34. Xodó

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"Es una forma de decir "mi amor" (ladrona) pero sólo a la persona a la que más quieres en la vida."

Lunes, 1 de marzo de 2021.

00:32

Ya no puedo soportarlo: cuando se ocupan demasiado de mí, primero me vuelvo áspera, luego triste, revertiendo mi corazón una vez más con el fin de mostrar la parte mala y ocultarla parte buena, y sigo buscando la manera de llegar a ser la que tanto querría ser, lo que yo sería capaz de ser, si... no hubiera otras personas en el mundo. Tuya.

Cerré el libro una vez leí las últimas palabras. Con algo de dificultad alcé la cabeza para tener una mejor vista de Damián. Sus ojos pasaron de centrarse en el libro a fijarse en los míos. Besó con cariño mi cabeza, mientras que su brazo rodeaba mi cuello.

—Siempre el final me pone los pelos de punta —empezó a hablar. Me estiré como pude, estábamos ambos acostados en la camilla transmitiéndonos calor el uno al otro. Sus dedos jugaban con la piel de mis caderas.

—Es precioso este libro —me levanté mientras lo decía, sentí un frío que me hizo querer volver a la cama junto a él.

—No me arrepiento de habértelo regalado —intentó sonreír como pudo.

Cuando dejé el libro sobre la mesilla de noche, me quedé dudosa por unos segundos. No sabía si le iba a incomodar mi presencia y prefería que me quedase en otro lugar.

—¿Quieres que me siente en el sillón? Lo digo para no molestarte.

—¿Estás loca? Nunca molestas. Ven —señaló el espacio libre que dejó sobre el colchón.

Reí avergonzada y dando un par de pasos ya estaba de nuevo enfrente de él. Con cuidado de no hacerle daño, entré y los brazos de Damián me invitaban a abrazarlo. Una de sus manos volvió a depositarse debajo de mi cuello mientras que la otra echaba la sábana sobre mí. Una vez ya estaba tapada nos quedamos frente a frente, escuchando únicamente nuestra respiración.

Por un momento me sentí única en el mundo. Los ojos de Damián me miraban con tanta profundidad que no quería nada más. Sus dedos hacían contacto con mi mejilla, acariciándola como si fuese cristal. Sentí una pequeña ola de electricidad cuando agarró mi mano entre sus dedos.

—Estás guapísima.

Me miró con la cabeza ladeada.

—¿Estás ligando conmigo, Damián? —sonreí divertida.

—Me limito a constatar lo evidente.

Aspiré profundamente al mismo tiempo en el que mis ojos se cerraban unos segundos. Su olor a vainilla entró en mis fosas nasales sin permiso. Sin que Damián parase su toque mis ojos volvieron a abrirse para encontrarme con los suyos.

—¿Crees que algún enfermero entrará a estropear el momento? —susurró a centímetros de mis labios.

—No creo, no son muy chismosos.

—¿Y un ladrón?

Fruncí el ceño notablemente.

—Es imposible —le susurré intentando ser seria, pero no funcionaba.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Las estadísticas del año pasado decían que la mayoría de los ladrones entran en las casas más adineradas que en cualquier otro lugar, y sabiendo al 100% que no hay nadie dentro de ella —hice una pausa al ver que su sonrisa se ensanchaba cada vez más—. Además, ¿sabías que hay más ladronas que ladrones?

La habitación de enfrenteWhere stories live. Discover now