10. Conticinio

598 70 60
                                    

"La hora de la noche en la que todo está en silencio."

Domingo, 27 de octubre de 2020.

18:31.

Saqué el móvil de mi bolsillo para poder ver la hora.

—Joder Damián. ¿Qué estás haciendo para tardar tanto?

—Ya voy, me queda poco.

Llevaba ya unos minutos esperando a que Damián se vistiese. No me importaba esperar, pues estábamos hablando a través de la puerta, y era gracioso hacerlo así. No tenía ni la remota idea de dónde llevarlo, tanto tiempo intentado organizarlo todo y no sabía qué hacer. En Sevilla había mucho por ver, pero teníamos poco tiempo. Por eso mientras se preparaba, yo me ponía a pensar.

Inconscientemente salió una pequeña sonrisa, recordando todos los lugares dónde iba con mis padres y Amelia. Pero ahora por el tema del trabajo, los estudios...Entre otros más motivos, no lo estábamos haciendo más seguido. Y justo en ese instante me di cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo y lo poco conscientes que éramos.

Y es que el tiempo era tan impredecible que no te dabas cuenta del pasar de las horas, los minutos o los segundos. Aunque su subjetividad también predominaba, para alguien podría pasar cinco segundos que para otra se hicieron horas. Pero lo que más me dolía de la intensa agilidad del tiempo, era de la capacidad que tenía de hacernos recordar momentos que no nos daríamos cuenta nunca que queríamos volver a vivir, a sentir y a notar.

Tantos recuerdos se instalan en nuestra mente que no podemos controlarlo, y el problema a todo eso era cuando habían recuerdos que moríamos por volver a vivir, pero otros sin embargo necesitábamos borrar de nuestra mente como si una goma se tratase. Era como vivir con miedo, con miedo de recordar. Y es que nunca sabes cuando un momento, un segundo o un instante puede marcarte para toda la vida y quedar en tu mente para siempre.

Entre mis pensamientos, noté como la puerta de Damián se abrió lentamente, dejándome ver cómo estaba. Era totalmente a lo que me imaginé. Tenía unos vaqueros negros, algo sueltos, pero me gustaba cómo le quedaban. Por la sudadera que llevaba supuse que era un par de tallas más grandes que él. Pero igual, le quedaba tremendamente bien. Tenía una sonrisa algo tímida cuando notó que me quedé observándolo durante mucho tiempo, pero poco a poco la cambió a una más divertida.

—¿Qué tanto miras, ladrona?

Me quedé sin habla cuando se dio cuenta de lo mucho que me quedé mirándole por lo que el calor ascendió a mis mejillas.

—Me gusta cómo vas vestido —tartamudeé con una sonrisa nerviosa algo forzada por mi temblor. Sentí mi corazón bombear más rápido de lo normal. Me había costado mucho trabajo decirlo, y creí que se había dado cuenta por la forma en la que poco a poco su sonrisa se ensanchaba. Yo mientras tanto le miraba incrédula—. ¿De qué te ríes?

—Nada, me gusta que me hayas dicho eso —respondió mientras sonreía de lado, de nuevo estaba viéndole ese brillo característico en sus ojos, no sabía como describirlo—. Pero tienes que saber que en nuestra boda, debes decirlo sin tartamudear —bromeó en un tono sarcástico.

—Que te den —pronuncié mientras le sacaba el dedo de en medio e iba hacía la salido del hospital a paso ligero. Detrás de mí, escuché una carcajada de parte suya, y un grito proveniente de él:

—¡Ladrona, espera! —gritó, mientras escuchaba que venía detrás mía. No dudé en mostrar una pequeña sonrisa, pues la situación me hizo gracia. Aunque esa última frase de la boda, me dejó pensando por unos segundos.

Consiguió alcanzarme y se puso justo al lado de mí, le observé de reojo y unas gotas de sudor cayeron sobre su frente, no podía ocultar que se veía bastante atractivo y por el brillo de sus ojos algo sentí dentro de mí. ¿Estaría igual de nervioso que yo? ¿También sentía que el corazón se le estaba saliendo del pecho? ¿Estaba igual de cómodo conmigo que yo con él?

La habitación de enfrenteWhere stories live. Discover now