C A P I T U L O 17

8.2K 237 0
                                    

Con el ceño fruncido Justin Bieber se inclinó ligeramente hacia adelante en la silla y miró más de cerca la servilleta que rellenaba su copa. Parecía ser un pájaro o una piña. No estaba seguro.
—Oh, esto es encantador —suspiró Jenny Lange, su pareja esa noche. El recorrió con la mirada el brillante cabello rubio y tuvo que admitir que Jenny le había gustado bastante más el día que la había invitado a salir. Era fotógrafa y la había conocido hacía dos semanas cuando fue a fotografiar para una revista de diseño la casa flotante donde vivía. No la conocía demasiado bien. Parecía una mujer agradable, pero incluso antes de llegar a la cena benéfica había descubierto que no se sentía atraído por ella. Ni un poquito. No por culpa de ella, sino de él.
Volvió a centrar la atención en la servilleta, la sacó del vaso y se la colocó en el regazo. Últimamente había estado pensando en casarse otra vez. Había hablado con Ernie sobre eso. Tal vez esa cena benéfica había despertado algo que permanecía dormido en él. O tal vez fuera porque acababa de cumplir los treinta y cinco; pero lo cierto era que había estado pensando en buscar esposa y tener hijos. Había pensado en Toby, había pensado en él más de lo que lo hacía habitualmente.
Justin se inclinó en la silla, echó a un lado la solapa de la chaqueta del traje gris carbón de Hugo Boss y se metió la mano en el bolsillo de los pantalones. Quería ser padre otra vez. Quería oír esa palabra, «papá», refiriéndose a él. Quería enseñar a su hijo a patinar tal como le había enseñado Ernie a él. Como cualquier otro padre del mundo, quería estar despierto en Nochebuena y regalar triciclos, bicicletas y coches de carreras. Quería vestir a su hijo de vampiro, o de pirata, y hacer con él «el truco o trato». Pero cuando miraba a Jenny sabía que ella no iba a ser la madre de sus hijos. Le recordaba a Jodie Foster y siempre había pensado que Jodie se parecía un poco a un lagarto. Y no quería que sus hijos parecieran lagartos.
Un camarero interrumpió sus pensamientos y le preguntó si quería vino. Justin no contestó, luego se inclinó hacia adelante y puso la copa sobre el mantel al revés.
—¿No bebes? —le preguntó Jenny.
—Claro —contestó, y sacando la mano del bolsillo alcanzó el vaso que había traído desde el cóctel.
—Bebo gaseosa con lima.
—¿No bebes alcohol?
—No. Ya no. —Dejó el vaso cuando otro camarero le puso un plato de ensalada delante. Llevaba sin beber cuatro años, y sabía que no bebería nunca más. El alcohol lo había convertido en una mierda y al final había acabado cansándose de todo eso.
La noche que batió a los Philadelphia llevándose por delante a Danny Shanahan fue la noche que tocó fondo. Algunos pensaban que Danny, «el Sucio», había obtenido lo que se merecía. Pero Justin no. Cuando miró al hombre tendido en el hielo, supo que había perdido el control. Le había destrozado las espinillas y le había codeado las costillas más veces de las que recordaba. Había sido una masacre. Pero esa noche se había roto algo en su interior. Antes de que se hubiera percatado de lo que estaba haciendo, había tirado los guantes y se había liado a puñetazos con Shanahan. Danny había recibido una contusión y un viaje a la enfermería. Justin había sido expulsado y suspendido por seis partidos. A la mañana siguiente se había despertado en la cama de un hotel con una botella vacía de Jack Daniels y con dos mujeres desnudas. Cuando había mirado el techo, asqueado de sí mismo y tratando de recordar la noche anterior, supo que tenía que detenerse.
Desde entonces no bebía. Y nunca había querido volver a hacerlo. Ahora, cuando se acostaba con una mujer recordaba su nombre al despertarse por la mañana. De hecho, sabía casi todo sobre ella antes de llevarla a la cama. Sí, ahora tenía cuidado. Tenía suerte de estar vivo y lo sabía.
—¿No está precioso el salón? —preguntó Jenny.
Justin recorrió la mesa con la mirada, luego el estrado que tenían delante. Todas esas flores y velas eran demasiado recargadas y olorosas para su gusto.
—Claro. Queda muy bien —dijo, comiéndose la ensalada. Al terminar, le retiraron el plato y le colocaron otro delante. Había asistido a un montón de banquetes benéficos a lo largo de su vida. También había comido un montón de comida mala en ellos. Pero esta noche la comida era buena; escasa, pero buena. Mucho mejor que el año anterior. En aquella ocasión habían servido un pollo relleno con piñones secos tan duro como los discos de hockey. Pero claro, allí no se iba por la comida. Se iba para soltar dinero. Mucho dinero. Muy poca gente estaba al corriente de la filantropía de Justin y quería que siguiera siendo así. Hacía eso por su hijo y era parte de su vida privada.
—¿Qué opinas de que los Avalanche ganen la Copa Stanley? —le preguntó Jenny cuando ya iban por el postre.
Justin creía que preguntaba para darle conversación. Ella no quería saber lo que él pensaba en realidad, así que se tragó su opinión y fue diplomático.
—Tienen un buen portero. Siempre se puede contar con Roy para desempatar los partidos y salvar el culo. —Se encogió de hombros—. Tienen a algunos buenos defensas, pero Claude Lemieux es un niñato cobarde y marica —alcanzó la cuchara de postre y la miró—; es probable que lleguen a la final en la próxima liga —y él los estaría esperando porque Justin esperaba estar allí luchando también por la Copa.
Comenzó a recorrer el salón con la mirada, buscando a la presidenta de la Fundación Harrison. Normalmente Ruth Harrison subía primero al estrado y luego recorría las mesas. La divisó a dos mesas de distancia hablando con una mujer. La mujer, que le daba la espalda a Justin, destacaba entre los vestidos de seda que tenía alrededor. Llevaba puesto un esmoquin y rezumaba elegancia, más que la propia presidenta. Tenía el pelo peinado hacia atrás sujeto en la nuca con un lazo negro. Desde el recogido, suaves rizos oscuros caían sobre sus hombros. Era alta, y cuando se mostró de perfil, Justin se atragantó con el sorbete.

Simplemente irresistible {Justin Bieber & Tu} TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora