14. Mamihlapinatapai

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"Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar."

Domingo, 1 de noviembre de 2020.

17:29.

—¿Por qué hay tanta gente ahí? —pregunté frunciendo el ceño.

La escasa lluvia de domingo cada vez era más densa, el sol estaba escondido entre las oscuras nubes, impidiendo ver cualquier rayo de luz. Estaba yendo con Damián hacia la cafetería, me dijo que tenía bastante hambre y no dudé en acompañarle, pero justo a mitad de camino, para entrar en el ascensor, veo una gran cantidad de personas en una sala en mitad del sobrio pasillo del hospital, era una pequeña iglesia, que pertenecía al hospital. La gran mayoría de estas personas estaban llorando o abrazando a otras.

Giró su cabeza para poder ver la multitud de gente saliendo de aquella sala.

—Hoy es 1 de noviembre.

Fruncí el ceño.

—¿Y qué pasa? —volví a preguntar.

—Hoy es el día de todos los santos.

Lo olvidé completamente. Durante esos días he estado muy agobiada. Trabajos, tareas, exposiciones...No había podido descansar nada. Pero cada día intentaba pasar por el hospital para estar con Damián. Gracias a eso, me olvidaba de todas las preocupaciones y obligaciones que tenía en la cabeza durante un tiempo, hasta volver a la realidad.

El otro día terminé de leerle El Diario de Anna Frank, me acostaba al lado suya, y escuchaba su lenta respiración sobre mi cabeza, de vez en cuando me hacía parar diciéndome que mi voz le relajaba. Muchas veces nos quedábamos dormidos hasta la mañana siguiente, el aroma que desprendía su ropa era ya un motivo para que mis ojos se cerrasen, y nos despertábamos sobresaltados por los gritos de Jesús, diciéndole que tenía que tomarse el medicamento del día. Y justo hoy traía un nuevo libro para leerle.

—Pero durante estos días no estaba tan lleno.

Paró en seco y giró con sus torpes brazos la silla hacia a mi.

—La gente se acuerda de los difuntos cuando un día lleva su nombre —hizo una leve pausa para tomar aire—, mientras tanto, en los demás días, no lo toman en cuenta.

Volvió a tomar las ruedas de su silla con sus delgadas manos y reanudó el paso. Aparté la mirada y seguí a Damián.

—¿Eres creyente, ladrona? —indagó Damián mientras entrábamos en el ascensor.

Le di al botón que nos llevaría a la planta donde se encontraba la cafetería.

—Sí, lo soy —afirmé—. ¿Y tú?

Negó y mantuvo su mirada con la mía.

—¿Y en qué crees?

—Soy... —pensó antes de hablar—. Agnóstico.

—Eres ateo, entonces —murmuré.

Me miró de reojo y negó suavemente.

—Me mantengo en la duda.

—¿Qué duda? —le devolví una mirada curiosa.

—La duda de creer si existe o no algo —terminó.

Las puertas del ascensor se abrieron dejándonos ver a varios enfermeros charlando efusivamente. Salimos y continuamos nuestro camino hacia la cafetería.

—¿Y no me criticarás por creer en Dios? —cuestioné con cierto miedo en mi voz.

Me dedicó una mirada incrédula.

La habitación de enfrenteWhere stories live. Discover now