5. Frenesí

758 93 98
                                    

"Exaltación violenta del ánimo, especialmente de una pasión."

Giré un poco mi cabeza hacía el lado para ver de dónde venía la voz de la médica, y sólo podía ver la sombra de una mujer canosa viniendo hacia nosotros. Tenía varios mechones de pelo fuera de su estirado peinado. Y cada vez que daba una zancada la mujer aspiraba una gran cantidad de aire para continuar.

Mi instinto sólo me obligaba a reírme a carcajadas provocando que la mirada curiosa de Damián se centrase en mí.

¿Marina no podrías reírte en otro momento?

Damián tomó rápidamente su silla de ruedas para salir pitando. Tuve que abrir yo la puerta de la azotea, pues Damián se ocupaba de mover su silla de ruedas con los brazos y en gritarme que corriese y abriese la puerta rápido.

¿Y si nos pillaban? ¿Y si mi madre se enteraba de lo que estaba haciendo? ¿Y si me caía y Damián se reía de mí?

—Marina, hazlo rápido —jadeó Damián con la respiración algo agitada.

—¡Que ya voy! —grité.

Tomé con más fuerza el duro pomo para finalmente abrir la pesada puerta de cristal. Salimos corriendo de la azotea mientras que de lejos se podía escuchar los pasos de la médica.

Necesito hacer más ejercicio.

Nos dirigimos hacía el ascensor y como si de una película de terror se tratase, Damián no paraba de darle al botón, pero parecía que el ascensor lo hacía queriendo, pues la médica estaba a menos de dos metros y no se cerraban las puertas.

—Joder, ¿pero esto no se cerraba más rápido? —gruñó Damián, mientras que yo sólo me podía reír.

Parecía que estaba leyendo mis pensamientos. Mi corazón latía más rápido por minutos y pude notar como sobre mi frente caían pequeñas gotas de sudor.

Estábamos nerviosos pero cuándo sólo le quedaba a la médica dar dos pasos para poder entrar en el ascensor, las puertas comenzaron a cerrarse y pude ver cómo Damián se despedía de ella gritándole:

—¡Adiós! —alzó la voz con una sonrisa de oreja a oreja y con un tono burlón, pero justo antes de que se cerrasen las puertas completamente se paró la médica frente a la puerta del ascensor y se pudo escuchar un:

—Odio los adolescentes de hoy en día.

Se cerraron las puertas por fin y el ascensor comenzó a bajar. No sabía a donde nos llevaba pues con los nervios no vi a que botón le dio Damián.

Pero de un momento a otro nos miramos los dos a la vez. Su cara estaba algo roja, y se me hizo gracioso verlo así. Tragué saliva con dificultad y volví a tomar una bocanada de aire. Mi pecho se elevó notablemente y por fin conseguí normalizar mi acelerado pulso.

No pudimos aguantar más y comenzamos a reírnos, como si nos hubiesen contado el mejor chiste del mundo. Aunque me costase creerlo, estaba cómoda. Como en una nube. Era como si por un momento todos los problemas que estaban dentro de mi cabeza hubiesen desaparecido. Y era algo que me aliviaba, pero me asustaba.

De repente escuché a Damián toser fuertemente. Era una tos mucosa, y cada vez lo hacía con más fuerza para parar la tos, pero no podía.

—¿Estás bien? —pregunté preocupada.

Él seguía tosiendo, y no era capaz de poder hablar.

¿Y si no podía respirar? ¿Y si esto no era verdad? ¿Y si necesitaba ayuda de algún médico?

La habitación de enfrenteWhere stories live. Discover now