Capítulo 24

45 7 34
                                    

Abro los ojos y me encuentro en una sala sin luz ni sombras, sumida en una oscuridad en la que me puedo ver perfectamente, pero en la que no hay nada más. Ni siquiera alcanzo a distinguir dónde el suelo se convierte en pared y viceversa, y menos a la distancia que están estas de mí. Solo veo ese vacío negro que me rodea en todas direcciones. Lo más extraño es que siento el corazón a una velocidad excesivamente reducida y el espacio en el que estoy tiene una fuerza que me tranquiliza, aunque no sé de qué proviene.

Vuelvo a dar otra vuelta sobre mí misma en busca de algo con lo que no se hayan topado mis ojos aún, aunque sea un ínfimo destello de luz que me indique cómo salir de aquí. Pero no lo hay, por lo que recurro al segundo plan: comenzar a andar hasta que consiga llegar a algún sitio. Lo peor es que no tengo ni la más remota idea de dónde estoy o si vislumbraré ese lugar hipotético al que me refiero, y eso mismo que me mantiene en calma es lo que me hace pensar que no voy a llegar a ningún lado.

Doy un par de pasos cautelosos para cerciorarme de que lo que tengo bajo mis pies no se va a hundir ni contiene nada que resulte peligroso. Por suerte, es normal; o todo lo que puede serlo algo así. Y, de cualquier manera, sigo calmada, y no sé cómo o por qué. ¿Qué se supone que hay aquí dentro? Y ¿dónde se supone que estoy?

Camino sin rumbo en busca de alguna solución, esperanzada por encontrar un salida o una respuesta a una de las tantas preguntas que me rondan por la cabeza últimamente. He averiguado algo en el colegio, sí, pero quiero hacerlo sin necesidad de meterme de forma inapropiada en algún edificio y ver fantasmas, ciertos muertos de mi entorno o alucinaciones; con simple deducción, me basta. Pero esa confianza que conservo en la independencia que tienen mis visiones de mis avances no hace más que desmoronarse por segundos, igual que mi cordura después de darle tantas vueltas a las cosas.

A los pocos segundos me doy cuenta de que no se escucha nada, ni siquiera mi propios pasos, y me detengo. Me giro para mirar en todas direcciones, y parece que no me he movido desde el sitio originario en el que estaba. Pero conservo todavía esa paz interior que me incomoda. O eso creo, porque tampoco noto una irregularidad en la velocidad de mi respiración y, si no me llego a fijar, no me habría dado cuenta de que estoy haciéndolo. Al menos, ahora tengo la certeza de que no estoy muerta.

—Esto tiene que ser una broma —susurro tras suspirar.

Después de mi comentario, a mis oídos llega una carcajada lejana que me resulta familiar, a la que he estado acostumbrada a oír durante mucho tiempo por una razón u otra, y después unos pasos en la dirección contraria. Me vuelvo rápidamente y turno la vista en ambas direcciones, alterándome ahora levemente, pero sin encontrar a nadie. Quizá sean solo alucinaciones, productos de mi más que deformado sentido de la realidad e imaginación. Y no sé si es bueno darse cuenta de que no puedo ir alardeando de la carente cordura que sé que tengo, a decir verdad.

Intento mostrarme segura de mí misma y que no me aterra lo más mínimo la idea de que haya, como mínimo, una persona que parece reírse de mí en un lugar completamente negro y desconocido caminando en la misma dirección que tenía al principio, sin girarme. O eso es lo que creo que hago, porque ya desconozco hacia qué lado me movía. Y siento que una pequeña gota que representa al agobio que se avecina choca con mi pie, como si estuviera a la orilla de un mar; ojalá y nada cause un tsunami que me lleve definitivamente a la amargura.

Tras unos segundos de silencio, vuelve a mí la melodía que escuché en la visión del gusano, pero continúa sin letra. Eso solo hace que la sensación de angustia sea todavía mayor y, como si fuera un movimiento reflejo, salgo corriendo. Pero la canción suena más cerca y cada vez procedente de más direcciones con diversas tonalidades. Hasta que me rodea y veo una capa pasar justo por delante de mí, causando que chille y me caiga al suelo del sobresalto, haciéndome un ovillo para protegerme de lo que quiera que sea que está por todos lados y más próximo a mí por cada segundo que pasa. Hasta que, estando encima de mí, las voces la tararean una última vez todas juntas mientras que intento acallarlas con mis gritos. Y, cuando creo que me voy a quedar sin aire para continuar con mis alaridos repletos de locura, todo se sume en una profunda calma y lo único que se escucha son mis jadeos.

SeleneWhere stories live. Discover now