C A P I T U L O 21

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__________ se desenrolló la toalla de la cabeza y la lanzó sobre la cama. Iba a coger el cepillo del tocador, pero se detuvo antes de alcanzar el mango redondo. Oyó que en la sala las risitas infantiles de Lexie se mezclaban con la voz inconfundible de un hombre. La preocupación pudo más que el pudor. Cogió la bata verde de verano y rápidamente pasó los brazos por las mangas. Lexie sabía que no podía dejar entrar a los desconocidos en casa. Habían mantenido una larga y clara conversación sobre eso hacía algún tiempo, un día que __________ había entrado en la sala de estar y la había encontrado sentada con tres Testigos de Jehová en el sofá.
Se ató el cinturón y recorrió a toda prisa el estrecho pasillo. La reprimenda que pensaba echarle murió en su boca cuando se detuvo en seco. El hombre que estaba sentado en el sofá junto a su hija no había venido a ofrecer la salvación divina.
Él levantó la mirada hacia ella y ella se encontró mirando directamente a los ojos azules de su peor pesadilla.
Abrió la boca, pero no pudo decir palabra por el nudo que le oprimía la garganta. En un abrir y cerrar de ojos el mundo se detuvo, se abrió bajo sus pies y luego giró fuera de control.
—El señor «Muro» vino a firmar mis cosas —dijo Lexie.
El tiempo siguió detenido mientras __________ miraba los ojos azules que le devolvían la mirada. Se sentía desorientada e incapaz de asimilar que Justin Bieber estuviera sentado en el sofá de su salón tan grande y apuesto como hacía siete años, como en aquella portada de revista que había visto en el supermercado, o como la noche anterior. Sentado en su sofá, al lado de «su» hija. Se llevó una mano a la garganta desnuda y aspiró profundamente. Sintió bajo los dedos el rápido latir de su pulso. Parecía fuera de lugar en su casa, como si no perteneciera allí. Lo que, por supuesto, era cierto.
—Alexandra Mae. —Al final recuperó la voz y volvió la mirada a su hija—. Ya sabes que no puedes dejar entrar a los desconocidos.
Lexie agrandó los ojos. Que __________ usara su nombre completo era una clara señal de que estaba en graves problemas.
—Pero... pero... —tartamudeó, saltando sobre sus pies—, pero, mami, yo conozco al señor «Muro». Vino a mi cole, pero no pude traer nada a casa.
__________ no tenía la más remota idea de qué hablaba su hija. Miró a Justin y preguntó:
—¿Qué haces aquí?
Él se levantó lentamente, luego se metió la mano en el bolsillo trasero de los descoloridos Levi's.
—Anoche se te cayó esto —contestó, lanzándole la chequera.
Antes de que pudiera atraparla, rebotó contra su pecho y cayó al suelo. En vez de agacharse y recogerla la dejó donde estaba.
—No tenías por qué haberla traído. —Un ligero alivio le calmó los nervios. Había venido a devolverle la chequera y no porque supiera lo de Lexie.
—Tienes razón —fue todo lo que dijo. Su presencia viril invadía la habitación femenina y repentinamente ella se volvió muy consciente de lo desnuda que estaba bajo la bata de algodón. Se miró y se tranquilizó al ver que la bata estaba bien anudada.
—Bueno, gracias —le dijo, dirigiéndose a la entrada—. Lexie y yo nos estábamos arreglando para salir y estoy segura de que tienes otras cosas que hacer. —Alcanzó el picaporte y abrió la puerta—. Adiós, Justin.
—Todavía no —entrecerró los ojos, acentuando la pequeña cicatriz que le atravesaba la ceja izquierda—, no hasta que hablemos.
—¿Sobre qué?
—Oh, no sé. —Cambió de posición y ladeó la cabeza—. Tal vez podamos mantener esa conversación que deberíamos haber tenido hace siete años.
__________ le respondió con suma cautela:
—No sé de qué me hablas.
Él miró a Lexie que permanecía en medio de la habitación observando con interés a los dos adultos.
—Sabes exactamente de «qué» quiero hablar —contraatacó.
Durante varios segundos se miraron fijamente el uno al otro. Como dos enemigos preparándose para la batalla. __________ no deseaba quedarse a solas con Justin, pero estaba segura de que sería más conveniente que Lexie no oyera lo que se tenían que decir. Cuando habló, se dirigió a su hija.
—Ve a la calle y mira si Amy puede jugar contigo.
—Pero mami, no puedo jugar con Amy durante una semana porque le cortamos el pelo a la Barbie Sorpresa de mi cumple, ¿te acuerdas?
—He cambiado de idea.
Las rosadas botas vaqueras de Lexie se arrastraron por la alfombra color melocotón cuando se dirigió a la puerta.
—Creo que Amy tenera frío —dijo ella.
__________, que normalmente mantenía a su hija tan alejada de los gérmenes como era posible, reconoció la táctica de Lexie como lo que era: un intento evidente de quedarse y escuchar a escondidas la conversación de los adultos.
—Por esta vez está bien.
Cuando Lexie llegó a la entrada miró a Justin por encima del hombro.
—Adiós, señor «Muro».
Justin clavó la vista en ella durante algunos interminables segundos antes de curvar los labios en una leve sonrisa.
—Ya nos veremos, pequeña.
Lexie se acercó a su madre y, por costumbre, frunció los labios.
__________ la besó y se quedó con el sabor a cereza de la barra de labios.
—Vuelve a casa dentro de una hora, ¿vale?
Lexie asintió con la cabeza, luego atravesó la puerta y saltó los dos escalones de la entrada. Al ir por la acera iba arrastrando un extremo de la boa verde por el suelo. En el bordillo se detuvo, miró las dos formas que permanecían en la puerta y luego cruzó la carretera hasta la casa de enfrente. __________ observó hasta que Lexie entró en la casa del vecino. Durante unos preciosos segundos eludió el enfrentamiento que la esperaba, luego tomó aliento profundamente, dio la espalda a los escalones y cerró la puerta.
—¿Por qué no me contaste nada sobre ella?
No podía saberlo. No con seguridad.
—¿Contarte qué?
—No me cabrees, __________ —le advirtió; el ceñudo semblante de Justin anunciaba tormenta—. ¿Por qué nunca me contaste nada de Lexie?
Podía negarlo, por supuesto. Podía mentir y decirle que Lexie no era su hija. Él podía creerla y marcharse, dejándolas solas de nuevo. Pero el terco gesto de la mandíbula y el fuego de sus ojos le advertían que no la creería. Apoyándose contra la pared que tenía a las espaldas, cruzó los brazos.
—¿Por qué debería haberlo hecho? —le preguntó, reacia a admitir la verdad directamente.
Él señaló con el dedo la casa de enfrente.
—Esa niña es mía. Es mi hija —le dijo—. No lo niegues. No me obligues a demostrar mi paternidad porque lo haré.
Una prueba de paternidad acabaría con cualquier tipo de duda.
__________ comprendió que no tenía sentido negar nada. Lo mejor que podía hacer era contestar a sus preguntas y sacarlo de su casa y, si todo iba bien, de su vida.
—¿Qué quieres?
—Dime la verdad. Quiero oírtela decir.
—Como quieras. —Encogió los hombros, tratando de aparentar que poseía una serenidad que no sentía, que admitirlo no le costaba nada—. Lexie es tu hija biológica.
Él cerró los ojos y aspiró profundamente.
—Jesús—susurró—. ¿Cómo?
—Pues de la manera habitual —contestó ella secamente—. Pensaba que un hombre con tu experiencia sabría cómo se hacen los bebés.
Justin clavó la mirada en ella.
—Me dijiste que tomabas anticonceptivos.
—Y lo hacía. —«Pero por lo que se ve no sirvieron para nada»—. Nada es seguro al cien por cien.
—¿Por qué, __________?
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué no me lo dijiste hace siete años?
Ella se encogió de hombros de nuevo.
—No era asunto tuyo.
—¿Qué? —preguntó incrédulo, mirándola fijamente como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo—. ¿Que no era asunto mío?
—No.
Cerró los puños y se acercó varios pasos a ella.
—¿Pariste a «mi» hija, pero crees que no era asunto mío? —Se detuvo a menos de medio metro de ella y frunció el ceño.
Si bien era bastante más grande que __________, ella lo observó sin parpadear.
—Hace siete años tomé la decisión que creí más conveniente. Es una decisión que aún mantengo. Y de cualquier manera, no hay nada que pueda hacerse ahora.
Él arqueó una de sus cejas oscuras.
—¿En serio?
—Sí. Ya es muy tarde. Lexie no te conoce. Lo mejor será que te vayas y no la veas nunca más.
Él plantó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza.
—Si crees que eso es lo que va a ocurrir entonces es que no eres una chica demasiado brillante.
Podía no darle miedo Justin, pero estando así tan cerca resultaba intimidador. Ese pecho ancho y esos gruesos brazos la hacían sentirse rodeada por completo de testosterona y duros músculos. El olor a jabón de su piel y a aftershave invadió sus sentidos.
—No soy una chica —dijo, bajando los brazos a los costados—. Puede que hace siete años fuera muy inmadura, pero ése no es el caso ahora. He cambiado.
Justin entrecerró los ojos deliberadamente y su amplia sonrisa no fue agradable cuando dijo:
—Por lo que puedo ver, no has cambiado tanto. Todavía estás muy buena.
__________ luchó contra el deseo de cubrirse. Se miró y sintió cómo el rubor inundaba sus mejillas mientras soltaba un gemido. Las solapas de la bata verde se habían abierto hasta la altura del cinturón que ceñía la prenda, exponiendo una vergonzosa cantidad de escote y la parte superior de su pecho derecho. Horrorizada, agarró rápidamente los bordes y cerró la bata.
—Déjala —aconsejó Justin—. Verte así es lo único que puede hacer que te perdone.
—No quiero tu perdón —le dijo, pasando bajo su brazo—. Voy a vestirme. Creo que deberías irte.
—Te esperaré aquí —prometió Justin, girándose y observando cómo ella desaparecía por el pasillo. Entrecerró los ojos cuando notó el balanceo de sus caderas y el revoloteo de la bata alrededor de sus tobillos desnudos. Quería matarla.
Atravesó el salón, empujó a un lado la cursi cortina y miró por la ventana. Tenía una hija. Una hija que no conocía y que no lo conocía. Hasta el momento en que __________ confirmó sus sospechas, no había estado completamente seguro de que Lexie fuera suya. Ahora lo sabía y ese pensamiento le hacía hervir la sangre.
«Su hija». Contuvo el fuerte deseo de ir a la casa de enfrente y traer de vuelta a Lexie. Sólo quería sentarse y mirarla. Quería observarla y escuchar cómo hablaba. Quería tocarla, pero sabía que no lo haría. Un rato antes, se había sentido grande y patoso sentado al lado de Lexie; un hombre enorme que lanzaba discos de caucho a través del hielo a más de ciento cincuenta kilómetros por hora y que usaba su cuerpo como una apisonadora humana.
«Su hija». Tenía una niña. Su niña. Notó que perdía los estribos y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para volver a retomar el control.
Justin se volvió y caminó hacia la chimenea de ladrillo. Encima de la repisa había una serie de fotos enmarcadas de diferentes formas y tamaños. En la primera, había un bebé sentado sobre un taburete con el borde inferior de la camiseta sujeto bajo la barbilla mientras se tocaba el ombligo con su regordete dedo índice. Estudió la foto, luego fijó su atención en las otras que mostraban diversas etapas de la vida de Lexie.
Fascinado por el parecido que tenía con su hija cogió una foto pequeña de un bebé que empezaba a andar con grandes ojos azules y rosados mofletes. Tenía el pelo oscuro sujeto en lo alto de la cabeza como un plumero, y los pequeños labios fruncidos como si estuviera a punto de dar un beso al fotógrafo.

Simplemente irresistible {Justin Bieber & Tu} TERMINADAWhere stories live. Discover now