Teresa y el misterio

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Terrazos, 2016

El sabor del café no le gustaba a Teresa, que prefería otras infusiones más suaves para su delicado estómago. Desayunaba manzanilla, aun sabiendo que eso no era lo más adecuado para despertarla por las mañanas; y una pieza de fruta, por lo general una manzana.

—Manzana y manzanilla —le decía a Monsieur, el gato, que la miraba por las mañanas desde un cojín mullido—. Camay camilla, pesay pesadilla. Ah, y gato y gatillo.

Teresareía solapor las tonterías que se le ocurrían cuando hablaba al gato y por la reacción de este, que levantaba levemente las orejas pero sin alterar la expresión adormilada, mirándola con atenciónausente. Esa mañana el cielo estaba blanco, luminoso en sus nubes altas, y desde la ventana del apartamento de Teresa se veía el patio interior, las fachadas viejas de los vetustos edificios con ropa tendida y olores a hogares distintos. Era esa la parte más íntima de casas antiguas de pasillos largos y suelos de madera, que en muchos casos, como el de Teresa, se habían convertido en compartimentos más pequeños, una vez sus propietarios se mudaran a otros barrios, como hizo Genaro cuando dejó de vivir en aquella casa poco después de ocurrir la desaparición de Eva.

Teresa no sabía qué había ocurrido exactamente para que aquella mujer, de la que aún se hablaba y se la recordaba con respeto, se fuera sin dejar rastro; pero el carnicero, que llevaba allí casi tantos años como la librería, le había dicho que la esposa de Genaro, que era una mujer hermosa y muy inteligente, había desaparecido en el año mil novecientos setenta y cinco, dejando atrás toda su vida sin decir nada, sin recoger siquiera sus cosas, de improviso, sin que nadie lo esperara ni remotamente, pues se trataba de un matrimonio tranquilo y en apariencia bien avenido. Eva en esa época estaba cerca de los cuarenta añosy no faltó entre las mujeres de la vecindad quien la envidiara por haber tenido el valor huir de una vida que ya se hacía monótona, o quien temiera lo peor y supusiera en voz alta, imprudentemente, que Eva había sido asesinada, raptada, vendida, esclavizada o cualquier otra barbaridad, en crueldad cambiante dependiendo de la mente de quien la imaginara.

Por supuesto, no faltaba la versión de la culpabilidad de Genaro, que en boca de algunos era el responsable; y dado que eran conocidas las circunstancias de la desaparición un sábado por la tarde, con la librería ya cerrada, estando la mujer sola en la trastienda y Genaro solo en la casa cinco pisos más arriba, durante los años posteriores al suceso hubo investigaciones en ambos lugares, en los que se agujerearon posibles paredes falsas, se levantaron suelos y se sometió a Genaro a interrogatorios, por si en algún momento cayera en una contradicción en las versiones que diera una y otra vez que lo pudiesen señalar como culpable. Pero eso no ocurrió. Como el carnicero le había contado a Teresa en muchas ocasiones, Genaro era el más inocente de cuantos vivían en el barrio. Aquel día, contaba, subió a su casa dejando a Eva sola en la tienda. Justo donde estaba ahora Teresa desayunando, Genaro había estado almorzando aquel día de treinta años atrás, para luego tumbarse en la cama. Mientras, parece ser que Eva se había quedado abajo, en la trastienda porque tenía trabajo pendiente, pues era una mujer muy responsable. Cuando ya pasaron más horas de lo normal y llegó la oscuridad, Genaro bajó a ver a Eva, suponiendo que la lecturade alguno de sus librosle había hecho perder la noción del tiempo, algo que le ocurría con frecuencia. La puerta de la tienda estaba cerrada, por lo que Genaro, tras llamar con insistencia golpeando los cristales y temiendo finalmente que a su mujer le hubiera ocurrido algo malo, subió corriendo los cinco pisos sin ascensor para buscar sucopia. Bajó deprisa, sin pensar en el riesgo de una caída, abrió la puerta, corrió por el pasillo hasta la trastienda llamando a su mujer con un murmullo, imaginaba Teresa, interrogativo y desesperado. Miró en todas partes: en el aseo, en las estanterías, bajo la mesa, a través del ventanuco que da al patio interior, en cada rincón de la tienda, en todas partes. Las cosas de Eva estaban allí, incluso su rebeca colgada del perchero. Las llaves que ella había utilizado para cerrar por dentro estaban sobre la mesa, junto al libro que estaba leyendo abierto por sus primeras páginas. Pero Eva no estaba, y ya nunca más estuvo. Sin las llaves, era imposible salir de la tienda, pues el ventanuco era muy pequeño para pasar cualquier cuerpo que no fuera de niño. Pasadas dos horas desde que descubriera la ausencia, en las que buscó por las calles más cercanas y por los portales, esquinas, bares, comercios y parques, Genaro llamó al carnicero por teléfono y le contó lo sucedido. "¿Tú has visto algo?", le preguntó, y el carnicero le dijo que no, que él estaba en su casa, y que la última vez que había visto a Eva había sido por la mañana, en las horas de comercio.

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