C A P I T U L O 43

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—Ésta sí que es gorda —masculló Mae mientras se llevaba el Kahlua con crema hasta los labios y bebía un sorbo. Una brillante sandalia negra colgaba precariamente de los dedos de su pie derecho mientras lo balanceaba. Por encima del borde del vaso observó el Chevy que pasaba lentamente por delante de ella traqueteando y expulsando un montón de humo negro. Agitó la mano delante de la cara y se pregu...ntó si no habría sido un error sentarse en la terraza. Desde esa mesita tenía una vista muy clara de cualquiera que se dirigiera hacia la barra del antiguo bar de jazz. El flujo melodioso del saxofón se deslizaba a través de las puertas abiertas y llenaba el oscuro atardecer del centro de la ciudad. Alrededor de ella, las parejas hablaban de lo mismo que la mayoría de los habitantes de Seattle: lluvia, café y Microsoft.
Volvió a poner la bebida en la mesa y echó un vistazo al reloj.
—No viene —se dijo a sí misma mientras se calzaba con brusquedad la sandalia. Era viernes por la noche. Y, para variar, no había tenido que trabajar, pero parecía que se había pintado los labios y los ojos para nada. Incluso se había puesto un vestido. Un bonito vestido negro sin absolutamente nada debajo. Se estaba congelando y su último amante, Ted, era el sujeto que no daba señales de vida.
Probablemente lo habría retenido su esposa, pensó, cogiendo el bolso.
Normalmente no llevaba bolso, pero esa noche no tenía dónde llevar el dinero; ni siquiera en la ropa interior. Cogió un billete de diez y lo dejó sobre la mesa. No iba a esperarlo más. No estaba tan desesperada.
—Hola, ¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste?
Mae levantó la mirada y abrió la boca para decirle al moscón que se esfumara. Pero en vez de eso frunció el ceño y dijo:
—Y pensar que creía que la noche no podía ir peor.
Hugh Miner se rió y se dirigió a los hombres que iban con él.
—Seguid adelante —dijo, cogiendo una silla de la mesa de Mae—, me reuniré con vosotros en un momento.
Mae observó cómo rodeaba la mesa y agarró el bolso.
—Ya me iba.
—Puedes quedarte y tomar una copa, ¿no?
—No.
—¿Por qué no?
«Porque me estoy congelando», pensó.
—¿Por qué iba a querer hacerlo?
—Porque invito yo.
Las copas gratis nunca habían sido un incentivo para Mae, pero justo en ese

momento una camarera pelirroja se acercó a la mesa y comenzó a hacer el tonto. Gorgojeó, se restregó contra el hombro de Hugh y, en resumen, hizo de todo menos ponerse de rodillas para hacerle una mamada. Era bonita, con grandes ojos azules y un cuerpo precioso, le pidió a Hugh un autógrafo, pero para su sorpresa él declinó.
—Pero te diré que haremos, Mandy —le dijo a la camarera—. Si me traes una caña y... —se interrumpió y fijó la mirada en Mae—. ¿Qué estás bebiendo? — preguntó.
Ella no podía irse. No ahora. No cuando Mandy la estaba fulminando con los
ojos. Las mujeres nunca estaban celosas de Mae Heron.
—Kahlua con crema.
—Si me traes una caña y una Kahlua con crema, te estaría realmente agradecido
—terminó.
—¿Cómo de agradecido?
Ella miró alrededor, luego se apoyó en él y le susurró al oído. Hugh se rió por lo bajo.
—Mandy —le dijo—, de verdad que no estoy interesado y eso que me estás proponiendo está prohibido por la Ley en algunos estados. Aunque he venido con Dmitri Ulanov que es extranjero y no sabe que podrían arrestarlo por eso que sugieres. Quizá acepte tu oferta.
Cuando ella se rió y se marchó, Hugh se reclinó en el asiento y fijó la mirada en el trasero de Mandy.
—Creía que no estabas interesado —le recordó Mae.
—No hay nada malo en mirar —dijo, centrando la atención en Mae—, pero no es tan bonita como tú.
Mae estaba segura de que él decía eso a todas las mujeres que conocía y no se sintió halagada.
—¿Qué quería hacer contigo?
Hugh negó con la cabeza y sus ojos avellana brillaron.
—Pues no sabría decirte.
—¿Siempre eres tan discreto?
—Sí. —Se quitó la cazadora de cuero y se la pasó por encima de la mesa. Sus hombros parecían muy anchos bajo la camisa de colores.
—¿Se me ve la piel de gallina desde ahí? —preguntó mientras aceptaba agradecida la cazadora. Le quedaba enorme y la sintió caliente sobre los hombros. Y tenía el olor almizcleño de ese hombre.
Él sonrió.
—Tus montículos son notables, sí.
Mae no tuvo que preguntar de qué montículos hablaba, ella ya los había sentido tensarse antes y había pasado vergüenza.
—¿Qué contestas a mi pregunta? —le preguntó.
—¿Qué pregunta?
—¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?
—¿Como yo?

Simplemente irresistible {Justin Bieber & Tu} TERMINADAWhere stories live. Discover now