*Capítulo Diez: "Los energúmenos"

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Fue extraña la sensación que empezó a elevarse entre aquellas dos miradas, reflejadas en medio de un salón sin el menor aire de tranquilidad

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Fue extraña la sensación que empezó a elevarse entre aquellas dos miradas, reflejadas en medio de un salón sin el menor aire de tranquilidad. Después del abrupto ingreso inicial de un hombre, sin derecho a reclamar el intento de olvido de un amor, que antes fue correspondido; ellos permanecieron sentados en los sillones contiguos, buscando un medio para charlar de cualquier tema que rompiera la frialdad del ambiente. Yuuri no quería condicionarse al sufrimiento otra vez; sin embargo, mientras él comenzaba a recuperar los recuerdos pasados de un noche llena de calor, sus mejillas se tiñeron de rojo por la vergüenza que le significaba comportarse sin inocencia. ¿Cómo Jean podía hablarle con tanta paz cuando él se le lanzó encima para calmar su sed carnal? Sin duda, ese hombre era un ángel que merecía vivir en el paraíso.

Yuuri abrió los labios para pedir una disculpa sincera, pero antes de que la primera palabra escurriera entre sus dientes, se puso de pie y corrió a su habitación al percibir que el calor en su interior volvía con una mayor intensidad, causando que las necesidades más primitivas de su cuerpo lo consumieran en un espiral de confusión. Jean quiso seguirlo para ayudarlo con cualquier dificultad que se le presentara, no obstante, se detuvo al percibir el aroma que desprendía sin la intención de enloquecerlo. Ir detrás de él, ahora, le resultaba la reina de las malas ideas.

—Mierda —se repitió consternado por la sensación animal que lo instigaba a correr en la dirección de su presa. Presionando las plantas de sus pies contra el suelo, dejó que un desastre iniciara en los rincones de su mente.

Si la situación engorrosa proseguía empeorando, y si el dominio de su cuerpo, que conservaba gracias a su buen juicio, seguían siendo tentados, terminaría cediendo a aquella forma irracional de comportarse, aquella que aborrecía con cada partícula de su ser.

¡No! se repitió con bravura, yo soy más que un saco dominado por sus instintos.

Jean tomó una profunda respiración y gritó que se iría a casa, porque el trabajo de varias semanas se le estaba acumulando. No recibió respuesta de ninguna índole ante su anuncio. Yuuri, avergonzado por recordar que estuvo a punto de perder la dignidad, se mantuvo en un sepulcral silencio, y solo salió por un vaso de agua a la cocina, cuando escuchó la puerta de su departamento cerrarse. Jean, antes de marcharse, le avisó que los inhibidores estaban en su habitación y con tal de calmarse, se quedaría allí hasta Dios sabía qué día.

El joven que dejó el departamento arrastrando los pies, meditó mientras cada uno de sus pasos entonaba una melodía que lo acompañó como un medio de consolación. Se arrepentía hasta de su propia existencia, porque sabía que su nacimiento le produjo en dolor miserable a una persona angelical; sin embargo, el causarle daño a cualquier ser humano, estaba fuera de sus planes. Sería un doble castigo pecar contra un joven inocente.

Su piernas, firmes en su caminar, empezaron a doblarse al recordar aquellas recriminaciones que recibió por parte de la mujer que se suponía debía amarlo, y que al contrario, lo aborrecía por haberle causado el más grande dolor. ¿Fue su intención ser un bebé no deseado? No, incluso, a veces anheló no existir. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que estar en un mundo tan maravillosamente despiadado? ¿Por qué su madre, una mujer inocente y sin malicias tuvo que ser violentada por ser considerada "inferior"? Mientras Jean deambulaba sin un rumbo fijo, frunció el entrecejo... Podía estar arrepentido hasta de su propia vida, pero, al menos, se sentía orgulloso de haber vencido aquel instinto, que lo condenaba a ser un hombre agresivo y dominado por la pasión.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Where stories live. Discover now