*Capítulo Dieciséis: "El infierno"

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Llena de espuma y escurriendo agua del pelaje, Kiku saltó encima del pecho de Yuuri y lo tiró al sillón de tres cuerpos de la estancia para comenzar a lamerle la cara

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Llena de espuma y escurriendo agua del pelaje, Kiku saltó encima del pecho de Yuuri y lo tiró al sillón de tres cuerpos de la estancia para comenzar a lamerle la cara. Jean bajaba del segundo piso, más que apresurado, ante el escape de su hija. Al ser un espectador de la escena, el gesto de preocupación en su rostro cambió por uno de diversión: su mascota estaba divirtiéndose al lado del chico más hermoso y dulce que conocía.

Tenerlos a los dos en su vida, no hacía más que acrecentar la felicidad burbujeante de su corazón. Se sentía el más afortunado del mundo.

—¡Basta, Kiku! —aunque quiso ponerle seriedad al asunto, Yuuri exclamó entre risas su orden tras comprender que ella seguía con las intenciones de jugar hasta el atardecer.

Aunque la perra ya lo había mojado y llenado de shampoo, el joven maestro seguía resistiéndose a ensuciarse más de lo debido.

—Pensé que podría bañarlo solo —Jean trató de acercarse a los dos, pero Kiku sacudió su pelaje, ocasionando que las gotas de agua salpicaran en los muebles y en ellos.

Intentar atrapar a Kiku fue una odisea de la que no salieron victoriosos con simpleza, porque los constantes correteos de sus dos amos, la instigaban a seguir corriendo por las habitaciones de su hogar. Yuuri, que mantuvo la calma, ayudó a Jean en su tarea de regresar a su mascota al cuarto de baño. El omega apretó los labios, pero fue inevitable no carcajearse cuando vio que la adorable perrita subía a la cama de Jean. Las sábanas blancas y las colchas de color celeste quedaron hechas un desastre porque antes de ir a esa habitación, Kiku se revolcó en el patio de la casa y llenó su pelaje mojado con tierra y gras.

—Acabo de lavar todas esas sábanas —se lamentó el dueño viendo como su mascota se echaba a dormir en su cama.

Ya estaba cansada de correr y jugar. Quizá en otros tiempos habría seguido corriendo de un lado a otro, pero los años comenzaban a pesar sobre sus cuatro patitas.

—Bueno, vamos a aprovechar que ya se calmó para seguir bañándola —Yuuri dio una palmaditas sobre sus rodillas y Kiku abrió los ojos de inmediato—. Ven, vamos a terminar con tu baño —sin poner resistencia, Kiku bajó de la cama y siguió al amable chico que su amo miraba con amor.

Después de convivir con él por un mes, Kiku comprendía por qué los ojos de su Jean brillaban tanto cuando lo miraba.

El dueño de la casa se quedó maldiciendo y renegando por contemplar la suciedad de su cuarto: Kiku hizo un verdadero desastre en toda la casa, pero la peor parte se la había llevado su cama. Soltando suspiros de resignación, el chico sacó todas las sábanas y las llevó directamente al cuarto de lavado, tras echar en la lavadora un poco de detergente y lejía, programó el tiempo suficiente para que las telas quedaran impecables. Luego fue hasta un armario en la cocina y sacó unos pañitos que le ayudaran a limpiar los muebles llenos de salpicaduras de agua. Al retornar a su pieza con los utensilios de limpieza, ya en los últimos peldaños de la escalera, él tuvo que girarse un momento porque en el aire logró percibir un hedor pestilente que provenía de fuera de la casa. Aunque no quiso prestarle atención, el olor se volvió tan persistente, que Jean empezó a descender varios escalones para ir a verificar la entrada de su casa; sin embargo, sus intenciones fueron frustradas cuando escuchó un grito de Yuuri.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora