encuentro la complicidad en tus ojos.

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Desde aquel abrazo, poco a poco el mundo de Agoney comienza a recuperar el color, pincelada a pincelada. Ha sido el punto de inflexión que le está ayudando a salir del hoyo, ayudando a abrirse de nuevo y a dejarse querer y proteger.  

Pasan los días y seguimos sin vernos mucho. Pero noto cómo va teniendo más energía y mejor cara cuando inesperadamente me cruzo con él por la casa. Está menos decaído y se nota, porque ya no mira a otro lado cuando se cruzan nuestras miradas. 

Sino que sonríe, ligeramente. Y ese mísero gesto me alegra los días. 

-¿Puedes dormir conmigo esta noche? -me pregunta una dulce noche cuando estoy a punto de entrar a mi habitación, sorprendiéndome y llenándome el corazón de esperanza.

-Siempre que necesites.

Nos tumbamos en la que un día fue nuestra cama. Él a su lado, el derecho y yo al mío, el izquierdo. Decido que sea él quien tome las decisiones, que de el primer paso para cualquier cosa que necesite de mí. 

Pasa el tiempo y estoy a punto de dormirme.

Pero me abraza. 

Pasas sus brazos por mi cintura y se pega a mí. Yo, inevitablemente me giro, y le devuelvo el abrazo y acabamos haciendo la cucharita mientras beso su nuca con cariño. En señal de que estoy aquí, para todo. Y siempre.

Cuando ya llevamos un rato abrazados y sigo sin parar de sonreír, me confiesa algo entre lágrimas que hace que todas estas semanas de dolor y soledad se borren.

Y que vuelva a creer en el amor. En nuestro amor. Y nuestro futuro. 

-Gracias. Por no irte. 

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