3. Korriban

99 13 0
                                    

Al otro lado del salto les aguardaba el caos más absoluto. A Adso se le taponaron los oídos, pero no lo suficiente como para ignorar los terribles lamentos del metal de la nave, que se sacudía como si fuera a romperse en pedazos, en granos, en partículas. Sin estar atado a un asiento, era imposible saber cuándo estaba en el suelo y cuándo en el techo. La oscuridad se convirtió en luz cegadora y el frío del espacio dio paso a un calor antinatural, de incendio, doloroso. Tras eso, un golpe escasamente amortiguado: la nave había aterrizado y se arrastraba girando.

Quedó tendido sobre el suelo de la cabina, desmadejado. Todo giraba aún a su alrededor. Había intentado agarrarse a las paredes, golpeándose por todo el cuerpo sin conseguirlo. Le dolía cada músculo y aún no era del todo consciente de sí mismo. Lo primero que vio al enfocar la mirada fue a la unidad ID9 hecha un amasijo en un rincón. Tenía los tentáculos metálicos enredados y el sensor permanecía apagado. Reaccionó de inmediato, acercándose a rastras hasta alcanzarla.

—¡Idin! ¡No, maldita sea! ¡Idin! —exclamó ahogadamente y sacudió el pequeño cuerpo mecánico, que reaccionó con una leve iridiscencia.

Se aferró a él, agarrando un destornillador de una de sus pinzas y pegándose a la pared en una reacción defensiva. No sabía dónde estaba, pero una sensación espesa y amenazante impregnaba la atmósfera en todas direcciones, pegándose a él como una tela húmeda.

Cuando Raseri salió por la rampa de acceso al patio de la Academia de Korriban, un zabrak envuelto en una túnica negra le esperaba a escasos metros de la humeante nave, con la boca formando un círculo perfecto.

—¿¿¿Has salido del hiperespacio a menos de un parsec de distancia del planeta???

Raseri miró a su alrededor, mareado. Sí, eso parecía. Volvió al interior para recoger sus cosas, ignorando por completo a Adso, que permanecía encogido en un rincón abrazado a su droide. Unos minutos después, dos hombres enmascarados y armados entraron en la nave, forzándole a reaccionar. Raseri había desaparecido.

—Adso Reth, acompáñenos o lo sacaremos a la fuerza —ordenó uno de los embozados—. Los técnicos tienen que encargarse de la nave.

—Sí, no me extrañaría que explotara de un momento a otro —añadió el otro.

—¡Soltadme! —exclamó el mecánico cuando le agarraron, sin soltar a Idin. Uno de los hombres le arrebató el destornillador con facilidad y le levantaron de un tirón brusco que le arrancó un gemido de dolor.

—Vamos. Deje al droide en el suelo y salga delante de nosotros —ordenó el primero.

—Deja que se lo lleve —le contradijo su compañero. Adso intentaba adivinar sus ojos tras las máscaras, pero no pudo verlos—, habrá que arreglarlo. Andamos escasos de esas unidades.

No tocaron al droide. Intentó deshacerse del agarre de los enmascarados cuando le levantaron de un tirón, pero apenas se mantenía en pie. Aún tenía el cuerpo entumecido y le dolía terriblemente una pierna. Ninguno de los hombres que lo llevaban casi a rastras parecía demasiado preocupado por la resistencia que pudiera oponer. Era evidente que no era una amenaza para nadie. Le condujeron en silencio a través del humo del patio, haciéndole entrar en un edificio de proporciones gigantescas a medio tallar en la roca. Tuvieron que andar durante casi diez minutos, atravesando amplios pasillos de techos altos. En ocasiones se cruzaron con más embozados, que los ignoraban, y con un par de grupos de jóvenes, que se detuvieron a mirarlos con curiosidad.

Su destino fue una sala oscura, enorme como todo lo demás. Una serie de tronos vacíos les rodeaban. Tras ellos, unas siniestras estatuas cinceladas en la roca parecían juzgarles. Raseri estaba en el centro, cubierto por una túnica negra.

Tentado por la oscuridad [Star Wars] (OCs/Obikin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora