Capítulo ocho

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THALIA

El viaje no se me hace tan largo como pensaba. Los minutos transcurren rápido entre las bromas cariñosas que se hacen Hyde y Evan. Esos dos no han cambiado nada. Siguen siendo totalmente inseparables.

Tigre lleva los cascos puestos y mira por la ventana distraídamente, algo muy típico en ella. Se evade del mundo siempre que puede. Creo que es la que mejor me cae con diferencia, aunque no confío en la joven. No confío en ninguno de ellos, en realidad.

Observo de reojo mis dedos entrelazados con los de Víctor. Le di la mano como acto reflejo, pero no me arrepiento. Necesito mantener a Hyde alejado. No puedo enfadarme con él del todo, puesto que sé que no tiene culpa alguna. Mas muy a mi pesar, no debo permitir que haya nada, así que no me queda otra que ser borde con él. Admito que es alguien molesto, pero no es mal chico. No se merece que le trate con tanta crueldad, pero no me queda otra.

Puede que si se piensa lo que no es, vaya dándose por vencido. Solo espero que mi protegido no lo estropee. Aunque por ahora, no ha dicho nada al respecto, para mi alivio. Supongo que en el fondo lo entiende. Y solo el imaginarme la de preguntas que se muere por hacerme consigue que una pequeña sonrisa se haga presente en mis labios.

Su mano se siente amable contra la mía. No me la agarra por obligación, como sería lógico. Lo hace con ternura, como si quisiera consolarme o darme apoyo. Es un gesto dulce, aunque jamás lo admitiré en voz alta. Y esto no quita que todo el asunto sea de lo más incómodo. Pero en fin, solo será un rato.

— Llegamos — comenta el pelirrojo.

El coche se detiene frente a un pequeño edificio de dos plantas, que destaca entre tanto rascacielo. Está hecho de ladrillos rojos, cosa que le da un toque de lo más pintoresco. Hay un enorme cartel justo encima de la entrada, que dice simplemente: "Detectives". Tan originales como siempre.

Bajamos todos del vehículo. Hyde se apresura en adelantarse para abrirme la puerta, sin olvidarse de su característica reverencia. Yo ruedo los ojos, pero no digo nada y entro en el lugar, arrastrando a Víctor conmigo.

La recepción sigue como recordaba. Hay un mostrador, dónde normalmente suele estar algún estudiante que trabaja a tiempo parcial, aunque justo ahora no hay nadie. También hay bastantes sillas y pequeñas mesitas con revistas y catálogos para que la gente se entretenga mientras espera.

Evan saca una llave y abre otra puerta, que da a unas escaleras que suben al piso de arriba. Nos indica que le sigamos y eso hacemos.

Acabamos en una habitación con cinco escritorios, uno para cada miembro de la agencia. Cada uno está decorado de forma única, de acuerdo con el dueño. Aunque si hay algo que tienen en común, es el desorden.

En una de las mesas hay una joven de unos dieciséis años mirando muy concentrada la pantalla de un ordenador. Tiene el cabello azul recogido en una coleta improvisada y sus enormes ojos pardos se abren con sorpresa cuando nos ve llegar. Se levanta de golpe y observo que lleva puesta una camiseta de manga corta gris y una falda a cuadros. Harley.

— ¿Se puede saber dónde estabas, maldito zanahoria? — exclama ella, con esa voz cantarina que tiene.

Evan ríe en respuesta, sin molestarse por el insulto, a sabiendas de que no era malintencionado.

— Salvándoles el culo a estos dos, como siempre — responde risueño.

— Supuse que andaban metiéndose en líos de nuevo cuando llegué y no estaban, pero tú tenías que ayudarme con los informes.

DarknessWhere stories live. Discover now