Epílogo

492 46 123
                                    

Presente.

Sábado, 20 de marzo de 2021.

20:00

—Y así termina nuestra historia de amor —digo mientras seco las lágrimas que vuelven a caer en mis mejillas.

El sol pegaba con fuerza provocando que cierre los ojos, casi aturdida del brillo. Mi mano libre tapa mi rostro para poder ver con mejor claridad. Mientras que la otra sujeta el brazo del chico que me acompaña.

—Joder —susurra el muchacho entreabriendo sus labios—. Es bastante duro haber vivido eso. Todavía sigo recordando las primeras palabras de Damián la primera vez que te vio. Estaba igual de ilusionado que un niño pequeño.

Mi corazón da un vuelco cuando lo escucho. Giro a su dirección fijándome en las pecas que resaltan su rostro. El pelo rojo brilla a consecuencia del sol y eso hace que se vea más bonito.

Hugo se despertó un día antes de que Damián falleciera, como si toda hubiese estado planeado. Desde ese día quise contarle todo lo que había ocurrido, desde que conocí a Damián hasta los últimos días.

El chico me pareció algo serio la primera vez que lo vi, con un humor bastante malo y antipático. Pero al poco tiempo, nos hicimos amigos. Es bastante diferente a mí, le gusta salir de fiesta, emborracharse...Un poco al estilo de Damián pero algo más ilegal. Demasiado creído para mi gusto y nada racional.

—¿Qué dijo? —cuestiono mientras observo de frente para no perdernos.

Queda poco para llegar al destino.

—Me contó que hubo algo en él cuando te vio. Como si ya supiese que eras su alma gemela —dice lo último en un tono más nostálgico.

Asiento un par de veces. Fijo la mirada al suelo y me dedico a jugar con las manos.

Siento tanta pena por dentro desde que Damián no está. Es como si cada día me levanto creyendo que va a llegar, pero todo acaba siendo una mentira. Y todo me parece un bucle eterno, que parece no parar.

—Y al final lo fue —murmuro apretando mis labios.

Comienzo a notar un fuerte escocer en mis labios cuando la imagen de Damián revive en mi mente.

—Así es.

Hugo sigue mis pasos, mientras que de vez en cuando agarra con confianza mi brazo. Veo como se tropieza con un pequeño escalón que hay enfrente de nosotros.

—Ten cuidado —aviso en un tono preocupado.

Vuelvo a tomar su brazo para acercarlo a mí, se me olvida decir que es muy torpe, incluso puedo decir que más que yo. Y eso ya era raro.

—He estado tanto tiempo durmiendo en una cama que se me olvida a andar —se queja mientras bufa irritado.

Me hace gracia cuando se enfada y lo excusa todo con el coma. Doy un asentimiento de cabeza y proseguimos nuestro camino. La brisa fría de marzo choca en mi rostro haciéndome estremecer.

—Lo olvidaba —sonrío sin enseñar los dientes.

Guardamos silencio durante unos minutos, en los que me da tiempo para pensar.

Desde que era pequeña, todos mis familiares me han considerado miedosa. Pues cada cosa que no estaba acostumbrada ver, me asustaba. Creí por un tiempo que eso era malo, es decir, tener tantos miedos. Vivir atemorizada de qué pasará o cómo podré enfrentar mis miedos cuando nadie me proteja. Pero aprendí que no es tan malo al fin y al cabo esos temores.

Quiero decir...¿Qué haríamos si no tuviésemos miedos?

Viviríamos sin retos, sin superaciones y sin nada que nos hiciese despertar. Hablaríamos de valentía cuando realmente nunca la habríamos sentido, y es que a fin de cuentas tener miedo no es malo, siempre y cuando, te enfrentes a ellos. Con esto no quiero decir que únicamente las personas que arriesgan ganan, no. Las personas que luchan cada día porque esos miedos desaparezcan también lo hacen.

La habitación de enfrenteWhere stories live. Discover now