*Capítulo Trece: "Tengo miedo"

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La tenue luz del alumbrado público lo ayudó a sacar las llaves de su bolsillo, que algunas veces se perdían entre los miles de lugares donde solía guardarlas con el fin de nunca olvidarlas en casa

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La tenue luz del alumbrado público lo ayudó a sacar las llaves de su bolsillo, que algunas veces se perdían entre los miles de lugares donde solía guardarlas con el fin de nunca olvidarlas en casa. A pesar de que la compañía era agradable, ambos se apresuraron en ingresar a la modesta vivienda de dos pisos para resguardarse del frío devastador que hacía a la una de la madrugada. Un tiempo oscuro y tenebroso se cernía entre los dos y de modo inconsciente tenían la certeza de que debían disfrutar el tiempo al máximo.

Luego de cerrar tras de sí la puerta de su bonito hogar y encender las luces de la estancia, lo primero que bajó del segundo piso, y los recibió con una calidez familiar, fue el potente ladrido de Kiku, que corriendo peldaños abajo a la mayor velocidad que su edad le permitía, arribó a la primera planta. Antes de saludar a su dueño, inquieta y sin comprender por qué había alguien más en su casa, le saltó al joven que acompañaba a su humano. La perrita de diez años y de blancas patas de uñas largas, lo olfateó de pies a cabeza con un tenue gruñido, por los celos que de modo instintivo sintió por Yuuri. El tono de sus gruñidos se fue elevando hasta que Jean le llamó la atención para que dejara en paz al visitante, quién solo le sonreía a la pequeña celosa.

—Es un amigo, así que déjalo en paz —la perra pareció entender lo que su dueño decía y dejó en paz al invitado.

Quiso seguir observándolo con odio, pero el aroma a flores silvestres que emitía ese dulce omega le gustó mucho y aunque sus instintos le decían que sería un impostor entre la relación con su amo, ella empezó a moverle la cola en señal de una futura amistad.

—No sabía que tenías una perrita —un detalle muy importante de su vida personal que sentía debió ser compartido cuando tuvieron la intimidad de conversar tantas horas en la cafetería.

Jean, que caminaba de un lado a otro levantando las cosas que Kiku tiraba al suelo mientras él salía al trabajo, se quedó inmóvil, mirando fijamente la expresión de confusión plasmada en el rostro pálido de Yuuri. Al notar ese pequeño reclamo, se justificó de inmediato. No quería volver a construir una pared entre ellos, después de tanto que le costó crear un vínculo junto a él.

—Generalmente, ella no suele estar conmigo porque vive con mis abuelos, pero como ellos salieron de viaje, la tendré conmigo en casa un par de semanas —le informó dejando las pertenencias de ambos sobre el sillón.

Tras acomodar todos los adornos en sus respectivos muebles. Jean se mantuvo detrás del sofá de tres cuerpos de su casa, esperando a que su invitado rompiera el silencio que los envolvía.

Yuuri se ruborizó por haber sonado tan entrometido. Abrió los labios para disculparse, pero lo único que pudo hacer fue halagar la belleza del canino, que le seguía oliendo las piernas.

—Es muy bonita —su pelaje blanco esponjado y sus ojos caramelo combinaban a la perfección con el tamaño mediano que tenía—. Me hace recordar al perro que tenían de guardián en el orfanato. Es igual de hermosa y cariñosa —Yuuri se sentó en cuclillas y acarició la cabeza del curioso animal, que de inmediato, le lamió la cara para demostrar el cariño que sintió por el amigo de su amo.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Where stories live. Discover now