Capítulo 17

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Escucho la melodía predeterminada del teléfono indicándome que me están llamando. Y eso es lo que hace que desvíe mi atención del muñeco y vuelva a la realidad, a lo que realmente me rodea, y no siga pensando en lo que vi en la casa abandonada. Así que salgo a toda prisa, con el señor Bubú entre las manos, y me adentro en mi habitación para contestar antes de que quien quiera que sea decida interrumpir la llamada.

—¿Sí? —pregunto.

Y, casi sin dejarme terminar esa breve palabra, alguien habla al otro lado de la línea.

—¡Selene! ¡Dios Santo! ¿Por qué has vuelto a colgar sin avisarme? ¿Se puede saber qué demonios te pasa?

La verdad es que no sé por dónde empezar ahora, si por excusarme y contarle sobre el accidente, la conversación con mi madre o, directamente, sobre el oso de peluche que he encontrado en mi casa. Aunque tal vez sea una mejor idea comenzar por el principio.

Le narro lo que ha sucedido desde las interferencias hasta el momento en el que me he topado con el peluche de la visión. Todo esto, claro, sin pasar por alto lo raro que me ha parecido que solo escuchara yo el pitido y tuviera la sensación de que me estaba guiando allí ni lo de las heridas, nombrando brevemente los dos empujones que he experimentado y que se me ha roto el móvil por culpa de uno de ellos. No digo nada de lo que he pensado sobre nosotras, y mucho menos a todos los que vi en la puerta del colegio antes de salir corriendo y llegar a la casa abandonada donde he morado sin pretenderlo; lo haré mañana cuando la veasona.

—Vale, ahora decide algo que olvide, porque es demasiada información para mí en... ¿cuánto? ¿Cinco minutos? —bromea.

Sonrío. Ambas sabemos que lo ha entendido todo a la perfección, pero quiere quitarle hierro al asunto de alguna forma. Y está bien. Si no fuera por ella, estaría subiéndome por las paredes como una loca, habría retomado mi manía de morderme las uñas y acabaría arrancándome uno a uno cada pelo de la cabeza por la ansiedad que me imvadiría. Al menos, la tengo a ella, y debo dar gracias por ello.

Vuelve a citar rápidamente todo lo que le he dicho, preguntándome, tras esto, si estoy segura de que me encuentro bien. Hace que ruede los ojos, desesperada. No sé cuántas veces habré dicho que sí, que no me pasa nada pese a la caída. Acaba accediendo, aunque dice que me nota la voz rara.

—Vamos a ver, Patty. ¿Cómo pretendes que esté como un día de continuo, uno de los asquerosamente normales y corrientes, después de todo lo que ha pasado?

Pero, a decir verdad, preferiría que fuera como aquellos en los que me aburría en mi cama después de hacer los ejercicios porque me había cansado de ver vídeos, series, películas, o no me enganchaba el libro de lectura del instituto de una forma plena. Esos eran rematadamente mejores que estas últimas horas de impotencia, miedo, ansiedad, curiosidad, dolor, incógnitas y mentiras ocultas que no consigo alcanzar.

—No lo sé, la verdad. Pero estás... ¿cómo decirlo? ¿Pensativa? Sí, eso. Parece que estás absorta en tus ideas y lo que se te pasa por la cabeza.

Puede que tenga razón, aunque sea la más mínima, porque sigo intentando encontrarle sentido a la relación que tiene mi madre con lo que está pasando, a sus escuetas respuestas y búsquedas de escapatorias de las conversaciones sobre los temas que la asocian con todo esto. Y eso, además, me devuelve a la misma pregunta: ¿es una Wadlow y hermana de quien provienen las visiones? Puede ser, pero también cabe la posibilidad de que sea su tía o alguien cercana a la familia, porque no estoy segura de que ese fuera su apellido de soltera.

—¿Te apetece ser detective por internet una vez más? —pregunto.

Suspira y dice:

—Sorpréndeme.

SeleneNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ