*Capítulo Siete: "Jean"

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Jean dejó reposar el tazón con agua cristalina al lado del lavadero de aluminio y terminó de enjuagar las manchas de sangre presentes en su piel tostada, que por los minutos que demoró en limpiar, acabaron secándose hasta formar un textura pegajosa

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Jean dejó reposar el tazón con agua cristalina al lado del lavadero de aluminio y terminó de enjuagar las manchas de sangre presentes en su piel tostada, que por los minutos que demoró en limpiar, acabaron secándose hasta formar un textura pegajosa. Haciendo un gesto de incomodidad, cerró la llave del grifo, mientras un dolor punzante volvía a atravesarlo de palmo a palmo, y es que la violencia con la que mordió su antebrazo para no cometer una locura fue tal, que sus propios dientes causaron una herida grande en su cuerpo, que tardaría hasta un mes en curarse. Incluso sabiendo las consecuencias de esa acción desesperada, él se repitió una verdad absoluta: fin justificaba los medios empleados para no cometer la peor idiotez de toda su existencia...

El dolor sentido fue desplazado cuando percibió el dulce aroma en el aire delicado de aquel solitario hogar, que minutos antes, lo embriagó de tal manera, que perdió el dominio de sí mismo, encerrándolo en un pozo séptico de la pasión desenfrenada, que lo revolcó con bravura en las corrientes cálidas del mar. Sentir las llamas volcánicas recorriendo las terminaciones nerviosas de su ser habría sido una bendición de no existir una pequeña contradicción: Yuuri no le estaba dando la autorización para crear un lazo más fuerte que el amor. En realidad, su modo irracional, estaba dispuesto a entregarse por completo, pero ¿de qué valía poseer a un hombre extraviado en la brutalidad animal? La satisfacción carnal habría catapultado el éxtasis de su alma ¿y después? Un enorme vacío hubiera asolado su existir, sumiéndolo en la miseria de vivir sin ser correspondido.

Deshaciendo el recuerdo vívido revoloteante de su memoria, él acabó de ordenar todos los utensilios que sacó del repostero, y temiendo descontrolarse al atisbar al dueño de su corazón, regresó muy lentamente a la habitación de su compañero de trabajo luego de apagar las luces. Llevando el agua fría que necesitaba para bajarle la fiebre al joven de ojos brillantes, que iluminaba sus mañanas sin color, tuvo la valentía de continuar con sus cuidados.

Tras ingresar al cuarto, dejó el pequeño tazón en el velador, al costado de la única lámpara encendida, y remojó el pañuelo que segundos antes reposaba en la cabeza de Yuuri. Transcurridos unos segundos, y previendo que las gotas de agua se habrían secado, con el interior de la palma de su mano, comprobó el estado de su fiebre.

—Ya bajó la calentura —pensó ampliando una sonrisa de auténtica felicidad, que solo esbozaba cuando su corazón brincaba en un danza incomprensible de satisfacción—. Te cuidaré —una frase salió de lo más hondo de su alma en cuanto puso el pañuelo en la frente del jovencito, que dormía con los ojos apretados y el ceño fruncido: estaba teniendo pesadillas tenebrosas y sin sentido.

Jean lo observó con detenimiento desde el costado izquierdo de la cama, velando su bienestar en los sueños desconocidos para él. Involuntariamente, uno de sus dedos empezó a pasear por la mejilla sonrojada del chico de gafas cuando sus temores aumentaron. Sin duda, en aquellos momentos, él agradeció haberse inyectado un inhibidor antes de salir de su casa, porque de lo contrario, podría haber cometido un acto atroz contra el dulce muchacho que reposaba en la cama. Ser un alpha a veces era un peligro para los demás: cuando perdían la razón y el juicio de los seres humanos, su fuerza se multiplicaba, provocando daños irreversibles en personas, que por su condición biológica, se hallaban en desventaja con el resto de la población.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Where stories live. Discover now