*Capítulo Once: "Nada está bien"

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Los montones de cajas en el departamento más sucio del edificio, eran la prueba de que nada marchaba bien con el dueño de esas cuatro paredes, que en el transcurso de cada segundo se asemejaba al reflejo de un muerto viviente, salido del fondo de ...

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Los montones de cajas en el departamento más sucio del edificio, eran la prueba de que nada marchaba bien con el dueño de esas cuatro paredes, que en el transcurso de cada segundo se asemejaba al reflejo de un muerto viviente, salido del fondo de la tierra, lleno de polvo y barro, incapaz de provocar algo distinto a la lástima o el asco por su aspecto deplorable.

Los platos embarrados de suciedad en el lavadero y con restos de comida, sobre los que revoloteaban una docena de moscas negras, mostraban un descuido accidental, que iría prolongándose por un tiempo indeterminado. No es que le gustara vivir en la inmundicia putrefacta, al contrario, aborrecía hasta la más pequeña sombra de polvo asomándose en alguna superficie de su vivienda, pero ya no tenía fuerzas para seguir con el mismo ímpetu de antes, limpiando sin parar.

En silencio y escuchando el sonido poco armónico de su respiración agitada, él se quedó en la cama el día entero, sufriendo constantes vómitos y náuseas que le causaban las pastillas que tomaba con el fin de tener una mayor estabilidad física. Unas pastillas que resultaban igual de catastróficas que una bomba, pero que en contradicción, resultaban siendo una esperanza de vivir cierta cantidad de meses más de lo esperado por la ciencia médica.

Pese a estar en esa posición, lo cierto es que quería levantarse de esa cama, porque sus deseos de volver a tocar la puerta de Yuuri no se esfumaron por las amenazas; sin embargo, esa instigante necesidad fue aplacada por los mareos que no lo dejaban quedarse con los pies en el suelo por algunos minutos.

Recostado sobre sus sábanas blancas, ahora manchadas de diferentes fluidos corporales y con un olor desagradable, vio como el techo giraba a su alrededor, creando un espiral de color mate que se impregnaba en sus pupilas casi sin brillo. Ya no era perseguido por un sentimiento de superación, el mismo que lo obligó a salir a buscar sus sueños de ser cantante. El éxito de ser aclamado por millones de voces se rompió junto con la noticia de que su existencia sería efímera, aun así, todavía ansiaba recuperar al chico que dejó consumido en la miseria. Nunca se perdonaría el saber que mientras él comía los filetes de carne más grandes de costosos restaurantes junto con una docena de amigos interesados, Yuuri tenía que recibir la clemencia de sus vecinos, que siempre sintieron empatía por él.

—Yuuri —musitó procurando conectar su nombre a una comunicación telepática, para que él pudiera darse cuenta de los males que saldarían su deuda—. Mi Yuuri —volvió a repetir antes de poner una mano sobre sus labios para impedir que las arcadas le hicieran vomitar sobre su propia ropa, demasiado sucia para parecer la de un ser humano digno.

Presionando sus labios con su mano libre, buscó el pequeño balde especial que tenía debajo de su cama. Arrastrándose como un gusano, logró que su cabeza quedara sobre el balde y dejó que la bilis saliera de su cuerpo. Ya no le quedaba mucho tiempo, la amargura en su paladar era símbolo del final. Estar tan cerca del túnel, le gritaba que debía recuperar a Yuuri para pasar sus últimos días a su lado. Al menos ese fue su deseo. La razón por la que abandonó todo.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Where stories live. Discover now