C A P I T U L O 39

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No había duda de que Justin lo sabía. Aunque hubiera sido ciego, habría sabido que había agarrado uno de los pechos grandes y suaves de __________. En un segundo, el autocontrol de Justin se hizo añicos por completo. Hasta ese momento, había manejado razonablemente bien la reacción de su cuerpo ante el de ella. Pero ahora, por primera vez desde que la había visto en la terraza el día anterior por la mañana, perdió totalmente el control.
—¿Estás bien? —Él maniobró y con suavidad apartó la mano de su pecho.
—Sí.
Se había repetido que estar junto a __________ no le plantearía problemas. Que podría pasar perfectamente cinco días con ella. Se había equivocado. Debería haberla dejado sentada en el banco.
—No tenía intención de agarrarte tu... tu, ah... —El trasero de __________ se apretó contra su ingle y, por un instante, la lujuria lo atravesó como una bola de fuego. Acercó la cara a su pelo. «Joder», pensó, preguntándose si la piel de su cuello sabría tan bien como parecía. Justin cerró los ojos y se permitió soñar mientras aspiraba el olor de su pelo.
—Creo que ahora sí que pasaron los cinco minutos.
Regresó la cordura y él movió las manos a la cintura dejando varios centímetros de separación entre ellos, tratando de ignorar el deseo que pulsaba en su vientre. Se dijo que involucrarse sexualmente con __________ no era una buena idea. Pero era demasiado tarde, su cuerpo ya no le hacía caso.
Desde que la había visto el día anterior en la playa con el top y los pantalones cortos había tenido que recordarse varias veces que debía ignorar sus largas piernas y su profundo escote. Y, aunque había pensado que nunca tendría que hacerlo, se había tenido que recordar quién era ella y lo que le había hecho. Pero después de la noche anterior, todo eso parecía no importar.
La noche anterior había visto más allá de esa bella cara y ese maravilloso cuerpo. Había visto el dolor que había tratado de ocultar con risas y sonrisas. Le había hablado sobre modales y dislexia, sobre cuberterías de plata y cómo había crecido pensando que era retrasada y sintiéndose perdida. Se lo había contado todo como si no tuviera importancia. Pero la tenía. Para ella y para él.
La noche anterior había mirado detrás de esos ojos verdes y esos grandes senos y había visto a una mujer que merecía respeto. Era la madre de su hija. Pero también era la protagonista de sus fantasías más descabelladas y sus sueños más eróticos.
—Te ayudaré a volver al banco —y la condujo hasta el murete de piedra. 
Intentó pensar en ella como en la hermana pequeña de su mejor amigo, pero pensar en ella como la hermana pequeña de su mejor amigo no funcionó. Entonces decidió pensar en ella como si fuera su hermana, pero algunas horas después, tras recorrer las tiendas de regalos y los soportales, dejó de pensar en ella como su hermana. No funcionaba. Así que simplemente dejó de pensar en ella y se concentró en su hija. Lexie y su constante parloteo le proporcionaron la distracción que necesitaba. Funcionó a la perfección como un pequeño jarro de agua fría, y todas sus preguntas impidieron que pensara en __________ tumbada en su cama.
Cuando miraba a los ojos de Lexie, veía su excitación y su inocencia, y se maravilló de haber ayudado a crear una personita tan perfecta. Cuando la cogía y se la ponía sobre los hombros, el corazón o se le detenía o le latía con fuerza contra el pecho. Y cuando ella se reía, sabía que cualquier cosa valía la pena. Tenerla con él bien merecía el infierno de desear a su madre.
Durante el paseo de vuelta a casa, él se entretuvo con el sonido de la voz de Lexie cantando a pleno pulmón. Escuchó pacientemente los mismos chistes absurdos que le había contado dos semanas atrás y cuando llegaron a casa, ella le «recompensó» yéndose a la bañera. Él había escuchado sus canciones, reído sus chistes y ella, su pequeña distracción, lo abandonaba por una bañera llena de agua y una muñeca Skipper.
Justin cogió un ejemplar del Hockey News y se sentó en la mesa del comedor. Buscó con la mirada la columna de Mike Brophy, pero no pudo dedicarle su completa atención. __________ estaba delante de la encimera de la cocina picando verduras en trocitos. Tenía el pelo suelto y los pies desnudos. Él pasó a un artículo de tres páginas de Mario Lemieux. Le gustaba Mario. Lo respetaba, pero en ese momento no podía concentrarse en nada más que en el «chaschaschás» del cuchillo de __________.
Finalmente se dio por vencido y apartó la mirada de la foto de Lemieux barriendo a sus rivales de la pista.
—¿Qué haces? —le preguntó.
Ella lo miró por encima del hombro, dejó el cuchillo sobre la encimera y se dio la vuelta.
—Pensaba hacer ensalada para acompañar las colas de langosta.
Él cerró la revista y se levantó.
—No quiero ensalada.
—Ah, ¿entonces qué quieres?
Él deslizó la mirada desde sus ojos verdes a su boca. «Algo realmente pecaminoso», pensó. Ella se había puesto brillo rosa en los labios y los había perfilado con una línea más oscura. Él bajó la mirada desde su garganta a los senos y luego hasta los pies. Justin nunca había considerado los pies algo particularmente sexy. En realidad nunca había pensado sobre ellos demasiado, pero el delgado anillo de oro que llevaba en el tercer dedo del pie le provocaba cosas en las entrañas. Le recordaba a una chica de harén.
—¿Justin? —Él caminó hacia ella y volvió a mirarla a la cara. Una chica de harén con rasgados ojos verdes y una boca carnosa que le preguntaba qué quería. Después de aquel día en su casa flotante él quería algo más que besarla—. ¿Qué quieres?
«Qué demonios», pensó mientras se detenía justo delante de ella. Sólo un beso. Podría detenerse. Se había detenido antes y, con Lexie en la bañera del cuarto de baño jugando con las Barbies, las cosas no podrían llegar demasiado lejos. __________ no era la hermana de su amigo, ni su hermana, ni la Madre Teresa de Calcuta.
Justin le deslizó los nudillos por la mandíbula.
—Ahora verás lo que quiero —dijo, y vio cómo agrandaba los ojos mientras él bajaba la cabeza lentamente. Rozó su boca con la de ella, dándole tiempo para apartarse—. Esto es lo que quiero.
__________ separó los labios con un suspiro trémulo y cerró los ojos. Ella era dulce y suave, su lápiz de labios sabía a cerezas. La deseaba. Deseaba perderse en ella. Entrelazando los dedos en el pelo, él le inclinó la cabeza a un lado y la besó profundamente. El beso era temerario y salvaje. Justin se alimentó de su boca desatando el deseo en los dos. Notó las manos de __________ en su cuerpo, en los hombros, en el cuello y en la nuca cuando lo atrajo hacia ella para succionarle ligeramente la lengua. El deseo que sintió por ella le puso un nudo en el estómago. Deseaba más y, tirando con brusquedad del lazo que mantenía su blusa cerrada, la abrió sobre su pecho. Luego se apartó, abandonando esa boca húmeda y caliente. Los bellos ojos de __________ estaban nublados por la pasión y sus labios estaban mojados e hinchados por el beso. Él deslizó su mirada por la garganta hasta los senos. La blusa abierta revelaba el encaje blanco del sujetador. Supo que estaba peligrosamente cerca del punto de no retorno. Cerca, pero aún le faltaba un poco. Podía avanzar más antes de llegar al límite.
Ahuecó esos grandes pechos con la palma de las manos y bajó la cara hasta el escote. La piel de __________ estaba caliente y olía a polvos, y la sintió suspirar cuando besó el borde de encaje del sujetador de raso. Él tomó aire y cerró los ojos, pensando en todas las cosas que quería hacerle. Cosas ardientes y sudorosas. Cosas que recordaba haber hecho antes con ella. Le deslizó la punta de la lengua por la piel y se prometió a sí mismo que se detendría cuando necesitara respirar.
—Justin, tenemos que detenernos ahora. —Ella estaba jadeante, pero no se apartó ni movió las manos de su nuca.
Sabía que tenía razón. Aunque su hija no estuviera en el cuarto de baño de al lado sería estúpido seguir adelante. Y aunque en ocasiones Justin había sido un asno, nunca había sido un asno estúpido. Al menos durante los últimos tiempos.
Le besó la curva del pecho derecho, luego, con su cuerpo clamando por continuar, instándole a empujarla al suelo y llenarla con sus buenos veinticinco centímetros, se apartó. Al mirar la cara de __________, estuvo a punto de ceder a la voracidad que lo envolvía. Ella estaba un poco aturdida, y lo cierto era que parecía una mujer que quería pasar el resto de la tarde desnuda.
—Me voy a arrepentir de esto —susurró ella, agarrando los bordes de su blusa para cerrarla.
Con ese acento tan dulce como la miel le recordaba a la chica que había recogido siete años atrás. Recordó cómo la había mirado absorto cuando estaba entre sus sábanas.
—Creo que te gusto más que tener el pelo hecho un desastre —dijo.
Ella bajó la mirada y se ató el lazo.
—Tengo que ir con Lexie —dijo, y prácticamente huyó de la cocina.
Él observó cómo se iba. Tenía el cuerpo tenso y estaba lo suficientemente duro para morderse las uñas. La frustración sexual le desgarraba las entrañas y supo que tenía tres opciones. Podía seguirla y quitarle la ropa, podía ocuparse él mismo o podía resolver la frustración en el gimnasio. Escogió la última y más saludable opción.
Estuvo treinta minutos en la bicicleta hasta que vació su mente de ella, del sabor de su piel y la sensación de sus senos en sus manos. Aún así hizo treinta minutos más, luego siguió entrenando con pesas.
A los treinta y cinco años Justin pensaba que todavía le quedaban un par de años antes de retirarse del hockey. Y quería que fueran los mejores, así que tenía que trabajar más duro que nunca.
Para los estándares del hockey él era viejo. Era un veterano, lo que quería decir que tenía que jugar mejor que a los veinticinco o empezarían a echarle en cara que era demasiado viejo y lento para el juego. Los periodistas deportivos y los directivos siempre se metían con los veteranos. Se metían con Gretzky, Messier y Hull. Y también lo harían con Bieber. Si tuviera una mala noche, si sus golpes fueran demasiados suaves o sus tiros demasiados abiertos, los periodistas deportivos no dudarían en cuestionar si merecía un contrato millonario. Pero no lo habían cuestionado cuando tenía veinte años, y no permitiría que lo hicieran ahora.
Quizá algunas de las cosas que se decía sobre él fueran ciertas. Tal vez era algunos segundos más lento, pero lo compensaba con más resistencia física. Había aprendido años atrás que si quería sobrevivir, tendría que adaptarse y afinar. Todavía practicaba un juego muy físico, pero ahora era más listo, usaba otras habilidades para mantener el nivel.
Había sobrevivido a la última temporada sólo con lesiones menores. En ese momento, a tan sólo unas semanas de comenzar a entrenar de nuevo, estaba en las mejores condiciones físicas de su vida. Estaba saludable y listo, preparado para destrozar la pista de hielo.
Estaba listo para la Copa Stanley.
Justin trabajó las piernas hasta que le ardieron los músculos, luego hizo doscientas flexiones y se metió en la ducha. Se puso unos vaqueros y una camiseta blanca antes de volver arriba.
Cuando salió a la terraza, encontró a __________ y Lexie sentadas en la misma tumbona observando la marea. Ni Justin ni __________ hablaron cuando él encendió la parrilla, ambos eran demasiado conscientes de que estaban dejando que Lexie llenara el tenso silencio. Durante la cena __________ apenas lo miró y luego se levantó a toda prisa para lavar los platos. Como parecía tan ansiosa por apartarse de él, la dejó ir.
—¿Tenes algún juego, Justin? —preguntó Lexie, apoyando la barbilla en las manos. Tenía el pelo retirado de la cara y llevaba puesto un pequeño camisón púrpura—. ¿No tenes un parchís o algo parecido?
—No.
—¿Cartas?
—Puede.
—¿Quieres jugar al slapjack?
Jugar al slapjack parecía una buena distracción.
—Claro. —Se levantó y fue a buscar una baraja, pero no la encontró—. Creo que no tengo cartas —le dijo a una Lexie decepcionada.
—Oh. ¿Quieres jugar con las Barbies?
Antes se cortaría un huevo.
—Lexie —dijo __________ desde la cocina donde se secaba las manos con una toalla—. No creo que Justin quiera jugar con las Barbies.
—Por favor —le rogó Lexie—. Te dejaré escoger los mejores vestidos.
Él escrutó esa pequeña cara con esos grandes ojos azules y las mejillas rosadas y se oyó decir:
—De acuerdo, pero yo soy Ken.
Lexie se bajó de un salto de la silla y corrió a la habitación.
—No traje a Ken porque sus piernas están rotas del todo —le dijo por encima del hombro.
Él miró a __________ que estaba allí de pie con una mirada compasiva en sus ojos, meneando la cabeza. Por lo menos ya no lo evitaba.
—¿Vas a jugar? —le preguntó, creyendo que al jugar __________ él podría escabullirse al cabo de unos minutos.
Ella se rió en silencio y caminó hacia el sofá.
—De eso nada. Eres tú quien va a elegir las mejores ropas.
—Puedes elegir primero —le prometió.
—Lo siento, muchachote. —Ella cogió una revista y se sentó—. Te has liado tú sólito.
Lexie volvió de la habitación con un montón de juguetes y Justin tuvo el mal presentimiento de que le resultaría imposible escaquearse.
—Puedes ser la Barbie Cabellos Brillantes —dijo Lexie, lanzándole una muñeca desnuda y abriendo los brazos para que los juguetes cayeran al suelo.
Él se acercó con intención de sentarse con las piernas cruzadas en el suelo, luego recogió la muñeca y la levantó con rapidez. Cuando era niño, habría dado cualquier cosa por tocar una Barbie desnuda, pero nunca había sido lo suficientemente afortunado como para poder hacerlo. En ese momento se permitió echarle un buen vistazo, descubrió que tenía el culo flaco y huesudo y que sus rodillas crujían de una manera extraña.
Resignado con su suerte se sentó en el suelo y buscando entre un montón de ropa, escogió un top con un estampado de leopardo y unas mallas a juego.
—¿Tiene bolso a juego? —le preguntó a Lexie que estaba ocupada montando el salón de belleza.
—No, sólo tiene botas. —Ella rebuscó entre las cosas, luego se las dio.
Él las examinó.
—Esto es lo que una buena mujer necesita, un par de botas de prostituta.
—¿Qué son botas de prostitutas?

Simplemente irresistible {Justin Bieber & Tu} TERMINADATempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang