La transición de Eva

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Terrazos, 1975

Tuvo que esperar bastante tiempo, porque la mañana siguiente a la del descubrimiento del libro Eva acompañó al hospital a Genaro, aquejado de un virus de estómago. Después se complicaron los asuntos de la tienda, con papeleos y clientes, y finalmente el libro desapareció de encima de la mesa, donde habitualmente se necesitaba espacio para trabajar.

Pasadas varias semanas, lo encontró en una estantería apartada, oculto detrás de otros libros, donde parecía haberse escurrido como ya hiciera en la maleta del abuelo Eleuterio.

—Anda, ya me había olvidado de ti —dijo, a solas en la trastienda—. Sí que eres un libro esquivo.

Eva lo observó con atención. El lomo del libro, de cuero viejo, contrastaba con el blanco de sus hojas. Se notaba al verlo que muy poca gente, quizás nadie, lo había leído. Eva no lo movió del sitio, para dejar espacio en la mesa de trabajo. Antes de subir a comer, quería terminar algunos papeleos de oficina.

—Yo voy a casa a comer algo, Eva —dijo Genaro asomándose desde el mostrador—. ¿Subes?

Era sábado, y ese día de la semana la librería cerraba a las dos, aunque a Eva le gustaba quedarse sola, en el comercio cerrado, con la excusa de terminar trabajos retrasados. En realidad, era la manera que tenía de estar tranquila, leyendo sus libros, rodeada del silencio del local acolchado por el papel de los volúmenes que cubrían las paredes.

—Voy después, no tengo hambre.

—Deberías descansar, llevas varios días durmiendo mal.

Genaro parecía haberse olvidado del hallazgo y Eva prefirió no decir por qué se quedaba. Su madre siempre había sido un fantasma, un recuerdo incómodo, alguien cuya memoria molestaba incluso después de tantos años. Eva sabía que había muerto cuando ella tenía dos años, sin conocer las causas, y nada más. Las pocas veces que, siendo niña, había preguntado por ella, su padre respondía con evasivas y enseguida cambiaba de tema. Eso, en una mujer de naturaleza afanosa e inteligencia viva como Eva, no podía más que alimentar su curiosidad por la persona que la trajo al mundo, y siempre había buscado pistas, recodos de memoria, sombras en las palabras de sus familiares que le dijeran algo más y le ayudaran a conocerla un poco. La aparición de aquel libro que despertó su curiosidad no era más que movimiento de un resorte que ya había saltado otras veces.

—Come y duerme una siesta, si quieres; yo subiré luego.

Lo dijo distraída, pensando que el que llevaba durmiendo inquieto varios días era él, y ella también, pero por efecto colateral. "Así descansa", pensó, y al poco escuchó cómo la puerta del local se cerraba por fuera. Ella tenía otra llave para salir. Cogió el libro de la estantería, se sentó en la mesa de la trastienda, apartó los blocs y hojas de cuentas y se quedó mirando la hermosa cubierta de cuero.

"La encuadernación es magnífica, desde luego. Es una piel buena, de cordero o de camello, oscura, gorda y suave, muy bien curtida. Y las hojas, tan finas y correctamente alineadas como un cristal bien cortado, o un diamante. Qué curioso, son muy blancas, tanto que parecen tener su propia luz, como si estuvieran hechas del material de las manecillas de los relojes. Es como si el libro hubiera sido hecho de manera artesanal, como antiguamente, pero con una perfección que no puede proceder de unas manostoscas. No se tuerceni una puntada en el cosido en los bordes de la tapa; el cajo se adapta con perfección al bloque de hojas, de un papel tan fino que casi parecede piel de cebolla. Solo por la hechura, este libro ya es una joya. ¿De dónde habrá salido? El resto de los libros que trajimos del pueblo no tenían este aspecto, eran libros curiosos, de ciencia, medicina, filosofía o naturaleza, algunos difíciles de encontrar, pero sin duda este, aun sin saber cuál es su contenido, se lleva el premio."

OnironautasWhere stories live. Discover now