Capítulo 28

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Resulta que el día del torneo era un sábado y, considerando que soy pésima para el fútbol, dijimos de entrenar todo el equipo algún día.

Eugenia (al estar en el equipo) vino con nosotros, pero al parecer tenía visita: había traído a una amiga suya (que conoce por ser su vecina) y parece que conocía a Jason.

Ellas llegaron últimas; yo ya había saludado a todos –incluyendo a Jason– y con él estaba todo bien: éramos amigos y me ilusionaba cada tanto pero todavía no mostraba interés alguno por nadie más.

–Chicos, la traje a Savannah; espero que no sea un problema –dijo Eugenia presentándonos a la tal "Savannah".

–No, no; yo si viene ella no juego –bromeó Jason mientras salía de mojarse la cabeza.

–¡Jason Trace! –exclamó Savannah al reconocerlo. –Tanto tiempo, ¿cómo va? –contentamente dijo mientras lo abrazaba.

Con Eugenia nos miramos totalmente desentendidas.

–Muy bien, por suerte. Chicos –se dirigió a nosotros mientras la señalaba –esta chica que ven acá es la mejor jugadora de fútbol que hay. La única mujer que entiende que el fútbol es un deporte de tacto.

–Nah –musitó Savannah al ponerse colorada –acá el crack creo que sos vos –le dio una palmadita en la espalda.

Mi cabeza era una cafetera hirviendo a punto de explotar: mi relación con él estaba siendo perfecta, ¿por qué tenía que aparecer una estúpida creída en el medio? ¿Es que nunca voy a poder estar bien con él, sin ningún tercero?

–Bueno, Hatman, vos ni viniste a entrenar así que no podés participar más de la conversación –le afirmó Jason, también molestándola. A mí solo me llamaba por apellido, ¿por qué usaba los mismos métodos?

Mi cara de culo era indisimulable ni tampoco me quería esforzar en actuarla. Estaba de mal humor y, desde que había llegado esa atorranta, no me prestó ni la mínima atención.

Sabiendo que yo era muy mala en el fútbol, al final no terminé siendo tan mala: todos sus amigos lo habían reconocido pero –claramente–, como él estaba tan ocupado, no lo había hecho. En vez de entrenar sus tácticas de fútbol, estaba entrenando sus tácticas en el chamuyo. Habíamos ido a entrenar una hora y media y –literalmente– se había quedado con ella, una hora de reloj.

Yo estaba enojadísima, y se podía decir por la manera en la que corría con la pelota y con la fuerza que pegaba las patadas. Él, a todo esto, seguía con Savannah, riéndose y persiguiéndola a todos lados.

Cuando por fin se dignó a entrenar con nosotros (obviamente, tirándole un chamuyo cada tanto a Savannah) lo hizo bastante bien; mejor de lo normal, en realidad, para impresionarla a su amiga.

Él jugaba en contra mío, lo que me convino porque si me ignoraba no iba a ser tan trágico como si estuviera conmigo. En el momento de marcarlo, lo empujé con todas mis fuerzas, tirándolo al piso (conste que estábamos en cancha sintética y el pobre se raspó toda la rodilla).

–Pero, ¿qué te pasa, Diamond? ¿Estás loca?

–Pensé que esto era un deporte de tacto –dije sin más y me fui a perseguir la pelota, que era para lo que había ido.

Bueno, mentira. ¿A quién engañaba? Estaba contenta porque iba a pasar tiempo con Jason, porque me iba a reír un rato y pasarla bien y tener más razones para amarlo; pero, a medida que pasaban los segundos, tenía más razones para odiarlo.

Estaba muy angustiada, me sentía ignorada. Cuando recién había llegado ella, le pregunté de dónde la conocía. Me miró analizándome por unos segundos y –totalmente desinteresado– levanta los hombros y con la cara más neutral me contesta un "no sé". ¿Más frío no podía ser, no?

Yo lo dije: mientras no me hiciera lo mismo a mí que a otras chicas, estaba todo bien. Estaba ilusionada y en serio creía que podíamos despegar a algo más. Él, por otra parte, pensaba completamente lo contrario. Estaba abierto a nuevas oportunidades y, cuando las tenía, se lanzaba hacia a ellas. Me ilusiono con un gesto, pero me decepciono con otro. ¿Lo peor? Yo seguía muy enganchada con Jason y la verdad era que, con la que estaba enojada, era conmigo misma más que con él porque fui yo la estúpida que se volvió a enamorar cuando él había dejado claro que somos solo amigos.

De cualquier manera, Jason me seguía ilusionando y tenía mis razones, aunque no fueran totalmente justificables.

Además, al querer lastimarlo cuando lo tiré al piso, le terminó conviniendo a él ya que Savannah se ofreció a limpiarle la rodilla y ponerle alcohol etílico y curarlo porque, aparte de ser una jugadora estrella, parecía ser que también era médica. En cambio, Diamond Wolff, era una mediocre que no hacía nada bien ni tenía talento alguno y, por eso, era que prefería a Savannah Hatno–sé–qué–cosa en vez de a mí. No solo me había desilusionado a nivel emocional sino que también autoestimal.

Llegué a casa de muy mal humor: me tomé una ducha de cuarenta minutos para pensar y deprimirme un poco. Sabía que lo que había pasado tampoco era el fin del mundo pero, de alguna manera, me pegó muy fuerte el que me hubiera ignorado. Me sentí totalmente estúpida por haber creído que podía volver a pasar algo cuando a él ni siquiera se le cruzaba mi nombre por su cabeza. Fue eso lo que me había molestado más que el que tuviera intereses en otras porque, eventualmente, eso iba a pasar.

Esa noche había juntada para cenar del equipo con nuestras mamás incluidas ya que habían sido ellas las que organizaron la cena.

La mamá de Jason, lamentablemente, no pudo ir, pero a él no pareció afectarle ya que le habló más a mi mamá que a las demás.

–¡Hola, Lilian! ¿Cómo le va? ¡Hace mucho que no la veo! –mi mamá empezó a tomarle afecto a Jason cuando se dio cuenta que no era el mismo imbécil de hace cuatro años. O sea, era un imbécil, pero no el que me hacía bullying.

–Jason Trace, ¿cómo te atreves a tratarme de "usted"? ¡Me haces sentir vieja! –aclamó mi mama en chiste, haciéndolo reír.

–Es que a la gente mayor se la trata de usted –él le seguía la broma. Hasta parecían llevarse mejor entre ellos que conmigo.

Esa noche Jason ni saludó. Habló con todo el mundo y, literalmente, no me saludó. No me dirigió la palabra pero, no porque estaba enojado porque lo había tirado, simplemente porque no era lo importante suficiente como para que tuviera su atención. El único momento en el que se dignó a hablarme fue cuando yo estaba viendo cómo cantaba una mujer en el karaoke y ve que tengo mi servilleta todavía doblada porque no la había usado, y me susurró:

–D, ¿esta es tu servilleta? –me lo preguntó lo más bien, como si todo estuviera perfecto entre nosotros. Giré mi cabeza hacia él con mi cuerpo mirando al otro lado, lo miré de reojo de arriba a abajo dos veces y asentí con mi cabeza, sin emitir sonido. Volví a disfrutar del show y me volvió a hablar. –¿Me la podés prestar? –hice el mismo gesto sin mirarlo de arriba a abajo, levanté mis hombros y le musité:

–Se –y puse mi atención en las vocales de la mujer.

–Ey, Diamond, vos sabés que en el fondo de mi corazón yo te quiero mucho, igual. –escuché esas palabras y me mordí los dientes y cerré los ojos, pero no le iba a dar el lujo de contestarle ya que Jason en eso era un experto.

No sé qué es lo que habrá dicho después de que lo ignoré, pero tampoco era de mi incumbencia: estaba lastimada y no tenía las fuerzas de siempre para pretender lo contrario, ni tampoco tenía las ganas. Estaba harta de que me diera mil vueltas. El mundo gira, pero no es una calesita. Con él, pareciera que es una calesita que no frena más.

Within Hate (Español)Where stories live. Discover now