ese tono de fanfarronería en la voz.

—Vámonos de aquí. No estamos haciendo nada —murmura el del saco, y ambos chicos comienzan a andar.

Después de un buen rato caminando y en silencio, yendo en una dirección que no me parece la más adecuada al saber a dónde nos acercamos, se detienen en la acera de enfrente del colegio abandonado.

—¿Entramos? —pregunta el del saco.

Shaila asiente, sin pensárselo dos veces, y comienza a cruzar la carretera.

—¿De verdad pensáis entrar ahí? —cuestiono—. ¿Acaso estáis locos?

—Vamos, zombi. ¿Tanto te asusta un colegio? —dice ella.

—No es que me asuste, y mucho menos el colegio. Es respeto, y a lo que cuentan de él.

La gata suelta una risotada.

—Es una estúpida leyenda, Selene. ¿En serio le tienes miedo a un edificio abandonado? —se burla.

La miro con cara de pocos amigos mientras que los tres se adentran por el jardín de entrada del centro que ahora no tenía ningún uso. Y cuando están cerca de la puerta, aun sabiendo lo que puede pasar ahí dentro, grito:

—¡Eh! ¡Esperadme!

Y comienzo a correr. Veo como Shaila y Iago, el vampiro, sonríen, como si celebraran la victoria, y como Ronnie, el espantapájaros, se acerca para esperarme en mitad del camino de baldosas viejas que da a la entrada, quitándose el saco.

SeleneΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα