16. Recuerdos y pesadillas

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Solo quedaban cinco días para las pruebas y el humor de Raseri empeoraba cuanto más se acercaba la hora. Lo había meditado mucho para acabar pensando lo mismo que pensaba al principio: no podía mandar a ninguno de sus aprendices. Isbeth, Raozz y Samael estaban descartados, eran mediocres y ni siquiera pasarían los exámenes básicos tan pronto. Gluk-Tar y Diatan sí podrían hacerlo, pero eran demasiado pequeños y débiles para la prueba. Todos lo eran, en realidad. Incluso Adso. Él había tenido suerte, esa misma mañana la Señora Suprema había ordenado que estuviera exento de cualquier consideración para promocionar. Raseri fue a decírselo al acabar el entrenamiento, pero cuando quiso darse cuenta, el mecánico había huido como la rata cobarde que era. Llevaba días repitiendo el mismo patrón. El sith lo había dejado pasar al principio, suponiendo que solo hacía caso a su orden de practicar el desapego. Pero empezaba a molestarle. A decir verdad, todo le molestaba pensando en su negro futuro.

Preguntó por él a los guardias, que aprovechaban a menudo su habilidad con los droides. Por supuesto, sabían dónde estaba: en los almacenes, arreglando uno de protocolo que llevaba años sin funcionar. Siguió sus sentidos hasta el almacén concreto, que tenía la puerta abierta. Desde allí vio a Adso trabajando con las herramientas a mano y su estúpida unidad ID9 revoloteando cerca.

Adso le sintió llegar de lejos. Era como una nube negra ocultando el sol a toda prisa antes de que una tormenta se desatara. Sin embargo, el aprendiz permaneció atento a lo que estaba haciendo. El droide de protocolo estaba encendido, sentado en el suelo mientras Adso trasteaba algo en el interior de su cabeza abierta, con las gafas de ingeniería puestas. Las lentes se movían mientras toqueteaba aquí y allá con un destornillador.

—Es un placer, señorito Reth. ¿En qué puedo ayudarle-le-le? —La voz del droide, femenina, se ralentizó hasta apagarse.

Idin sacudió las patas y emitió algunos pitidos descontentos.

—Eh, esta vez se ha acordado de mi nombre. Eso es que estamos cerca. No te pongas nervioso, se lo podrás preguntar tú mismo —replicó al droide.

El aprendiz parecía tranquilo, pero Raseri notó cómo su aura controlada se alteraba a medida que se acercaba.

—¿No tienes nada mejor que hacer que perder el tiempo con esa cosa horrible? —preguntó el maestro a modo de saludo.

Adso solo se volvió al escucharle a su espalda. Las lentes de sus gafas giraron al ajustarse, enfocando a Raseri, pero se las quitó de inmediato.

—Es un modelo TC antiguo, de Cybot Galactica. Una reliquia, bastante lejos de ser horrible —replicó cogiendo un trapo que descansaba sobre el hombro del droide para limpiarse las manos de grasa—. ¿Qué ocurre, maestro? No pareces de buen humor.

Adso ya no tenía ojeras y la herida en su mejilla había desaparecido por completo. Se esforzaba por mantenerse a distancia, pero era muy complicado aparentar absoluta indiferencia ante su maestro, que pudo detectar cierta satisfacción en él.

—¿Tengo algún motivo para estarlo? Lo que me extraña es que tú sí parezcas alegre, en tu situación. Pero supongo que los productores, el populacho como tú, se adapta a cualquier situación en poco tiempo. Para sobrevivir. Una de vuestras escasísimas virtudes, aunque sea innata y no trabajada. —Raseri dio una vuelta completa alrededor del droide protocolo, observándolo con desdén—. ¿Para qué quieres algo así?

Adso le siguió con la mirada, tendiéndole las gafas a Idin, que las guardó de inmediato. El pequeño droide sonda se mantenía a distancia prudencial de Raseri, observándole con recelo. La biblioteca y los droides habían mantenido al aprendiz distraído esos días, ayudándole a no caer en la rabiosa tentación de buscar a su maestro. No había sido fácil, pero Raseri le pillaba en pleno trabajo y eso siempre le calmaba.

Tentado por la oscuridad [Star Wars] (OCs/Obikin)Where stories live. Discover now