LA BRUJA.

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I) LA BRUJA EN LA HISTORIA.

«La brujería es un invento del papado para alimentar los fuegos del purgatorio y llenar los bolsillos del clero, siempre dispuesto a quemar brujas para confiscar sus propiedades y pagar los salarios de los inquisidores».

De betooverde wereld, Balthasar Bekker,

1691[1].

No es lo mismo escuchar una tormenta eléctrica protegidos dentro de nuestras casas, mientras miramos televisión, que en la total negrura de una noche apenas iluminada por las lámparas de aceite o las velas. O en el exterior, donde Satanás reinaba y ganaba más adeptos que Dios, según el clero, y cometía la audacia de aparecerse a los aldeanos en las encrucijadas de los caminos, bajo la apariencia de animales o de extranjeros o adoptando el rostro de alguien cercano, para que la burla fuera más cruel.

  En las mentes de nuestros antepasados, desde la época medieval hasta la barroca, había un peligro en cada esquina y la bruja simbolizaba todos estos miedos. La oscuridad y la muerte los rondaba en un universo sin antibióticos. El camino de la enfermedad resultaba irreversible la mayoría de las veces y la brújula apuntaba, ineluctable, hacia el Más Allá. Y sentirse a merced de fuerzas incontrolables los sobrecogía, hasta el punto de generar paranoia colectiva.

  El pavor, por tanto, los desquiciaba. Las personas cultas (teólogos, especialistas en Derecho, científicos) le dedicaban obras enteras a esta figura, para dejarla en evidencia y ayudar en su persecución. Ello conducía a que en los procesos se permitiera presentar testigos que serían rechazados en cualquier otro juicio. O a que los jueces estirasen la ley y los procedimientos como un chicle, para impedir su puesta en libertad.

  Pero ¿por qué la bruja infundía este terror? La respuesta es compleja. De modo visceral temían su capacidad de causar maleficium, gracias a la magia que existía intrínseca dentro de ella. Creían que podía ocasionar sufrimientos, enfermedades y la muerte de los vecinos y de sus animales. Lluvias torrenciales, nieves o granizadas que acabaran con las cosechas. Atraer a la temida peste o calcinar las aldeas, pueblos o ciudades hasta los cimientos e incluso crear olas gigantescas o huracanes cuando los barcos se hacían a la mar. Pensaban que mediante la repetición de maldiciones o con el poder de su mirada o pinchando o rompiendo un muñeco que representaba a la persona que ella desease dañar, iniciaba el comienzo de la desdicha para los miembros de su comunidad marcados por esta animadversión. Inclusive echándole un polvo negro al objeto de su odio o embadurnándolo con uno de sus famosos ungüentos. Para causar la impotencia de un hombre le bastaba con hacer un nudo en una cuerda; para crear o atraer tempestades solo hacía falta que tirase al agua una piedra o un gato, mediante previo tratamiento mágico.

Bestias de ensueñoWhere stories live. Discover now