Capítulo diecisiete

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VÍCTOR

La campana suena una vez más, esta vez indicando el ansiado final de las clases. Yo no puedo evitarlo y suelto un suspiro agotado. Recojo las cosas con calma y sin prisa, a diferencia de mis compañeros, que lo hacen rápidamente y con descuido. No tardan en desaparecer todos y cada uno de ellos. Yo me demoro un poco más, distraído por mis propios pensamientos.

Últimamente, he estado soñando con el psiquiátrico y el doctor Stewart de nuevo. Siempre lo mismo, una y otra vez. No puedo evitar pensar que me están mandando una especie de mensaje porque quieren que acuda allí, a ese lugar. Hay algo importante que se me escapa en todo esto. No es normal. Stewart no es normal y creo que el psiquiátrico ni siquiera es un psiquiátrico. Quiero respuestas. Y esta vez no es solo por mi desmesurada curiosidad. Aquí hay más. Es casi como una necesidad.

Sí. Necesito respuestas.

Me cuelgo la mochila al hombro y me dispongo a salir del aula, sin dejar de darle vueltas al asunto. Sin embargo, una voz hace que pierda el hilo de ello y me dé la vuelta.

—Víctor —me llama mi profesora con suavidad.

No puedo evitar contemplarla con extrañeza. Los docentes suelen evitar a toda costa dirigirse a mí a no ser que sea estrictamente necesario. El instituto entero me considera un enfermo mental y en cierta manera, me temen. Por eso no entiendo a qué se debe este inesperado cambio de actitud.

—¿Qué ocurre? —pregunto, con la cabeza ligeramente ladeada.

—¿Sabes algo de Thalia? Ya hace casi una semana que no aparece y ni ella ni sus padres responden a nuestras llamadas —explica intentando aparentar calma—. Pensaba que a lo mejor tú sabías algo. Parecíais muy unidos.

La manera en la que dice la última palabra hace que el calor empiece a subirme por el cuello. Hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para ignorarlo.

—Hasta donde yo sé, está muy enferma. Sus padres trabajan mucho y quizá por eso no hayan contestado el teléfono. Me pasaré esta tarde a verla y le comentaré todo esto —improviso la mentira sobre la marcha, y por suerte para mí, sueno creíble.

Mi profesora se relaja por completo y asiente comprensiva. Incluso me sonríe un poco, cosa que me descoloca por completo. Es la primera vez que alguien de aquí me muestra una sonrisa sincera. Supongo que se ha dado cuenta de que no estoy tan loco como la mayoría de la gente cree.

No sé si eso me alivia o me ofende.

—Muchas gracias, Víctor. Pasa un buen fin de semana. Y dile a Thalia que se mejore.

—Un placer —respondo mientras me dirijo a la salida—. Y lo haré.

Salgo de la clase aún un poco sorprendido por lo que acaba de pasar. Tendré que hablar con mi protectora sobre esto. Ya se me había olvidado por completo que seguía matriculada aquí. Y supongo que a ella también, dado que no ha vuelto a pasarse por el instituto.

Aunque por supuesto, sé que la razón de sus actos no tiene nada que ver con un pequeño despiste. Es por mí. Por nosotros. A pesar de lo que le dije y lo segura que parecía con ello, las cosas no han vuelto a ser las mismas. No del todo. Hablamos y nos reímos como siempre, pero solo cuando hay más gente a nuestro alrededor. Si no es así, Thalia se excusa de cualquier forma para que nunca nos quedemos solos, cosa que ha llevado a dejar de acompañarme al colegio. Y no voy a mentir, sin ella todo ha vuelto a ser un infierno.

Quiero que deje de darle tantas vueltas al beso, que lo deje correr como si jamás hubiera sucedido. Mas no es justo que desee que ella haga algo que yo mismo me niego a cumplir.

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