*Capítulo Doce: "El inicio del infierno"

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El valeroso maestro, armado con un escudo de oro y una espada filosa imaginaria, llegó al colegio con un enorme moretón en el pómulo izquierdo, que era la prueba viviente de su valentía al intentar defender a alguien más débil en condiciones

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El valeroso maestro, armado con un escudo de oro y una espada filosa imaginaria, llegó al colegio con un enorme moretón en el pómulo izquierdo, que era la prueba viviente de su valentía al intentar defender a alguien más débil en condiciones. Un niño que más tarde lo recordaría por su acción desinteresada y que le hizo comprender que las idioteces que decía su padre sobre los omegas, era una vil y sucia mentira.

El rostro, que resistió el puño implacable de un desgraciado, no le dolía, ni siquiera sentía malestar en las articulaciones por las múltiples caídas que tuvo en cuanto su vecino lo golpeó contra la grama del parque, pero la humillación de ser vencido por un energúmeno maltratador de niños, era lo que carcomía su alma: su incapacidad por salvar a ese pequeño era la piedra angular del sufrimiento, que empezaba a dejarle un sabor amargo en el paladar. Nunca antes sintió tanta vergüenza de ser omega, ni siquiera cuando una vez vio una entrevista de Viktor y él mencionó que jamás tendría una relación con un omega, porque estos tenían la fama de ser muy "liberales" con sus parejas.

En aquel momento, fue una verdadera sorpresa no poder defenderse de un alpha sanguinario, que al detectar su olor natural salir de su cuerpo, le escupió y lo insultó de la peor manera posible: le recordó el origen de su género y recalcó la supuesta inferioridad de su intelecto. Llegó incluso a insultarlo de ser una prostituta hambrienta de sexo, que quizás por eso se había acercado al niño, que era hijo suyo. Lo acusó de ser de la peor calaña que hubiera pisado la faz de la tierra y, contrariando a sus pensamientos, los vecinos que conocía pocas semanas y los curiosos, lo culparon por "provocar" a un alpha de porte elegante y palabras elocuentes.

La discriminación a su género no disminuyó tal y como aseveraban las encuestas de opinión, que siempre señalaban un nivel de aceptación mayor hacia los omegas, comparado al de hacía diez años. Era una mentira que la sociedad siempre elevaba al cielo para ocultar una realidad amarga ante los ojos de los conservadores, que se negaban a creer que el mundo, en lugar de avanzar, retrocedía a pasos agigantados por culpa de la falsa superioridad que muchos expresaban. Seguían viendo a los de su clase como unas alimañas lujuriosas o en "el mejor de los casos", los compadecían, tratándolos igual que a una persona con una enfermedad terminal.

El solitario hombre intentó defenderse en medio de la atenta mirada de algunos curiosos, que no hicieron más que murmurar, pero se quedó en silencio, tirado en el suelo, viendo la forma en la que ese animal se llevaba a rastras a un niño que no dejaba de sollozar y suplicar ser perdonado.

—¡¿Qué te pasó en el rostro?! —Inquirió Lilia, sumamente alarmada, al verlo ingresar a la sala de maestros para marcar su llegada, un tanto impuntual—. ¡Dios mío! —Exclamó llena de preocupación cuando observó el golpe completo en su piel. Viendo la suciedad de su ropa, se quedó inmóvil, temiendo lo peor—. Dime, qué pasó, muchacho —le exigió tomándolo del brazo para obligarlo a sentarse en una de las sillas del lugar después de quitarle la mochila que llevaba sobre los hombros.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora