El regreso de Eva

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Terrazos, 2016

"Sueña, querida niña. Sueña, porque quizás ya no despiertes."

Eva permaneció inmóvil unos minutos, hasta que se cercioró de que la respiración de Teresa era pausada y rítmica, como las de las personas profundamente dormidas.

"¿He vuelto? ¿He despertado?"

La habitación estaba en total oscuridad. Eva movió levemente los dedos alejándolos de su cuerpo para averiguar su posición en la cama, procurando no hacer ningún ruido por si en la habitación hubiera alguien más aparte de ellas dos.

"Quizás tenga un marido que duerme con ella. Quizás yo esté en el borde de la cama, al lado de la chica joven, y al otro lado haya alguien más."

Se mantuvo escuchando, pero no parecía haber más respiraciones. Tras esperar unos minutos, en los que se entretuvo sintiendo su propio latido en las sienes, decidió moverse. A pesar de que el roce de las sábanas sonaba en la oscuridad como un torrente de agua, la chica joven no parecía enterarse de nada. Soñaba con fuerza, moviendo de vez en cuando una mano o un pie en pequeños espasmos que delataban algo de sus sueños.

"Está pasándolo bien. Echaré de menos sueños como ese".

Eva se terminó de incorporar. Una leve rendija de luz delataba el lugar donde se encontraba la ventana de la habitación, con la persiana cerrada.

"Yo reconozco ese dibujo que se forma en el techo con la luz de la persiana. Estoy en mi habitación, esta es mi casa".

Dio el primer paso hacia la puerta, dándose cuenta de que llevaba puestos los zapatos y la ropa de calle. Golpeó algo que estaba en el suelo y permaneció inmóvil, escuchando si se producía algún cambio en la respiración de la joven durmiente. Como no fuera así, se agachó a recoger el bulto. Era el libro.

"Casi lo olvido, menos mal."

Se quitó los zapatos, los cogió con la mano que le quedaba libre y se encaminó a la puerta, pisando la alfombra que había junto a la cama con los pies envueltos en las medias. Sus ojos estaban empezando a acostumbrarse a la oscuridad.

"Es mi habitación, pero todo es distinto", reconoció.

Salió entornando la puerta para que no se colaran los ruidos que pudiera hacer fuera, y se encaminó al cuarto de baño. Allí, tras encerrarse, prendió la luz. El espejo y el lavabo eran el mismo, pero la cortina de la ducha había cambiado, y en una pared había una estantería blanca, sencilla y extraña, con objetos de colores y formas que ella nunca había visto. Luego se miró en el espejo. Su imagen era la misma que vio en el aseo de la trastienda antes de quedarse dormida, el mismo pelo, la misma ropa, el mismo rostro delicadamente arrugado junto a los ojos por la cercanía de la cuarta década de vida. Aún llevaba el maquillaje de esa mañana. En una mano llevaba sus zapatos y en la otra el libro.

Salió del aseo y se llevó una sorpresa al mirar hacia el salón: no estaba. Una pared ocupaba lo que ayer mismo era la puerta. Tampoco eran los mismos los cuadros del pasillo, que ahora se había quedado reducido a la mitad de su largura. Entró a la cocina. Una mesa cuadrada y dos sillas de plástico ocupaban un espacio nuevo; el fogón ahora era liso y negro, como una plancha de cristal con dibujos circulares; los armarios ya no eran verdes, sino transparentes, dejando ver en su interior platos y tazas que no eran suyos.

"Puede que no haya terminado de soñar, puede que no lo haya conseguido", se dijo con angustia.

Entró en el dormitorio pequeño, allí también era todo diferente. Ya no había una cama pequeña ni un armario, sino un sofá de dos plazas, una mesa baja, un sillón estrecho y un aparato plano adosado a la pared que le costó reconocer como una televisión. Sobre la mesa había un vaso de agua.

OnironautasWhere stories live. Discover now