19. Forelsket

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"La euforia que sientes al experimentar cuando te enamoras por primera vez."

Lunes, 30 de noviembre de 2020.

17:26.

—Y aquí vomité después de mi primera quimioterapia —señaló Damián orgulloso a una de las esquinas de su habitación.

Puse una mueca de asco tras su comentario.

—Eso es asqueroso —dije apoyándome en la puerta de la habitación.

—Pero fue gracioso, ¿verdad, Agustín?

—Sí, sobre todo gracioso —afirmó sarcásticamente.

No podía sacarme de la cabeza que Damián por fin saldría del hospital. Ya estaba mucho mejor, como más energético y emocionado. El color de su piel era menos pálido y sus labios se volvieron más rosados. El característico brillo de sus ojos seguía sin desaparecer, haciendo que me quedase embobada cada vez que lo veía. Había dejado de una vez toda esa bomba de medicamentos que entraban por su cuerpo por la quimioterapia.

Es cierto que de vez en cuando le dolía el pecho, pero Agustín me decía que era algo normal. El simple hecho de saber que Damián estaba sano me hacía más feliz. Es como si miles de emociones pasasen por mi estómago haciéndome querer gritar de que por fin Damián sería libre.

Su característica sonrisa no se borraba en ningún momento. Me parecía muy gracioso verlo así pues se le achinaban los ojos al reír y sus marcados hoyuelos se asomaban siempre en sus mejillas.

Agustín estos días ha estado algo más raro. Como más apagado, y siempre que le preguntaba me saltaba con la excusa de que estaba cansado de estar todo el día en el hospital. No conseguía creerle del todo, pero lo dejaba pasar.

Hoy era el día en el que Damián ya dejaba estas cuatro paredes. Y no quiso irse sin antes contarme todo lo que le pasó en cada esquina de su habitación.

—Y aquí pegué un salto tan grande que hizo que me rompiese la muñeca —señaló ahora su cama para después enseñarme su muñeca intacta.

Reí.

—¿Y aquí? —giré mi cabeza al cuarto de baño que tenía a mi derecha.

Damián con lentitud eliminó la sonrisa de su cara, sin llegar a mostrarme seriedad. Justo ahí creí que lo había estropeado todo y que realmente me tendría que haber callado.

Pasó al lado mía para entrar en la pequeña sala donde se encontraban miles de toallas ya ordenadas, la ducha, un diminuto lavabo y justo enfrente de él, un enorme espejo que dejaba ver mi reflejo con total claridad.

Damián se posicionó justo en frente de dicho espejo y se quedó durante unos segundos quieto. Sin hablar. Miré a Agustín, pero este también estaba igual. No formulaban ninguna palabra.

—Recuerdo que cuando recibí la quimio, mis pelos fueron cayendo poco a poco. Me asusté bastante. Pero mi padre me dijo que era un efecto secundario de la quimioterapia. Un día mis padres junto con Laura nos reunimos aquí. Mi madre tomó una antigua maquina de afeitar que tenía mi padre y los mechones de pelos cayeron por todo el suelo —bajó la mirada—. Lloré tanto ese día que hasta mi hermana tuvo que irse. No era capaz de verme así. Y al terminar de quitarme todo el pelo. Mi padre me dijo algo que nunca olvidaré.

—¿El qué? —pregunté.

—A los guerreros más fuertes se les da las peores batallas. Y ahí lo comprendí todo —respondió con una sonrisa nostálgica sin dejar de mirarse en el espejo.

Tomó una bocanada de aire para después girar su cabeza hacia mi. De nuevo volvió a asomarse en él una pequeña sonrisa.

—Es bastante bonita esa frase, Damián. ¿Tienes algún recuerdo más en esta habitación? —cuestioné.

La habitación de enfrenteWhere stories live. Discover now