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Una lágrima imperceptible para un alma impoluta, que contenía la angustia sempiterna de toda la vida de carencias padecida sin compañías, rodó en dirección a su perfilado mentón, provocando que la fortaleza que construyó con la resistencia de su o...

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Una lágrima imperceptible para un alma impoluta, que contenía la angustia sempiterna de toda la vida de carencias padecida sin compañías, rodó en dirección a su perfilado mentón, provocando que la fortaleza que construyó con la resistencia de su orgulloso corazón, se derrumbara frente a la despedida de un amor de la juventud, sagrado y alejado de las impurezas del pecado. Era un fugaz adiós, mas le resultaba inevitable no denotar como un nudo se formaba en su garganta. No estaba en sus planes el perderlo.

Viktor dio una profunda respiración; tomó sus pertenencias olvidadas en el cajón de la estancia y las guardó dentro de una maleta lo más rápido que sus brazos le permitieron. Debía salir de esas casa rustica, en la que vivieron por años, cuanto antes. Una vez que sus objetos personales quedaron encerrados en ese inútil baúl negro, emprendió la funesta marcha para poder realizar su sueño de cantar en los grandes escenarios del mundo entero, que le faltaba recorrer con su espíritu aventurero.

La frialdad de su actitud, comenzó a derretirse al contemplar a Yuuri sollozando en silencio, ayudándolo a sacar las valijas a fuera de su hogar. Lo amaba demasiado para dejarlo, pero en contradicción, no podía tenerlo a cuestas si deseaba triunfar en lo más alto del firmamento. Una imagen tan deseada en el mundo de la música no debía ser vista con una pareja de ese género, al menos no durante los primeros años de su carrera como artista afamado. Eso, sin cabida a los titubeos entrecortados de un iluso, le traería consecuencias poco favorables.

Ya de pie en el umbral, amparados por la claridad del día sin nubes divisadas en el cielo, Viktor se animó a romper el hielo que se cernía sobre los dos.

—Sabes que volveré —expuso su más grande deber manteniendo la rectitud en su hablar. Yuuri no elevó la cabeza tras escuchar la severa afirmación de su amado novio. Él cuidaba no mostrarle la debilidad de su interior, no pretendía ser un peso muerto en la realización de sus más profundos anhelos de triunfar. No quería empañar el talento innato que poseía por una relación que no les daría de comer—. Regresaré por ti cuando tenga el nombre que merezco —solo en ese momento, su quimérico paraíso estaría al alcance de sus manos y podrían disfrutar de las riquezas que se les fueron negadas mientras vivían en el orfanato local—. Estaré aquí cuando mi destino haya cambiado y podré presentarte al mundo como lo que en realidad eres: mi amado, mi razón de ser.

—Lo sé —titubeó Yuuri, soportando las extremas ganas que sentía por lanzarse a sus rodillas y rogarle que se quedara a su lado por el resto de sus años; sin embargo, él deseaba que su amor disfrutara de la vida plena que le gustaba imaginar mientras estaban abrazados en la cama. Después de todo, incluso el amor era efímero—. Sé que no me defraudarás y volverás —Viktor apretó los labios al presenciar el declive emocional de una persona que lo sostuvo en sus peores momentos. Abandonar a Yuuri por los próximos dos años, no le sería sencillo, extrañaría la suavidad natural de sus manos, la dulzura de su piel pálida y la simpleza con la que le demostraba la inmensidad de sus sentimientos—. Ahora ve, tu vuelo espera —Yuuri trató de forzar una sonrisa para quitarle un temor de encima a su novio—. Ve o si no, te voy a secuestrar.

Viktor soltó una carcajada ante la broma de Yuuri. En momentos así, él seguía demostrando fortaleza por ambos.

Impulsado por los deseos ocultos en su corazón, el hombre de profundos ojos azules, extendió una mano y palpó las delicadas mejillas de Yuuri, manchadas con los sollozos que derramó por su causa.

—Te amo —el silencio enardecido por la angustia los envolvió en una brillante burbuja eterna, alejándolos del sonido de los vehículos pasando por la autopista cercana, extraviando el canto del viento por un sendero distinto al de su pequeño hogar. Dejando su vaporoso elíseo purificado por la pertenencia de sus almas.

—Yo también te amo —respondió Yuuri—. Ahora vete —un solo segundo habría sido necesario para arrepentirse de darle la potestad de marcharse con extrema facilidad.

Agobiado por el espesor de la enorme distancia que subyugaba lo precioso de su amor correspondido, Viktor estuvo a punto de eliminar los diminutos centímetros que alejaban sus respiraciones acompasadas; no obstante, rebasar la delimitación que inconscientemente se puso, lo haría olvidarse de sus planes a futuro.

Y sin un beso de despedida, ambos supieron que los hilos de sus destinos, no volverían a cruzarse.

Viktor caminó despedazándose en cada paso dado y no regresó la mirada hacia atrás, donde Yuuri aguardaba por su retorno en la entrada de su casa. Con los filos acerados del arrepentimiento, él fijó la vista hacia la autopista. Gracias a la providencia, en pocos minutos, el auto que lo dirigiría a su destino, arribó hasta él y sin hacer muchos aspavientos, metió sus maletas en la parte trasera e ingresó al vehículo. No observó a través de su ventana, ni siquiera musitó una última palabra. Sencillamente, Viktor se mantuvo inmóvil en su asiento, derramando una única y cristiana lágrima, que desapareció con el contacto de su puño. No podía seguir siendo débil.

Al atisbar, con diáfanas gotas de dolor pugnando salir de sus ojos, el trayecto recto del auto en el que Viktor se perdía de su vida, cruzar por la avenida central, Yuuri retrocedió sobre sus propios pasos, hechos sin la menor energía, e ingresó a su acogedor hogar, plagado de recuerdos de un amor incapaz de trascender más allá de los gustos y placeres terrenales. Ni siquiera los años que compartieron eran suficientes para satisfacerlo y no lo culpaba por las decisiones que tomó en el calor del momento, Viktor tenía total derecho de cumplir los ideales que desde niño cultivó con la inocencia de su carácter.

Tras cerrar la puerta detrás de sí, Yuuri recostó su espalda, cansada de cargar el peso de una vida laboriosa, contra la dura madera. Lentamente, su tembloroso cuerpo resbaló sobre aquella superficie, hasta que quedó sentado sobre el frío suelo, con las rodillas soportando su quijada mientras su ser entero sollozaba, percibiendo como el alma se desvanecía de su cuerpo.

No aguantaría la lejanía del contacto de su piel blanquecina al amanecer; sin embargo, tendría que acostumbrarse a la inminente separación a la que estaban siendo castigados, por siempre; ya que muy dentro de él, sabía que Viktor no volvería a poner un pie en su humilde morada... Nunca más.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora