Capítulo 16

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Cuando llegamos a casa, decido llamar a Patty para avisarle de lo que ha ocurrido. A lo mejor piensa que me ha pasado algo, y no es necesario que se preocupe por mí. Aunque puede que no le importe demasiado. Me temo que siempre existe esa posibilidad, y mucho más con mi pesimismo sumido en la tristeza actual; estoy peor que nunca en cuanto a eso.

Intento encender la pantalla del teléfono, pero esta no hace ni el más mínimo esfuerzo por funcionar. Está completamente roto, como me imaginaba. Después de tal golpe, ni yo en mis peores circunstancias pensaría que podría emitir la más mínima luz. Pero tenía que intentarlo.

Salgo de mi habitación y me dirijo a la cocina, dónde mi madre se encuentra sentada frente a la isleta. Está pensativa, de nuevo, como si algo le rondara la mente. Solo espero que no sea el accidente otra vez.

—Hola —susurro, acercándome a ella—. ¿Qué te pasa?

Rápidamente levanta la vista y me mira fijamente, como si buscara una razón por la que haya venido a la cocina. Y sé que la encuentra en mi mano, aunque decide ignorarla por el momento.

—Nada, cielo.

Asiento con la cabeza mientras me acomodo frente a ella y apoyo la barbilla en mis antebrazos, aunque sé que es mentira. Quiero saber qué piensa, qué se le está pasando por la cabeza ahora mismo y desde el lunes. Debe haber algo que me oculta, y desconozco el porqué.

Saco la mano de su escondite y le dejo delante lo que queda del dispositivo tecnológico que solía llamar móvil, porque ya no es nada de eso. Si antes era un objeto inerte, ahora lo es aún más si cabe. Triste realidad.

—¿Crees que hay esperanza? —pregunta.

Me encojo de hombros, todavía recostada sobre la encimera de mármol. No sé exactamente qué decir.

—Depende de qué estemos hablando —susurro sin más.

Ahora es ella la que intenta meterse en mi mente, averiguar a qué me refiero. Y ha sido una metedura de pata por mi parte, porque no me apetece comentar nada de ello y ahora me tocará hacerlo. Siempre hablo de más.

—Si nos referimos a la esperanza de seguir adelante después de una enfermedad, la hay; o yo lo veo así. Si ya llegamos al tema de la esperanza de evitar la muerte, el dolor o la vida, lo dudo. De no enamorarse, difícil. Y si pensamos en que puede que tengamos un final feliz, es inevitable no tener esperanza, aunque eso solo exista en los cuentos. Pero lo que realmente creo es que no hay vida después de la muerte, y lo último que hizo ese pequeñín fue una llamada. O, al menos, no creo que haya una vida en la que todos estemos en el Cielo, seamos felices y comamos perdices, cuidemos a nuestros familiares que aún sigan trotando por este mundo y nuestro Dios nos proteja o nos llame a la batalla cuando se trate de derrotar al mismísimo Satán si intenta meterse en sus territorios; porque me temo que el Todopoderoso es tan real como mi amor hacia el brécol.

Pestañea repetidas veces y medita mis palabras durante unos segundos, intentando encontrarles sentido. Pero no lo tienen. Y si lo hace, descubriré que mi madre es un genio y no como la mujer mediocre que me quiere hacer creer que es. Pero sé que no es así, que tiene una imaginación descomunal que oculta sin razón aparente, y es fácil de llegar a ello por las fotografías que toma cuando trabaja. Y, cuando no, también. Son, simplemente, increíbles.

—¿Qué quieres decir? —duda, al fin.

Sonrío y agacho la cabeza, apoyando ahora la frente en la muñeca. Hace mucho que no me abro de tal forma con ella pese a la relación tan cercana que tenemos. Dicen que suele ser por mi edad, porque soy una adolescente y dejamos de querer estar con nuestros padres, pero dudo que sea así en mi caso.

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