Capítulo 11

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Por la mañana, no escucho el sonido del despertador. Mis oídos simplemente alcanzar a percibir la suave voz de mi madre, diciéndome que si me encontraba con los ánimos suficientes como para ir a clase. Y, aunque sea increíble para la mujer, mi respuesta es afirmativa. Así que me levanto de la cama y cojo la ropa que me voy a poner en este triste día de un miércoles dos de noviembre, dos días después de que tres de mis amigos murieran en un colegio abandonado por una fuerza extraña a la que, todavía, no le he encontrado explicación.

Después de desayunar un triste zumo de naranja natural, puesto que no tengo más apetito, me recojo el pelo en una coleta alta, dejando libre el flequillo, y me calzo las botas altas negras, atando fuerte los cordones. Y, tras volver al salón, mi padre me pregunta si estoy segura de ir al instituto. Él también recibe la misma respuesta que su esposa unos minutos antes. Así que se ofrece para llevarme en coche, a lo que accedo sin dificultad.

En el trayecto no estoy especialmente habladora que se diga. Únicamente me concentro en el paisaje que veo pasar por mi ventanilla. Siempre o, al menos, desde que tengo uso de razón, me ha gustado ver las copas de los árboles que crecen en los estratos más bajos del valle que hay que cruzar para llegar a la ciudad. Son diferentes tonos de verde que brillan con los rayos de sol que inciden sobre ellas, vivas y alegres como ellas solas. Y me recuerdan al color de la esperanza, ese que me dice que no me rinda pase lo que pase.

Hasta que toda la paz que me formaba desaparece cuando me vuelve a la mente todo lo que ha ocurrido, lo inexplicable, extraño, diferente, paranormal. Y, es entonces, cuando vuelve a apoderarse de mí aquel tic que creía haber perdido hace varios meses porque Shaila me dijo que era raro.

—Cariño, relájate —susurra mi padre, mirándome de reojo—. ¿Quieres que volvamos a casa?

Niego con la cabeza rápidamente un par de veces. Tengo que ir y afrontar lo que se me venga encima, aunque sea el mundo. Y si los Emerson, Besson y Stenberg no se lo han comunicado al director, tengo que hacerlo yo. Aunque me resulte difícil.

—Estoy bien. Estoy...

Pero me callo cuando lo voy a repetir, no sé si para convencer a mi padre o a mí misma. Simplemente guardo silencio, porque lo que veo delante me devuelve a la caída libre del pozo sin fondo en la que estoy sumida cuando me encuentro sola. Y, es que, lo que tengo delante, en medio de la carretera, es espeluznante, aunque ya lo haya visto un par de veces. Es la chica de la imagen, la que se materializa en mi casa.

Los segundos pasan despacio mientras tiene la cabeza gacha, pero parece que cobran una velocidad todavía más ralentizada mientras la levanta y me mira a los ojos con sus penetrantes pupilas negras. Me invade la sensación de que, aunque sea un fantasma y no pueda ver a través de ella, ella sí que tiene esa posibilidad conmigo. Y eso me da miedo.

Y la veo hasta que choca con el coche, lo atraviesa entre mi padre y yo, y desaparece como ha venido, en un abrir y cerrar de ojos. Aunque ha dejado algo diferente en mí, y es el miedo de lo que pueda hacer. ¿Será capaz de atravesar una caja torácica y arrancar un corazón o también pasaría por en medio de él? ¿Podría apoderarse de un cuerpo?

—Selene, hija, ¿qué te pasa? —pregunta mi padre—. Parece que has visto un fantasma.

"Y es lo que acaba de ocurrir", digo para mis adentros.

Pero no sé exactamente qué responderle. La verdad no, está claro. Mi madre quizá me lo permita, pero el dentista que está junto a mí no. Eso lo tengo claro. Así que solo puedo hacer una cosa.

—Nada. Que me acabo de acordar de los deberes de Literatura. Se me ha olvidado que tenía que hacerlos —miento.

Medita lo que contestar. Lo sé por cómo mira al frente con los ojos entrecerrados hasta la entrada de la ciudad, unos minutos más tarde. Es entonces, al estar a unas manzanas del instituto, cuando se le ocurre una idea que cree ser brillante.

SeleneWhere stories live. Discover now