Capítulo 3

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Sigo caminando, aunque en contra de mi voluntad, hacia el interior del colegio. Pero no tengo miedo de que nada me ataque, sino de personas que hay en su interior, gente que me odia y me quiere hacer la vida imposible.

Miro a una pareja de chicas que me dedican una media sonrisa y señalan una puerta del pasillo de la izquierda. Me gustaría saber qué hay allí, pero mi cuerpo se niega a obedecer y caminar. Hasta que vienen y me cogen cada una de un brazo y se los ponen como si fueran de jarra. Parece que quieren disimular que me están obligando a ir, aunque dudo que alguien se dé cuenta.

Comienzo a andar lentamente forzada por ellas, pero no puedo gritar o decir nada; no me salen las palabras. En cambio, miro en todas direcciones, techo y pared, y no me puedo creer lo que estoy viendo. Nunca habría creído que este sitio ha sido así. ¿Qué pasó para que acabara en tan malas condiciones?

Abren la puerta y estoy a punto de sollozar cuando veo a dos chicos dados la vuelta y riéndose. Las que me tienen todavía cogida me sueltan y cierran la puerta para, más tarde, bloquearla con una silla. ¿Qué me quieren hacer aquí?

Cuando uno de ellos, el moreno, se gira mientras el otro hace algo que ni siquiera llego a imaginarme, me mira y me recorre con la vista.

—¿Estás lista para la bienvenida? —pregunta.

Trago saliva y, pese a estar al borde del llanto, me lo aguanto y alzo la cabeza para fingir que me da igual. Por dentro, en verdad, algo me dice que ya no tengo dignidad por culpa del grupo que me rodea.

—Si fuera una bienvenida, vosotros también tendríais que hacerlo, ¿no? —contesto.

Suelta una carcajada y murmura un "Muy lista" que no estoy muy segura de si han llegado mis oídos a escucharlo. En seguida se gira el otro y levanta las cejas en señal de saludo. Algo dentro de mí se revuelve cuando me acerca la mano para retirarme un mechón de la cara, pero yo me aparto como puedo para que no me toque.

—¿No creéis que Selene ha cambiado mucho este verano? —pregunta una de las chicas—. Se le ve muy guapa, ¿no?

El chico que se había intentado acercar a mí cuando se giró, gruñe, como si fuera un perro. Parece que le molesta que hagan ese tipo de comentarios. A mí, mientras tanto, me gustaría mirarme, pero no quiero perder de vista a los dos chicos que sé que me van a hacer algo. Aunque tampoco es que pueda hacerlo.

Pero, un momento, ¿saben cómo me llamo? ¿Me conocen de algo? ¿Quiénes son?

Todo esto es muy raro: el colegio, que no reconozca a ninguno de los cuatro con los que estoy en esta clase, pero, sobre todo, que no pueda decidir sobre mis actos o mis palabras. Es como si ya lo hubiera vivido antes, como si lo supiera todo y, a la vez, no tuviera la más remota idea de la más que absoluta nada.

El chico que me ha recibido aquí se gira hacia la mesa y comienza a silbar una canción, una que ya he oído antes en este mismo sitio. Pero no puedo exigirle que me diga la letra; no me salen las palabras. Y mentalmente no puedo darle una lírica.

Unos segundos más tarde, después de mover y causar que choquen varios recipientes de cristal, se calla. Pero el silencio no dura más que el tiempo sin que haga ningún otro ruido.

Permíteme que vuelva a preguntarte —dice—. ¿Estás lista para la bienvenida?

Aprieto la mandíbula, sin saber exactamente qué decir. Entonces, las palabras salen solas de mis labios como si fueran veneno.

¿Lo estarías tú en mi lugar sin siquiera saber qué artimaña se han inventado este año para intentar amargarte?

Todos se me quedan mirando, estupefactos. Y, al fin, me doy cuenta de que he hecho tanta fuerza con las manos que me he clavado las uñas y me está saliendo sangre. Pero no dejo de ejercer esa presión. No puedo.

SeleneWhere stories live. Discover now