El acuerdo roto

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Terrazos, ?, 2016

Genaro esperó a que la figura de Eva, joven como hace cuarenta años, volteara la esquina de la escalera del portal para volver atrás y entrar de nuevo en la librería.

—Voy a cerrar antes, ve subiendo —le dijo antes de hacerlo—.

Llegó hasta el mostrador y cogió el libro, apretándolo contra su pecho por un instante. Luego lo llevó a la trastienda, lo dejó sobre la mesa, salió de la librería y la cerró, aunque no bajó la persiana para no romper el silencio de la madrugada. Aún eran las cuatro.

Eva estaba en el quinto piso esperando. Aunque había cogido la llave al salir unos minutos antes, no había querido abrir la puerta. Genaro llegó intentando disimular el jadeo de su lenta ascensión.

—Bueno —dijo—, ya te habrás fijado que ahora hay dos puertas en vez de una. Es porque dividí la casa en dos, como te dije antes. Ahora no está ninguna de las dos alquiladas, y yo vivo en ambas. Según me dé.

—¿Quieres un poco de agua? —le dijo Eva, ofreciéndole el vaso que le preparara Genaro en la tienda—

—No, gracias, gracias. Estoy bien.

Genaro abrió la puerta de la casa que Eva aún no conocía, encendió la luz del recibidor y permaneció fuera.

—Es la mitad que ocupaba el salón y el dormitorio más pequeño. Ahora es una cocina con el salón incluido, un dormitorio y un aseo pequeño. Hay algo de comida en la nevera y todo está limpio, así que no te preocupes por las sábanas o las toallas.

Eva hizo un gesto tímido, más educado que sincero, para aclarar que no pasaba nada si estuvieran usadas.

—Gracias Genaro. Voy a ver si me siento un rato y asumo todo esto. Es tan extraño, haber tenido un accidente pero encontrarme como si no hubiera pasado nada; y al mismo tiempo que haya transcurrido tanto tiempo.

—Supongo que tu cerebro aún no puede asumirlo. Ten paciencia. Si quieres, puedes ver la tele, eso te servirá para ponerte al día. Además así te entretienes, ahora hay muchos canales que funcionan día y noche. Y aprender a manejar el mando a distancia te va a llevar un tiempo, así que no te faltarán distracciones.

—Gracias —dijo Eva—. Por todo. Te avisaré si necesito algo.

—Claro, llámame, yo estoy aquí al lado.

Eva cerró la puerta y Genaro permaneció un instante escuchando sus pasos alejarse hacia el interior del apartamento. Luego entró en la vivienda adyacente haciendo el menor ruido posible, pero no cerró la puerta. Entró en la sala, donde cogió el vaso de agua que le ofreciera a Teresa antes de dejarla sola para que durmiera. Tiró el contenido del vaso por el lavabo del cuarto de baño y se asomó al dormitorio. Teresa seguía profundamente dormida, sola en la cama.

Genaro salió de la casa, cerrando esta vez la puerta, y bajó de nuevo las escaleras. Regresó a la librería y se sentó en el sillón de la trastienda, frente a la mesa. Allí colocó el libro ante sí, respiró hondo y permaneció unos instantes observando el lomo de cuero viejo. Antes de abrirlo, volvió a levantarse y sacó del bolsillo interior de la chaqueta un pequeño frasco lleno de un líquido ambarino. Después se quitó la chaqueta, dejándola con cuidado en el colgador, se desanudó la corbata y se soltó los dos botones superiores de la camisa. Luego se encaminó al aseo, llenó un vaso de agua del grifo, destapó el frasco, vertió en el vaso cuatro gotas y se lo bebió de un trago, arrugando el gesto por el sabor amargo. Dejó el vaso en la repisa y regresó al sillón, para sentarse de nuevo frente al libro.

OnironautasWhere stories live. Discover now