9. El pueblo

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A las siete en punto Adso estaba esperando en el patio de la Academia. A la luz del día el moratón en su pómulo era más visible, pero era la única marca que evidenciaba lo que había ocurrido la noche anterior. El aprendiz parecía descansado y despejado, se había dado una ducha y aún tenía el pelo húmedo, con el flequillo azul peinado hacia atrás. Se acercó al speeder de Raseri cuando este se detuvo ante él.

—Buenos días, maestro —saludó con un tono ambiguo. Saltó al interior antes de que Raseri se lo indicara, con un movimiento ágil con el que acabó acomodándose en el asiento. Miró con interés el chasis del vehículo, pasando los dedos sobre la guantera—. ¿Qué vamos a hacer en el pueblo?

Era la primera vez que salía de la Academia y Adso apenas podía ocultar su ansiedad. Como toda respuesta Raseri dio un acelerón y atravesó los enormes muros del recinto sin mirarle siquiera: tenían un viaje de dos horas por delante.

El pueblo ni siquiera tenía nombre. Era un asentamiento minero y la mayoría se refería a él de ese modo. Unas cincuenta familias lo habitaban, menos de quinientas personas entre trabajadores y comerciantes. Su puerto, simple desierto allanado, era aquel del que el sith había partido para buscar a Adso. Casas de piedra, madera y metal se mezclaban en una cacofonía estética que rodeaba los túneles, separados de todo lo demás por medio de empalizadas. El lugar olía a especias y sudor y sonaba como un mercado ahogado por maquinaria. En muchos tramos había que esquivar sogas e inclinarse entre enormes telas que protegían del calor.

Raseri no había pronunciado palabra en todo el viaje y aprovechó la llegada para romper su mutismo, metiendo la mano en el bolsillo y entregándole a Adso una tarjeta de créditos.

—Tengo que ir a ver a un viejo amigo. Mi putita puede comprarse lo que quiera mientras, se lo ha ganado.

El sith pudo ver el insulto que no le dirigió en la mirada de Adso, que prácticamente le arrancó la tarjeta de los dedos antes de salir del speeder de un salto. Se la guardó en el interior de la capa de adepto y se perdió en el sucio caos del poblado sin mirar atrás. Suponía que volverían a encontrarse cuando su maestro así lo deseara. Adso había empezado a comprender que había pocas cosas que pudiera hacer sin que Raseri se acabara enterando, pero aún quedaba en su interior una vana esperanza de poder escapar de ese lugar.

El calor del sol le quemaba los brazos descubiertos. Se cubrió con la capucha para protegerse, esquivando a los habitantes de la villa que iban y venían. Su presencia no llamaba especialmente la atención, pero se percató de que los lugareños se apartaban antes de que tuviera que hacer gestos o pedirlo, evitándole de una forma natural. Atravesó un par de calles cubiertas de polvorientos toldos y acabó llegando al puerto. Había visto los cargueros desde el deslizador. Allí parecía confluir la actividad, los cargamentos de las minas llegaban tirados por enormes bestias de carga o deslizándose sobre las plataformas magnéticas de transportadores y grúas. Todo, hasta los ropajes de quienes iban y venían, tenía un color herrumbroso y polvoriento.

Era distinto a los suburbios de Coronet en apariencia, pero Adso reconocía la miseria y los signos de la fatiga en los rostros de todas las razas que poblaban el lugar. Eran la marca universal de los desheredados entre quienes había vivido toda su vida. Estuvo vagando durante un rato hasta toparse con un tenderete improvisado en el interior de un contenedor metálico. Repuestos de naves y trozos de vehículos de todo tipo descansaban aquí y allá, cubiertos de herrumbre y hollín, siendo estrechamente vigilados por un esquelético toydariano que revoloteaba de un lado a otro.

—¿Dónde venden naves aquí? —preguntó Adso, acercándose con la capucha calada. El toydariano se detuvo y le miró como si le hubiera preguntado algo totalmente fuera de lugar.

Tentado por la oscuridad [Star Wars] (OCs/Obikin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora