Capítulo diez

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THALIA

Han pasado cinco días desde que ocurrió el accidente con Harley. La muchacha sigue inconsciente, a pesar del tiempo transcurrido. Curaron sus heridas y por suerte, sigue viva. Mas sus compañeros continúan de lo más preocupados a causa de que no despierta.

Víctor y yo solucionamos el tema con la policía hace un par de días. Fue fácil, gracias a la ayuda de mis poderes. Han prometido dejarles en paz a cambio de que ellos no se entrometan en sus casos sin autorización. La panda de raros ha accedido, aunque estoy segura de que esta alianza no durará mucho. Como máximo un mes.

Mi protegido y yo seguimos aquí a causa de que se niegan a darnos la información que necesitamos hasta que la peliazul despierte. A pesar de la molestia que esto me provocó, no dije nada al respecto. Entiendo su decisión y la acepto.

Contemplo mi mano por enésima vez. La abro y la cierro con lentitud, sin dejar de observarla. Hace unos días, mis dedos estaban entrelazados con los de Víctor como si fuera lo más natural del mundo. Y yo aún no lo comprendo.

No comprendo por qué fui tan amable con él, cuando le vi hecho un ovillo. No comprendo qué le impulsó a tomarme de la mano, con tanta confianza. Pero sobre todo, no comprendo por qué narices yo no me aparté y dejé que me agarrara sin decir palabra.

Es cierto que me compadecí un poco, al verle tan perdido y hecho polvo. Pero eso no es excusa para mi extraño comportamiento. El hecho de que ni yo misma sea capaz de entender lo que hice es lo que más me asombra de todo.

Quizá fuera porque hacía casi un siglo que nadie me cogía de la mano con tanta calidez, casi con cariño.

—Es una noche preciosa, ¿eh? —murmura Hyde, desde detrás de mí.

Suspiro, sin fuerzas para inventarme una excusa y librarme de él. Sabía que tendría que enfrentarme al chico antes o después, pero estaba intentando que pasara lo más tarde posible.

—Supongo —respondo, mientras alzo la cabeza para observar las estrellas. La azotea de la agencia es un buen sitio para verlas, a pesar de su escasa altura—. Las he visto mejores.

El castaño se apoya en la barandilla, a mi lado. La brisa nocturna le revuelve el pelo, mas eso no parece molestarle en absoluto. Se percata de mi mirada y se gira, sonriéndome. No me dedica esa sonrisa engreída de siempre. Ésta es de las tristes, de las que poca gente le ha visto. No pensé que fuera a mostrármela precisamente a mí.

—¿En qué piensas? —curiosea.

Mis cejas se alzan, al no esperar ese tipo de pregunta. Devuelvo los ojos al cielo nocturno y me muerdo el labio, sin querer ser sincera con él.

—En todo el tema de Orion y la información que nos debéis. Odio vivir en la ignorancia, ya sabes —contesto, fingiendo despreocupación.

—¿Qué clase de demonio cruel y despiadado no sabe mentir?

Suelto una risita nerviosa al verme descubierta. Soy más obvia de lo que creía.

—Imagino que lo que de verdad atormenta esa preciosa cabecita tuya es el muchacho. ¿Cómo se llamaba? ¿Vilmo? —dice con burla.

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