El sueño de Teresa

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Terrazos, 2016

Don Genaro no volverá, y a estas horas seguro que ya no vendrán más clientes. No pasa nada si me siento en la trastienda, en el sillón de oficina, y apoyo un rato la cabeza sobre los brazos. Así pasa el tiempo antes, pasa la tarde, y a las ocho podré subir a dormir a casa. Pero son tantas escaleras... me gustaría tener una casa con ascensor, un ascensor transparente para que parezca que subo volando. O mejor, un globo, ¿por qué no se le habrá ocurrido a nadie? No hace falta hacer obras, tan solo un globo junto al portal, en la cesta una portezuela y al entrar y tirar de una cuerda, subes y subes hasta tu casa.

Yo voy a montar en globo. El cielo está lleno de globos, parecen burbujas de colores que pasean por el cielo brillante. Brillan las nubes, luminoso día de primavera. Aquí hay gente, todos han venido a ver el gran espectáculo. Y yo, monto en un globo.

Vuelo. La cesta se mece y las cuerdas sujetan el inmenso telar hinchado de aire. Vuelo, y debajo hay un mapa del mundo con gente que mira y espera su turno. Todos están durmiendo, pero no me ven, no lo saben, no saben que están dormidos y que el mundo cambia y vira en cada mirada. Yo puedo elegir, puedo hacer lo que quiera porque estoy en mi sueño y ahora vuelo en mi globo, aunque no sé manejarlo. ¿Quién lo hace? Un hombre, parece huraño, pero es bueno. Todos son buenos en mis sueños, nadie podría molestarme. Este hombre maneja el globo con gran destreza; parece un marinero, un timonel, tiene una camiseta de rayas blancas y negras y una nariz ganchuda e inmensa, una barbilla que le sale disparada y mueve la boca como si masticara, pero es porque no tiene dientes. El globo quiere arrimarse a las nubes para hundirse en ellas. Son nubes de espuma, y el globo, al atravesarlas, toca su sirena con un ruido grave y ronco, como el de un trasatlántico. Así las nubes se asustan un poco y se apartan, dejando paso a la quilla del globo, que ahora es un barco.

Es una carrera de barcos aerostáticos, pero no gana nadie, porque todos nos miramos de una cubierta a otra, para saber si nos conocemos, y nadie maneja el timón. Nos buscamos porque nos han repartido mal en los barcos, ha habido un error, y todos nos asomamos estirando el cuello, para localizar una cara conocida en algún barco cercano. Yo no veo a nadie conocido, solo a una señora con abrigo de piel y pelo de los años cincuenta, una actriz. Es Ingrid Bergman que me confunde con otra persona. Parece que quiere decirme algo, me señala a alguien, ¿será que alguien me está buscando? ¿A dónde me señala usted, señora? ¿Hacia allí? ¿Que vaya allí?

Es el comedor del barco, y está repleto de gente, hay tanta que no veo más que espaldas haciendo cola, todos con su bandeja, vestidos de lentejuelas, esperando su turno para cenar caviar. Debemos saber la respuesta, porque en caso contrario nos dejan la bandeja vacía. Yo me la sé, me la sé, me la sé. Esa es la música de la canción, pero no recuerdo la letra. El caballero que hay detrás de mí se la sabe, quizás él pueda ayudarme a averiguar la respuesta, o me quedo sin cena.

—Es que a mí no me gusta el caviar, señorita.

Pues vaya, al atractivo caballero no le gusta el caviar y no va a ayudarme. Es un joven muy agradable, tiene un aspecto diferente al resto. Porque, ah, claro, claro, todos están dormidos, están soñando, pero este joven no. Él vive aquí. Es el dueño del barco, y por eso no sueña, pertenece a este sitio. Voy a cogerle la mano, al fin y al cabo, estoy en su barco, él puede hacer lo que quiera y si quiere agarrarme la mano no voy a negárselo, porque ciertamente es un joven muy hermoso. Sonríe y es feliz; me tiende la mano y me lleva a visitar el barco. Hemos tenido suerte al encontrarnos.

—¿Vas a enseñarme el barco, verdad?

—No, no. Vamos a buscar un libro.

¡Es cierto, por todos los santos, es cierto, vamos a buscar un libro! ¿Te puedes creer que se me había olvidado por completo?

—Yo no sé qué libro es.

Tenía que decírselo, no vaya a ser que crea que yo sé dónde está.

—Usted tranquila, señorita, yo lo conozco bien. Solo quiero que me acompañe porque me agrada estar con usted.

Me ha puesto colorada. Vamos de la mano por todo el barco, mirando a la gente. Alguna debe de tener cara de culpable, cara de saber dónde está el libro. Ingrid Bergman ya se ha ido, quizás ella nos hubiera dado una pista, pero esa otra señora...

—Persigamos a esa señora, tiene cara de culpable.

—A esa no la conozco, pero de todas formas no sabe dónde está. Lo de la cara de culpable es porque no lleva zapatos.

Es cierto, la pobre señora no lleva zapatos y está avergonzada, cree que todos se van a dar cuenta. Menos mal que está soñando; cuando despierte seguro que su problema le hace mucha gracia.

Mi joven guía camina saludando a todo el mundo y chocando los tacones, como si se alegrara de algo. Así no vamos a encontrar el libro nunca.

—Oiga, joven: si cree que me va a marear con sus saltos por el barco y aprovecharse de su atractivo para mantenerme agarrada la mano, debe saber que soy la que usted estaba esperando; y que así no vamos a encontrar el libro. Le pido que sea usted más serio.

¿Pero qué le he dicho, si no lo conozco? Ahora me da vergüenza haberme expresado así,

—Lo encontraremos, eso seguro. Lo que pasa es que este barco está lleno, pero es porque estamos en un barco asiático, y en Asia ahora es de noche.

Tiene lógica, lo de Asia; de ahí la cantidad de gente rara que nos estamos encontrando por las cubiertas. Como ese grupo: están volando sus cometas en forma de dragón, aprovechando el viento que sopla desde proa. Son chinos, están muy concentrados controlando sus cometas, se lo toman muy en serio. Uno me mira de reojo, parece enojado, le estoy distrayendo. Lo mejor será que nos vayamos a otro sitio. ¿Dónde está el joven? ¿Me ha soltado la mano?

—Bajemos por aquí, hermosa Teresa. En las catacumbas del barco no hemos mirado nunca.

Unas catacumbas de piedra y agua, un sitio raro para un barco, pero vaya, interesante. Las cuevas parecen antiguas, la piedra está mojada y los túneles son largos y oscuros. Sin duda, el libro está cerca. Pero me da miedo perderme, esto es un auténtico laberinto. Un laberinto en línea recta, en el que puedes perderte igual aunque no tenga esquinas.

Si rozo los dedos contra la pared me orientaré mejor. Camina, camina, siempre adelante, sin mirar atrás, hasta la salida del túnel. Es un poco complicado, pero en el fondo es una suerte. Es una suerte estar aquí, porque sin duda el joven hermoso habrá encontrado su libro. Yo no le he ayudado nada, pobrecito, él quería pasear conmigo de la mano y al final nos hemos separado por culpa de este túnel. Pero todo se arreglará. No te preocupes, querido, todos sabemos que esto tiene solución. Ahí está la salida. Tiene una persiana que se está cerrando, eso es que ya hay que salir, antes de que me quede aquí dentro.

OnironautasWhere stories live. Discover now