Prólogo

684 58 108
                                    

Luz.

Eso es lo primero que veo al abrir los ojos. Necesito parpadear repetidas veces para poder aclarar mi visión y lograr distinguir algo del lugar en el que me encuentro.

Es una habitación amplia. Solo hay un par de sillas junto a la puerta y un cuadro que representa un bosque de lo más siniestro, en el que se distingue un pozo entre los árboles. Y eso es todo.

Hago el amago de incorporarme, pero mi cuerpo no responde. Mi primera reacción es alarmarme, pero me obligo a tranquilizarme. Muevo la cabeza y descubro la razón por la que no puedo moverme.

Estoy atado en una cama.

Por mi cabeza pasan un millón de pensamientos diferentes, pero hay uno que se impone sobre los demás. Huye. Es casi como si alguien me estuviera gritando que escape.

Y sin embargo, ni siquiera lo intento. Algo me dice que no estoy a salvo y a pesar de ello, no consigo centrarme para idear algún plan. Estoy asustado, por eso no puedo pensar con claridad.

No recuerdo nada.

Ni mi nombre, ni mi edad, ni mi cumpleaños. Es como si mi mente estuviera totalmente vacía. Y eso es de lo más aterrador. Estoy tan confuso que siento que me va a explotar la cabeza.

Oigo pasos.

Todos mis sentidos se agudizan al percatarme de que alguien se acerca. Me tenso cada vez más cuando el sonido de varias voces se aproxima a la sala en la que estoy.

Mis puños se aprietan con fuerza cuando la puerta se abre. Dos hombres y una mujer, todos con batas blancas, se adentran en la habitación y centran su atención en mí. Parecen sorprendidos de verme despierto. Y yo me esfuerzo por no mostrar el batiburrillo de emociones que me embargan.

Susurran entre ellos. Pienso que están discutiendo, y mis sospechas se confirman cuando la chica alza ligeramente la voz y fulmina a uno de los hombres, que lleva unas gafas de color rojo.

Su conversación se alarga durante, aproximadamente, unos tres minutos. Después, el otro hombre, el de los ojos claros, suspira y comienza a caminar hacia mí.

Al llegar a mi altura, me observa con mucha atención. Me comprueba el pulso. Dejo que lo haga sin decir palabra, a pesar de que su contacto me hace estremecer.

Su rostro se suaviza, y casi parece aliviado. Eso me hace relajarme, ya que su repentina tranquilidad debe significar que todo va bien. Aunque no estoy muy seguro de qué es ese "todo".

Se inclina sobre mí, hasta quedar a apenas unos pocos centímetros de distancia. Al contrario de lo que creía, su cercanía no me incomoda, por lo que continuo permaneciendo en silencio, sin inmutarme.

— Víctor... — murmura con una voz tan suave que siento casi como si me acariciara —. ¿Puedes hablar?

Víctor. Ese es mi nombre. Al oírlo, una paz interior me recorre por dentro. Sí. Así me llamo, no hay duda.

Lleno mi cabeza con esa palabra y el vacío se completa al instante, haciendo que el terror desaparezca. La sensación de poder saber aunque solo sea eso sobre mí, me anima hasta límites insospechados.

— Eso creo — respondo ronco, y sin poder evitar mostrar mi sorpresa al escuchar mi voz por primera vez. No me resulta familiar, es como oír hablar a un extraño.

— Bien. Muy bien — susurra el hombre de los ojos claros.

Sigue muy cerca de mí, y yo me pregunto por qué no se aleja. Parece que está cómodo, lo que me hace plantearme si nos conocemos de algo.

DarknessWhere stories live. Discover now