Capítulo 9

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Las horas pasan y yo no sé qué hacer. No tengo apetito, ni sueño, ni ganas de nada en especial. Simplemente siento impotencia, cansancio, nerviosismo, curiosidad, y un caos en la mente que es imposible de entender u organizar. Soy incapaz de hacer cualquier cosa que no sea moverme de la cama, el baño, la cocina o el salón. Pero no hago algo en concreto. Simplemente camino, como si eso me fuera a ayudar lo más mínimo. Hasta que me canso de recorrerme toda la planta de la casa y me tiro en la cama, con la vista fija en el techo.

Los echo de menos. A todos. Incluyendo a Iris, aunque fuera la peor de todas o, como la ha calificado su hermana, una mala pécora. Y es que todo en ella encajaba con ese calificativo. Tal vez Patty tuviera razón y haya sido una venganza del pasado lo que se la ha llevado. Puede, y solo es una posibilidad, que tenga razón y sea lo que fuere lo que le sucedió hace un año, se lo tuviera merecido.

Sigo cavilando, recordando todo lo que he pasado con ellos, incluyendo lo bueno y lo malo. Y mi antigua mejor y única amiga ha dicho la verdad al mencionar que olvidé todo lo que me hicieron cuando ella se quedó sola. Porque todo lo previo a ese día que tuviera relación con Iago, Shaila y Ronnie y mantuviera en mi memoria se resumía en una palabra que estamos muy acostumbrados a escuchar y, aunque no nos demos cuenta, a ignorar. El tan conocido bullying, lo que también sufría Patricia en secreto y me ocultaba para no asustarme. Y siento no haberme preocupado más por ella cuando tuve la oportunidad. Fui una estúpida, egocéntrica y mala amiga cuando decidí cambiarla por los tres que he perdido esta noche. Y puede que todo esto haya sido por mi culpa.

Y todo sigue rondando por mi cabeza hasta que el teléfono comienza a vibrar a un lado de la colcha, donde lo he dejado después de llamar a la casa de los Valentine. Contesto, sin ni siquiera mirar el identificador, y me coloco el móvil en la oreja.

—¿Sí? —susurro.

Pero nadie contesta. Al otro lado tan solo escucho una respiración entrecortada, y comienzo a estremecerme. No estoy acostumbrada a situaciones como esta, y mucho menos después del cúmulo de cosas que me han sucedido en las últimas doce horas más o menos.

—¿Sí? —repito.

Obtengo la misma respuesta. La duda se convierte en peligro, inseguridad. Tal vez sea un maníaco intentando meterme el miedo en el cuerpo. Y, si es así, lo está consiguiendo. ¿Quién narices me está llamando? Solo hay una forma de averiguarlo. Así que miro el número que hay en la pantalla y descubro que no lo tengo memorizado en el dispositivo. Genial.

—Esto... —tartamudeo—, esto no tiene gracia. Voy a colgar.

Justo cuando voy a hacerlo, escucho el susurro de mi nombre, tan ahogado que parece una ilusión, un producto de mi imaginación. Necesito volver a oír esa voz para saber quién es.

—¿Sí?

—Selene... —insiste esta—, confío en ti. Yo..., creo que sí, que existen los fantasmas. Te creo.

Es Patty. Es ella. Sabía que me iba a llamar, aunque pensaba que no iba a tardar tanto. Pero no me quejo. Al menos, lo ha hecho, y es más de lo que podría esperar después de todo.

—¿Qué ha pasado? —cuestiono rápidamente.

Escucho de nuevo la respiración al otro lado, nada más. El resto está tan terroríficamente silencioso que me pone la piel de gallina. Le ha debido ocurrir algo para que me diga eso, sin más. Tal vez haya sido algo parecido a mi experiencia.

—Cuando he llegado, yo..., me he encontrado unas cosas en mi ordenador, y lleva apagado desde el domingo —murmura—. Nadie lo ha tocado. Simplemente, está esto abierto. Selene, tengo miedo.

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